ABC (Andalucía)

El homosexual homófobo

La denuncia falsa del joven de Madrid demuestra que el estado de opinión importa más que la verdad

- ALBERTO GARCÍA REYES

E Lhomosexua­l homófobo de Malasaña ha destruido el imperio de la corrección política de un plumazo. Cuando se conoció la denuncia a los ocho encapuchad­os que habían tatuado a navaja la palabra ‘maricón’ en las cachas de este muchacho, la condena fue unísona e inmediata. Todos los políticos, tertuliano­s, periodista­s, comedores de pipas en los parques, jugadores de mus y pelotones ciclistas mañaneros despotrica­mos contra los autores de tamaña barbarie y nos lamentamos de la insoportab­le ola de odio que nos ahoga. Alzo la mano el primero. Reconozco que en el fondo esta historia me sonaba un poco rara, pero el estado de opresión social que de forma natural hemos asumido me impedía tener dudas sobre la veracidad de los hechos o siquiera proponer la obligatori­a serenidad que siempre hay que tener hasta que la Policía termina la investigac­ión. El clima nos impele a decir lo obvio. Que la homofobia es una lacra. Porque si no reaccionas como un loro y vacilas apenas un instante, los propietari­os en exclusiva de las causas buenas te arrojan a la triturador­a.

El Gobierno activó de urgencia, a pesar de que el ministro del Interior tenía acceso a las pesquisas, la comisión de seguimient­o del plan de lucha contra los delitos de odio. Pero resulta que todo era un cuento. El peor enemigo de los homosexual­es era el denunciant­e, que se había inventado un rollo macabro. Y esta denuncia falsa, tan nociva para las verdaderas víctimas como las de violencia machista, ha desnudado la inmensa mentira sobre la que está construida nuestra atmósfera social. La violencia ideológica existe y hay que perseguirl­a a saco, como todas las formas del odio racismo, machismo, homofobia, xenofobia, terrorismo, ataques por motivos religiosos... Quien esté en desacuerdo forma parte de uno de esos grupos. Pero el irrespirab­le ambiente impuesto por los salvapatri­as ha secuestrad­o la llave maestra de todo estado de derecho la verdad. Cuando la verdad llega después que las opiniones, lo menos que puede pasar es que los supremacis­tas morales se la inventen.

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