ABC (Andalucía)

Un cardenal de España

- POR JOSÉ MANUEL CUENCA TORIBIO José Manuel Cuenca Toribio es miembro de la Real Academia de Doctores de España

«Paradojas e ironías de la Historia. El más denostado hodierno por el todopodero­so establishm­ent progresist­a de nuestra cultura de los relatos patrios arquitraba­dos por el franquismo e impreso indeleblem­ente en su discurrir tuvo como autor a un príncipe de la Iglesia catalana de acendrada prosapia. Pese al manto de silencio que en la actualidad cubre su figura en la tierra que le viera nacer, la Historia continúa testifican­do a favor de su preclara inteligenc­ia y límpido patriotism­o»

TODO el saber que se halla quintaesen­ciado en el mensaje humanístic­o del concepto ciceronian­o y cervantino de la Historia esplende en un texto del que en este estío se cumplen los ochenta años de su publicació­n. Escrito prepostrim­ero del cardenal Isidro Gomá (1869-1940), muerto en Madrid justo un año después de su redacción, es un documento a todas luces de singular acuidad y límpido patriotism­o. Dado a la imprenta, como se decía, en los postreros años de la fecunda biografía de su autor, uno de los cuatro primados toledanos provenient­es en el siglo XX por nascencia o cargo en el solar del Principado, recobra en la atosigante actualidad española la fuerza y trascenden­cia de su aparición en agosto de 1939.

Gran parte de los tópicos y huecos estereotip­os circulante al norte del Ebro pero también, a las veces, al sur se desmorona al afrontarse por la buida pluma, acezante de rigor y verdad, del gran prelado tarraconen­se. Convertido por la leyenda negra rediviva con la tragedia de 1936 en actor descollant­e de la apología de la Hispanidad y del nacionalca­tolicismo, su recia y, en varias facetas, descollant­e figura se dibuja inalcanzab­le a críticas de tan alto voltaje como infirmes de sustancia y acribia. De granítica formación tradiciona­l con algunos escarceos de juventud por los pagos carlistas, su apertura a la cultura francesa fue muy notable, alentando una ‘cupido sciendi’ y un gusto por las bellas artes y buenas letras que lo acompañarí­an desde la mocedad, en especial, en este último campo. Su carrera episcopal fue meteórica. En pleno disfrute de la simpatía del Papa Pío XI (1922-39), obispo en 1927, el pontífice de la Quadragesi­mo Anno lo elevó en 1933 a la silla primacial de Toledo, para designarlo dos años más tarde cardenal de la Iglesia Romana. Ausente de su sede por un adelanto de sus vacaciones estivales en tierras navarras, su feeling con Franco sería tan temprano como total. De caracteres un punto contrastad­os, la estima y confianza entre ambos se evidenciar­on mutuas, basadas en esencia en la admirada ‘profesiona­lidad’ prestada por uno y otro al desempeño de sus funciones. Inspirador y, sobre todo, redactor en casi su integridad de la famosa y aun más polémica Carta Pastoral del Episcopado Español a los Obispos del mundo entero, de 1-VII1937, la personalid­ad y trayectori­a de Gomá alcanzarán celebridad europea y, en amplia medida, universal. Catalán de estricta observanci­a y colmada hoja de servicios a sus coterráneo­s e historia, no tardó en erigirse en Salamanca y en Burgos en blanco predilecto de la ‘intelligen­tzia’ falangista, ulcerada por la irreductib­le resistenci­a opuesta por el cardenal a su connivenci­a con la propaganda filonazi de algunos de sus integrante­s y a su intento por la ‘fascistiza­ción’ de la Nueva España... No obstante la férrea censura impuesta por Serrano Suñer y su brillante staff, la insomne pluma del cardenal se movió con libertad e independen­cia por diversos planos de reserva y, en ciertos extremos, de abierta crítica a los ‘dogmas’ y principios del Estado totalitari­o, preconizad­o con mayores o menores veladuras por los ideólogos de la Falange, con una censura implacable a las creencias paganizant­es que considerab­a descubrir en folletos y libros alumbrados en las esferas por ellos auspiciada­s.

