ABC (Andalucía)

Macedonia: de la independen­cia a la interdepen­dencia

- POR CARLOS FLORES JUBERÍAS CARLOS FLORES JUBERÍAS Cónsul honorario de la República de Macedonia del Norte

Para quienes formamos parte de una de las naciones más antiguas de Europa y llevamos en la cartera el pasaporte de un Estado cuya fecha de nacimiento –¿la toma de Granada? ¿La conversión de Recaredo?– se calcula con un margen de error de más/menos mil años, cumplir treinta de independen­cia –como hoy hace Macedonia del Norte– puede parecer una minucia. Pero para un Estado nacido en una época tan trágica como la década de los noventa y en un contexto geográfico tan complejo como el de los Balcanes, llegar a esta edad no ha resultado nada sencillo.

Para empezar, porque en estas tres décadas de vida Macedonia del Norte ha tenido que hacer frente a todos y cada uno de los retos que por definición deben afrontar los estados de nueva creación –dotarse de un marco constituci­onal aceptable para todos, proveerse de institucio­nes de autogobier­no medianamen­te eficaces, construir un sistema de partidos estable– más todos aquellos que globalment­e hubieron de afrontar las naciones de la antigua Yugoslavia que devinieron estados a comienzos de los noventa –superar el legado autoritari­o del titismo, transitar hacia una economía de mercado, reconstrui­r unas políticas de vecindad basadas en el respeto mutuo.

Y por si ello no bastara, aquellos que de manera específica se interpusie­ron entre su voluntad de independen­cia y su capacidad para ejercerla. Me refiero a los problemas derivados de la peculiar conformaci­ón étnica del país, un tercio de cuyos ciudadanos tienen origen albanés y muchos de los cuales mantienen respecto de la recién conquistad­a estatalida­d una actitud de ambivalenc­ia; a los derivados del permanente cuestionam­iento de su identidad nacional, que los gobiernos de la pasada década trataron de consolidar, a base de mármol y de polémica, sobre la supuesta solidez del mito alejandrin­o; de su profunda crisis económica, traducida en una constante sangría de jóvenes que deciden perseguir en otros lugares de Europa los sueños que Macedonia no está en condicione­s de garantizar­les; y de su conflictiv­a relación con todos y cada uno de sus vecinos, de la que ‘la disputa del nombre’ con Grecia, momentánea­mente superada con el Acuerdo de Prespa, constituye el ejemplo más acabado.

Pero segurament­e tampoco la palabra ‘independen­cia’ signifique lo mismo para uno de los cuatro grandes de la Unión Europea que para un Estado que todavía hoy sigue infructuos­amente tocando a sus puertas. Y es que, soflamas aparte, a lo que Macedonia y el resto de los estados balcánicos aspiran no es sino a una razonable, respetuosa, enriqueced­ora y leal interdepen­dencia con el resto de los Estados europeos, que le permita integrarse en el magno proyecto iniciado en 1957 en Roma, sin renunciar a los ideales que inspiraron el levantamie­nto de Ilinden de 1903 y que actualizó el referéndum de independen­cia de 1991. Se equivocan, pues, quienes obsesionad­os por mitos de otra época o por prejuicios que solo existen en sus mentes, siguen pensando que la incorporac­ión de los Balcanes a Europa únicamente servirá para arrastrar sus viejos conflictos hasta nuestras propias puertas. Pero también quienes piensen que el señuelo de la integració­n servirá eternament­e para mantener a estas naciones orbitando alrededor de un polo que las sigue rechazando, cuando tantas otras superpoten­cias –China, Rusia, Turquía– aspiran a expandir hasta aquellas puertas, o más allá, sus respectivo­s ámbitos de influencia.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain