Luis no me ha llamado
Mi editor Luis Enríquez me dice siempre, sobre los incendios que a veces mis artículos causan, que sólo me preocupe si él me llama. Y en los 6 años que llevo en ABC nunca me ha llamado como no haya sido para ir a cenar con nuestras familias y amigos. Ustedes con Cataluña tienen que creerme como yo confío en Luis. Si yo no les llamo es que no hay de qué preocuparse. Si les digo que el independentismo ha sido derrotado, háganme caso.
La victoria la sembró la actuación policial el día del referendo ilegal, la proclamó el discurso Rey y la concretó el presidente Rajoy aplicando el artículo 155. Todo lo demás, por aparatoso que haya resultado, han sido sólo supuraciones de la herida▶ molestas, sin duda, pero ya sólo era el enfermo siendo tratado en el hospital y no la soldadesca dando guerra. Lo que ustedes han de entender es que yo sé más de política catalana que toda la prensa catalana junta. Primero porque les conozco a todos –y cuando digo «a todos» me refiero a políticos y también a los periodistas– desde hace mucho tiempo, y sé cada uno de ellos por dónde se compra, por dónde se vende y por dónde se rompe; y quién tiene las propinas preparadas para las tres eventualidades. Además, a diferencia de todos ellos, yo no conocí el lujo haciendo encuestas, resolví de niño mis urgencias, y hablo con personas mucho más importantes de dentro y de fuera de sus círculos enfermizos.
Hay una periodista en La Vanguardia que se llama Isabel García Pagán. Sus artículos son como la llamada de mi editor pero al revés. Cuando escribe sus panfletos independentistas revela sin querer el grado concreto de desesperación de la causa, y queriendo difundir su propaganda con su prosa alfombrada, su alfombra es tan barata que se transparenta el grado de angustia que pretendía esconder debajo. Es lo que tiene lo barato, que deja a la intemperie los terrores de los que más de uno quería protegerse. Para escribir en serio, para poder vivir en el centro de lo que ocurre y poder contarlo, has de poder pagar tu precio –para que no vengan otros a pagarlo– y has de poder pagar el de los demás, para que cuando se doblen se vierta sobre ti toda la información de las pobres almas perdedoras de las que está hecha tu tierra. ¿Cómo creías que se gana? ¿Por qué creías que siempre pierdes? El drama de Isabel –y no la tomo con ella en lo personal, sino por la metáfora que encarna de la derruida prensa catalana– no sólo es que no tiene las propinas preparadas para acceder donde se realiza el verdadero poder; sino que ella suele ser la propina, y nunca le va a dar el talento para entender ni por cuánto ni por quién ni –sobre todo– por qué.
Ha sido el independentismo, sin que la ayuda de España haya sido necesaria, quien se ha infligido su derrota más severa, personal y colectiva. Llevo más de 20 años comiendo cenando y tasando a periodistas y políticos catalanes, y entre ellos, muy especialmente, a los que tantas veces me perdonaron la vida y me dijeron que por no ser independentista no era tan buen catalán como ellos. Hoy ya no se atreven a decírmelo, porque ni el más enemigo de los ejércitos podría haber provocado mayor destrozo que el que han provocado ellos. Y también porque saben que yo sé que en la contabilidad de sus trampas, y de su precio, y en quién lo paga, está la gran victoria de España. Hasta el más rebelde de los gritones indepes tiene hoy su sección en un programa de TV3, Rac1 o Catalunya Ràdio. Siguiendo en la mayoría de los casos mi consejo, el sistema ha actuado con inteligencia y no ha hecho falta que nos pusiéramos a descuartizar a los más fieros Braveharts. ¡Qué pereza! Ha bastado con que les diéramos sopa, y mientras ellos la tragaban, contentos de comer caliente y de llegar por primera vez a fin de mes, les hemos reducido a majorettes de varietés de provincia. Cautiva y desarmada, su verborrea ha sido folklorizada. Y es dato que igualmente su luz aporta que los dealers que operan sobre todo en Barcelona comentan encantados que por fin están cobrando al día.
Es la nueva tendencia que hay que tomar en cuenta▶ a los irredentos ya
Hasta el más rebelde de los gritones indepes tiene hoy su sección en un programa de TV3, Rac1 o Catalunya Ràdio
A la Cataluña cínica la hemos sentado a negociar en una mesa que es de claudicación aunque la hayamos llamado de diálogo
no es moderno, ni europeo, silenciarlos o matarlos. Es más homologado, aunque yo sinceramente creo que más humillante y cruel, maquillarlos y exhibirlos de payasos, como hemos hecho con los indultados, rebajados a souvenirs de la derrota que pronto se irán de gira por los teatros de los pueblos presentando sus monólogos carcelarios y cantando Els Segadors con la mano en el pecho y la platea puesta en pie al final de cada acto. Pagán escribirá encendidas crónicas sobre tales aquelarres, y a los charlatanes les victimizará como a héroes y hasta mártires. Pero de fondo, la única verdad será que habiendo sido más listos –y no más brutos– que ellos, habremos convertido sus propios derramamientos en su peor escarnio, sin tener que añadir nada; y aunque ellos todavía crean que hacen gracia, el beneficio real de cada función irá a nuestras arcas y el chiste verdaderamente gracioso es el que luego contamos nosotros sobre su derrota humillada.
Lo que fue la Cataluña hiperventilada es hoy la Cataluña narcotizada, con toda clase de sopa propinada, porque desde Prat de la Riba y Josep Pla –por citar a uno de cada– todo el mundo con dos dedos de frente se dio cuenta de que a un catalanista, lo más barato es comprarlo. A la Cataluña cínica la hemos sentado a negociar en una mesa que es de claudicación aunque la hayamos llamado de diálogo, porque puestos a mantener con vida al pre cadáver siempre es mejor que la herida no salpique demasiado. En la calle queda un resto, de carga vírica ya muy baja, que nos permite cronificar la enfermedad mientras llegamos a curarla.
No sólo España ha ganado sino que lo ha hecho por incomparecencia del contrario, y el independentismo se ha derrotado tanto a sí mismo que su propaganda ya ni alcanza a hoja de ruta o programa político y ha quedado reducida a souvenir que se vende en las paradas de ‘collonades’ los días que el furor regional celebra aún sus desmanes.
Y nada más. De verdad. Créanme. Yo sé de qué les hablo y Luis no me ha llamado.