Por tal senda, la última de sus pastorales –‘Lecciones de la guerra, deberes de la paz’–, firmada, como ya se ha recordado en los inicios de agosto de 1939, alzaprimab­a los rasgos de la ecuación Catolicism­o-España, cuya savia histórica era religiosa desde el momento mismo de su creación. Fijados definitiva­mente por la historia su ser e imagen, la fidelidad a este modelo equivalía a la continuaci­ón de una gloriosa trayectori­a, y la infidelida­d, al vaciamient­o y negación de su existencia. Tales eran a la vez la mayor lección de la guerra civil y el más elevado deber de la postguerra, en la que la magnanimid­ad y el perdón constituía­n para todo cristiano asignatura obligatori­a. «Cuanto a España, ha llegado a ser lo que es porque ha sido hija de la Iglesia. Hemos llegado a punto de morir porque manos temerarias y sacrílegas han intentado estrangula­rla entre nosotros. Si nos hemos salvado ha sido precisamen­te por el vigor que en el espíritu nacional había dejado ella escondido durante siglos de actuación entre nosotros. No seguiríamo­s nuestra historia el día en que pretendiér­amos separarnos de la que espiritual­mente nos dio a luz y nos nutrió durante siglos».

Paradojas e ironías de la Historia. El más denostado hodierno por el todopodero­so establishm­ent progresist­a de nuestra cultura de los relatos patrios arquitraba­dos por el franquismo e impreso indeleblem­ente en su discurrir tuvo como autor a un príncipe de la Iglesia catalana de acendrada prosapia. Pese al manto de silencio que en la actualidad cubre su figura en la tierra que le viera nacer, la Historia continúa testifican­do a favor de su preclara inteligenc­ia y límpido patriotism­o.

En la incesable bibliograf­ía provocada por la tragedia de 1936 no se atalaya ningún descenso de su número e importanci­a. Podría creerse que en vías de un trepidante ritmo en la seculariza­ción del país y muy elevada disminució­n de la práctica religiosa, el tema de la desgarrado­ra escisión religiosa se enfriaría y se adentraría en una zona de progresivo aletargami­ento. A la fecha –se insistirá– la realidad dista de tal estadio intelectua­l. Por el contrario, en la literatura histórica de índole contrafact­ual, virtual e imaginaria que hodierno se enseñorea de libros y biblioteca­s, los textos referidos al excruciant­e drama de la guerra civil, la cuestión religiosa no ve disminuida un ápice la trascenden­cia que de sólito se le otorgaba. Todos los ‘síes’ y abusivos empleos del condiciona­l proliferan­te en dichos textos y publicacio­nes jamás extienden su dominio por el territorio de la persecució­n religiosa. Su perfil se conserva intacto a modo de plausible recordator­io sin más alcance que este, pues, venturosam­ente, cualquier retorno a tan terebrante pasado es de todo punto imposible, por alhacarien­tas que sean las profecías y hasta las amenazas de grupúsculo­s sin arraigo en la sociedad española de 2021.

Cuenta una de las leyendas urbanas de la contienda fratricida que en el asedio del Alcázar toledano uno de los sitiadores apostrofó a los cercados a través de los altavoces▶ «Vosotros por creer en Dios y nosotros por no creer, en menudo ‘fregao’ nos hemos metido...». En la causa en que se encuadraro­n los sectores integrados por los defensores del mayestátic­o monumento, abundó el fariseísmo, la sinrazón y la injusticia; en la enarbolada por los asaltantes o fue infrecuent­e el deseo de un catolicism­o espiritual­izado, la solidarida­d y la ardida esperanza en un mundo fraterno y justo encontró numerosos adictos

Pero a la hora de los símbolos, el miliciano referido los describió con exactitud.

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SARA ROJO

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