Camino de la decadencia
Cada vez hay más voces autorizadas que dan por hecha la caída de la civilización en la que hemos crecido
NO es fácil elegir el mal menor. O damos por buena una Administración de Justicia abocada al colapso, dirigida por interinos y sostenida por jubilados, o nos conformamos con una clase política incapaz de mantener como Dios manda la estructura institucional del Estado. Es verdad que el PP ha cambiado de criterio innumerables veces, en una suerte de baile de la yenka que deslegitima su última postura, y que debería sentirse obligado a respetar una ley –la vigente– nacida del pacto que impulsó en 2001 un ministro de su escudería. Pero también lo es que a quien pagamos para que resuelva los problemas patrios no es a la oposición, sino al Gobierno elegido en las urnas. Sánchez sabe que la Ley Orgánica del Poder Judicial es insostenible porque no hay ningún partido, extramuros de Frankenstein, que esté dispuesto a mantenerla. La suma de tres quintos necesaria para renovar el CGPJ es un imposible aritmético sin el acuerdo previo de los dos hemisferios del Parlamento. Salta a la vista que estamos irremisiblemente condenados a cronificar el problema mientras no cambien las reglas.
Pero al Gobierno se la sopla. Vivimos en un mundo en el que resolver los problemas no está de moda. Ese es uno de los signos distintivos de los malos tiempos que nos ha tocado vivir. No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que al mundo le falta una tuerca. Cada vez hay más voces autorizadas que dan por hecha la caída de la civilización en la que hemos crecido. Los oteadores del cataclismo aún no saben si el hundimiento será inmediato. Ningún imperio se desmorona de golpe. Cuatrocientos años antes de que Alarico saqueara Roma, Nerón asesinó a dos esposas y a su propia madre. Nosotros llevamos suicidándonos desde hace más de un siglo. Spengler escribió el primer volumen de ‘La decadencia de Occidente’ en 1918. Mentiría si dijera que soy capaz de entender a la perfección los argumentos de fondo que justifican un pronóstico tan pesimista, pero tampoco sé gran cosa de mecánica y sin embargo puedo constatar la avería de una lavadora.
Muchas de las cosas que veo a mi alrededor no me parecen propias de un mundo que esté en sus cabales. Nos disponemos a fabricar carne artificial para evitar el impacto que producen las flatulencias de las vacas en el medio ambiente, preferimos apagar la luz a asumir el coste de la energía, deploramos el esfuerzo y la memoria como método de aprendizaje, dejamos que el Estado controle nuestros hábitos y aplaudimos que haya centinelas de lo inadecuado apostados en las redes sociales dispuestos a lapidar al primero que se rebele contra la mentalidad preservacionista que se ha apoderado de nuestra era. A mí me cuesta pensar que a la civilización occidental le quede un corte de pelo, pero pincho de tortilla y caña a que si tal cosa sucede será por dejación de funciones de la clase dirigente que nos ha traído hasta aquí.