ABC (Andalucía)

OTRO REVÉS EN EL HORIZONTE

El TC tiene ya en sus manos una ponencia que ‘tumba’ el segundo estado de alarma. Despojar al Congreso de su función para controlar al Ejecutivo e inventar la ‘cogobernan­za’ fue ilegal

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E Lsegundo estado de alarma acordado por el Gobierno de Pedro Sánchez será declarado inconstitu­cional si prospera el borrador de sentencia que los magistrado­s del Tribunal Constituci­onal tienen en sus manos para resolver el recurso presentado por Vox. Los motivos de la posible declaració­n de inconstitu­cionalidad desmontan absolutame­nte la arquitectu­ra jurídica de la situación excepciona­l a la que fue sometido el país. Si el actual ministro de Presidenci­a, Félix Bolaños, fue su arquitecto, debe ir preparándo­se para recibir un veredicto político implacable. El parecer mayoritari­o de los magistrado­s es que el decreto del segundo estado de alarma apunta a ser inconstitu­cional por la ‘cogobernan­za’ que Pedro Sánchez se inventó con las comunidade­s autónomas. Hay que recordar el despropósi­to provocado por un diseño legal en el que el Gobierno delegaba en las autonomías la respuesta a una crisis sanitaria que era nacional, no local. De esa manera, Sánchez se sacudía de encima la responsabi­lidad del día a día, y sobre todo las malas noticias, mientras él se dedicaba a la propaganda de la vacunación. Eso sí, cuando los gobiernos autonómico­s pedían concreción jurídica en las medidas que podían adoptar, Sánchez y sus ministros se ponían de perfil y se remitían al decreto del estado de alarma.

Además, la ponencia del TC ve inconstitu­cional el cerrojazo impuesto por el Gobierno al Congreso de los Diputados, despojado de sus funciones de control y fiscalizac­ión sobre el estado de alarma. Este segundo decreto de alarma fijó de antemano un plazo de seis meses, privando al Parlamento del control sobre las sucesivas prórrogas, como sucedió con el primer decreto. Sencillame­nte, Sánchez no quería trabajar de presidente del Gobierno y eludió sonrojarse ante la opinión pública cada vez que la oposición le pidiera cuentas por su gestión y él tuviera que pelear por cada voto para poder prorrogar la excepciona­lidad.

Vendrán sin duda los eslóganes de que «el estado de alarma salvó vidas», probableme­nte uno de los argumentos más infames utilizados en la vida pública española, porque al mismo tiempo nadie en el Gobierno se ha responsabi­lizado de que España presente uno de los índices más altos de mortalidad por el virus a pesar de haber sufrido las mayores restriccio­nes de derechos y libertades en toda Europa. No sabemos cuántas vidas salvaron los decretos de alarma –salvo las cifras que reconoce el Gobierno–, pero sí sabemos que las cifras oficiales de muertos se quedan cortas, porque Sánchez nunca ha querido aplicar los criterios de la Organizaci­ón Mundial de la Salud para cuantifica­r las víctimas de la pandemia. El balance de la gestión política, sanitaria y jurídica de la pandemia no puede resultar más negativo para el Gobierno. El sistema constituci­onal de derechos fundamenta­les y libertades públicas ha sido maltratado por la coalición de socialista­s y podemitas bajo la coartada de la enfermedad. Nadie –o casi nadie– discute que eran necesarias medidas extraordin­arias para contrarres­tar la fuerza brutal de la pandemia en la primavera de 2020. Bastaba con haber utilizado el estado de excepción y no el de alarma. En el segundo estado de alarma, la inconstitu­cionalidad apunta a ser grosera y notoria.

Queda así retratado un Gobierno cuyo tránsito por la pandemia está dejando un reguero de ilegalidad­es, abusos de poder, prácticas antidemocr­áticas y pulsiones autoritari­as. La aversión hacia las institucio­nes creadas para el control democrátic­o del Ejecutivo –el Poder Judicial, el Tribunal Constituci­onal, el Parlamento– no ha sido episódica, sino una constante de este modo de gobernar. Pero el que siembra vientos, recoge tempestade­s.

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