ABC (Andalucía)

Dignidad

- MANUEL MARÍN

LA libertad de cada cual es sagrada. Tanto, como el concepto que cada uno tenga de su propia dignidad, por pobre que sea. Es legítimo salir a flote como uno quiera. O pueda, que el querer está sobrevalor­ado. Pero resulta frustrante evaluar la calidad de nuestra grey política con todo su humo de soberbia y exhibicion­ismo, cuando al abandonar la cosa pública se convierten en fantoches caducos. ¿Dónde quedó, ahora que ya no eres nada, la prepotenci­a de esa legión de asesores que miraban por encima del hombro? ¿O cuando tu teléfono, el del ordeno y mando, deja de sonar y ya nadie te pide una dirección general, un huequito en la lista, un favorcillo? Porque tú levitabas y eras nivel dios. Pero mírate. Qué fugaz es el éxito cuando crece sobre la mentira.

Un día eres el látigo de la casta, y al siguiente eres la casta sin látigo. Un día eres un estadista, el profeta carismátic­o de la salud, un icono pop de portada sobre tu Harley, y al siguiente te carcome el virus hasta aburrirte de ti mismo. Un día eres el kennedy de Lanzarote, y al siguiente te disfrazan de cocinera-cantante en televisión separando el pimiento y la cebolla de una empanada para dar lustre a tu vida bajo los focos. No somos nadie. Y menos que vamos a ser.

¿Conocemos a quién votamos? Cristina Cifuentes fue fruto de una cacería, fue descuartiz­ada, y suspendió el juicio irrevocabl­e de la ejemplarid­ad. Ella sabrá por qué cuentas pendientes fue triturada de aquella manera. Murió de éxito. Hoy, convertida en ‘starlette’ del ‘prime time’, una tertulia por aquí, un ‘reality’ de cocina por allá con ‘master-class’ incluida, ya nos vale, ha conseguido normalizar la ridiculiza­ción de la política y el patetismo que esconden los retiros forzosos. Político o televisivo, mientras sea famoseo de ‘candelabro’, sirve. Como si Ábalos hace ahora croquetas con Koldo en Canal Cocina. Pero, qué carajo, cualquiera puede negociar su imagen si se la pagan, que hay que ganarse la vida.

Al fondo queda la superficia­l evanescenc­ia de una frivolidad que nunca detectamos a tiempo. Residuos de la política hechos jirones de resignació­n. Ponemos en sus manos millones, expectativ­as y esperanzas, y nos devuelven un contrato mercantil para azuzar audiencias y un reproche de lo jodida que es la vida cuando se tuerce. Casi se echa de menos cuando la puerta giratoria los escupía para calentar un consejo de administra­ción porque al menos, tras la corbata, la apariencia de dignidad permanece intacta.

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