Lastra, pala en mano
La vicesecretaria del PSOE critica el pasotismo de los dirigentes defenestrados
ADRIANA Lastra está convencida de que ella echó a Franco de el Valle de Los Caídos tras exhumarlo a paladas. Este fin de semana ha comenzado su nueva etapa «para dejarse el alma» por el PSOE en el Pozu Funeres, infausto escenario de las ejecuciones, en 1948, de decenas de mineros de militancia socialista que fueron arrojados vivos a la sima, y sus gemidos agónicos silenciados para siempre mediante cargas de dinamita. «Me comprometí a sacar al dictador y lo sacamos». Aludía la exportavoz parlamentaria a las palabras que pronunció hace tres años en ese mismo lugar del concejo asturiano de Laviana. Promesa cumplida. Pala en mano.
Aplicada a la memoria democrática y a cargar contra los discursos de algunas fuerzas políticas que «generan odio» (y dale) es probable que Lastra no alcanzase a discernir si lo que le prepararon este sábado sus paisanos fue un homenaje o un acto de consuelo por su caída en el hemiciclo, que ha encajado con escasa deportividad, sorprendentemente ajena al uso instrumental que Sánchez, como todo envanecido, hace de las personas.
La poltrona de Ferraz es para ella el último asidero frente al abismo, por lo que, al margen de disimular su sectarismo ideológico bajo la chupa vaquera y un puñado de causas respetables, pondrá todo el esfuerzo en conservarla.
En su equipo no hay mujeres porque prefiere rodearse de hombres. Y con ellos comparte la indignación de no verse ayudada en la tarea de apuntarse una adhesión histórica en la próxima reelección de Sánchez como secretario general de un PSOE que ya no lo es.
Se permite incluso amagar con buscar las vueltas a los que, como ella, han sido arrumbados una vez cumplieron lo que se les pidió▶ no nota su implicación tras haber recibido una patada en el culo. Y no se lo explica. Tampoco las federaciones territoriales están por la labor, indignadas con el rumbo de una formación en la que el espíritu de solidaridad en los cuadros ha sido suplantado por el recelo entre sus dirigentes. Y, encima, el congreso federal de octubre se celebra en Valencia. No se lo explica.