ABC (Andalucía)

El hambre llama a las puertas del ‘emirato’

La sanidad afgana está al borde del colapso tras la suspensión de ayudas de los donantes internacio­nales por la llegada de los talibanes

- MIKEL AYESTARAN ENVIADO ESPECIAL A KABUL

Esta es una guerra en la que de nada les servirán a los talibanes los viejos AK-47 de los que no se separan ni para rezar

Khassem tiene cinco meses y acaba de llegar a los 3,54 kilos, cien gramos más que el viernes, fecha en la que ingresó en la Unidad de Desnutrici­ón del hospital infantil Indira Ghandi de Kabul. Susane Sashebzada, jefa de Enfermería de esta unidad, repasa la ficha del pequeño mientras la madre trata de ponerle el pijama con mucho cuidado de no dañarle. Su piel es amarillent­a y sus huesos están tan marcados que parecen pueden salir a la luz en cualquier momento. Te mira desde la cama con unos grandes ojos negros, pero no te ve. Apenas parpadea. «Esto es una catástrofe, no hay otra palabra para definirlo, nunca habíamos vivido una situación igual. Cada día recibimos decenas de nuevos casos, estamos desbordado­s», comenta con impotencia Sashebzada.

El hospital Indira Ghandi tiene 360 camas, pero ha tenido que hacer milagros para acoger a 450 enfermos. «Otros muchos llegan y se van porque no tienen dinero para los tratamient­os. No tenemos todas las medicinas necesarias y las familias no tienen dinero para poder comprarlas en las farmacias, así que se llevan a los pequeños de vuelta a casa», asegura la jefe de Enfermería. Está agotada física y mentalment­e. El personal de los hospitales públicos de Afganistán lleva dos meses sin cobrar y en el caso del Ghandi han perdido hasta el servicio de cocina, con lo que cada uno debe comprarse la comida al final de la jornada. «Si esto no cambia pronto no vendremos a trabajar, yo estoy desesperad­a por salir de aquí porque no hay futuro», confiesa Sashebzada.

Mientras los talibanes siguen bajo el efecto cegador de la victoria militar y se dedican a prohibir hacer deporte a las mujeres o a establecer un sistema segregado en las universida­des, la mitad de la población del país necesita asistencia humanitari­a y un millón de niños están en riesgo de sufrir desnutrici­ón aguda, según alerta Unicef. En el Ghandi de Kabul las estadístic­as de este organismo de Naciones Unidas tienen cara y nombre. «Los talibanes llegaron aquí tras la toma de la capital y lo primero que nos dijeron es que no hay problema para que las mujeres puedan seguir desarrolla­ndo su labor en el mundo de la sanidad», apunta Noorulhaq Yousufzai, director de este centro desde hace trece años. La entrevista con el director se desarrolla en su despacho, con la presencia de un talibán en la sala. Frente a las quejas del personal y la situación extrema en unidades como la de desnutrici­ón, Yousufzai responde de forma escueta que «no hay cambios desde la llegada del ‘emirato’, aquí todo sigue igual».

El director tiene razón, la crisis humanitari­a en el país no es solo consecuenc­ia de la victoria talibán, pero la inestabili­dad generada por el cambio de régimen, el desplazami­ento masivo de población y el colapso económico han agravado la situación. «Si la tendencia actual continúa, Unicef predice que un millón de niños menores de cinco años sufrirán desnutrici­ón aguda grave, una enfermedad potencialm­ente mortal», recogió en un comunicado el director regional de la organizaci­ón para el Sur de Asia, George Laryea-Adjei.

Colapso sanitario

El sistema sanitario afgano, como casi todo en la administra­ción pública creada tras la invasión estadounid­ense de 2001, depende de las donaciones externas y la mayor parte de estas ayudas se han congelado desde la llegada del ‘emirato’. Aproximada­mente dos tercios de los centros de salud del país son parte de Sehatmandi, un proyecto de tres años de más de 500 millones de euros administra­do por el Banco Mundial y financiado por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacio­nal, la Unión Europea, el Banco Mundial y otros actores internacio­nales que desde la llegada de los talibanes han optado por suspender sus ayudas. El sistema está al borde del colapso, a la espera de una mano externa salvadora, pero cada día que pasa la población es más y más vulnerable, sobre todo los niños.

La llegada de niños es constante a la Unidad de Desnutrici­ón. Hay días en los que tienen que colocar a dos pequeños por camita. Las familias con algo de dinero pueden traer desde el exterior Meropenem, antibiótic­o que se usa en el tratamient­o de infeccione­s severas de estómago, pero la mayoría solo puede esperar un milagro. «La situación es crítica. Las tasas de desnutrici­ón crónica del 30 por ciento se considera oficialmen­te una emergencia», es el balance de Mike Bonke, director para Afganistán de la ONG Acción Contra el Hambre (ACH), quien alerta que «con la ayuda humanitari­a y el sistema financiero interrumpi­dos, una situación ya difícil ha empeorado».

Junto a Khassem, otros siete pequeños comparten habitación en Kabul. Abasin, de nueve meses, no para de llorar en los brazos de su madre, que ya no sabe de qué forma abrazar al pequeño. Mohamed Yousef, de tres años, es el mayor y observa a todos los demás sentado en su cama, con una bolsa de galletas a sus pies. «Necesita una operación urgente, pero no sé cómo la vamos a pagar», lamentan sus padres mientras sacan de un sobre las últimas radiografí­as que han hecho al pequeño en las que han gastado todo el dinero que traían de Baghlan, al norte de la capital. Pesa seis kilos.

El hambre llama a las puertas del ‘emirato’ y ahora son los talibanes quienes deben tender puentes con el exterior que les permitan mantener las ayudas que pueden salvar las vidas de muchos niños como Khassem, Abasin, o Yousef. Esta es una guerra en la que de nada les servirán los viejos AK-47 de los que no se separan ni para rezar.

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// M. A. Una madre afgana mira a su bebé, en la Unidad de Desnutrici­ón del Hospital Infantil de Indira Ghandi, en Kabul
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