ABC (Andalucía)

Un libro hunde el mito de la ineficacia de la Armada previa a Trafalgar

∑El especialis­ta Rafael Torres Sánchez muestra los entresijos de la Marina española en su edad de oro ∑Más allá de batallas o hechos individual­es, los datos revelan una administra­ción muy bien calibrada

- CÉSAR CERVERA

Como correspond­e a una nación acostumbra­da a enseñorear mares enteros, la imagen histórica de la Armada española navega por los extremos. A popa o a proa. Desastre o gloria. Trafalgar o Blas de Lezo... Con los garrotes en la mano, no hay espacio para los matices, ni para explicar las complejas evolucione­s que vivió la Marina ilustrada. El siglo XVIII se vislumbra como un largo naufragio, pero fue todo lo contrario. «La máxima extensión territoria­l del Imperio español se alcanzó en 1790, justo cuando la Armada estaba en su punto álgido y, en cambio, cuando Inglaterra acababa de perder una cuarta parte de su imperio y Francia más de la mitad. ¡Ostras con la decadencia española!», ironiza el historiado­r Rafael Torres Sánchez, autor de ‘Historia de un triunfo’ (Desperta Ferro Ediciones). Este monumental trabajo, con un océano de infografía­s e ilustracio­nes (130 edificios y 35 tipos de barcos reconstrui­dos con una minuciosid­ad que roza lo patológico), muestra el nivel tecnológic­o y profesiona­l logrado por la Armada en el siglo XVIII, al tiempo que solapa definitiva­mente el mito de la ineficacia y el caos que se forjó tras la derrota de Trafalgar (1805).

La flota que pereció en las costas gaditanas era heredera de la edad de oro de esta institució­n, pero más lo era de los doce años que siguieron a la crisis financiera de 1793. «La numerosa documentac­ión sobre Trafalgar transmite una idea de los marinos sin cobrar, mal vestidos, consecuenc­ia de más de una década de impagos, pero esa imagen fija no sirve para definir todo el siglo previo», señala Torres Sánchez sobre el deterioro provocado por los problemas económicos del reinado de Carlos IV.

Hasta la crisis financiera, la Armada no había dejado de crecer y de aumentar sus prestacion­es, de modo que se había convertido en la segunda más poderosa del mundo tras la Royal Navy. También era en la que menos escorbuto sufrían sus marineros y la que menos motines registró durante todo el siglo. Incluso los marinos situados en lo más bajo del escalafón estaban mejor alimentado­s, vestidos y pagados que la mayoría de la población. «Los datos dejan entrever una historia diferente; no puede ser todo casualidad», plantea el autor .

La decadencia era otra cosa

Rafael Torres Sánchez lleva dos décadas estudiando la contribuci­ón de la guerra a la construcci­ón de los Estados y al desarrollo nacional. Fue así como este catedrátic­o de la Universida­d de Navarra dio con una Armada en constante evolución. «Viendo la trayectori­a de españoles, franceses, ingleses, holandeses y otras naciones es fácil deducir que la decadencia era otra cosa. Mientras países que en otro tiempo habían sido grandes potencias navales, como Holanda, van hacia abajo en su logística, tecnología y formación, España no para de crecer en número de buques, calidad de los oficiales y en capacidad de operar en cualquier mar del globo».

‘Historia de un triunfo’ no es un libro pensado para glosar las victorias imperiales, sino para responder de forma comedida tanto al pesimismo que rodea a este periodo como al «exagerado optimismo» de los últimos años. «Por momentos el péndulo se está yendo al otro lado, como en los casos de Bernardo de Gálvez o Blas de Lezo, a los que en una década se les ha dedicado cientos de libros. Se presenta a estos personajes como héroes individual­es que salvan la honra de la Armada en situacione­s complicada­s, pero eso tampoco es cierto. Estamos hablando de un proyecto colectivo», apunta el autor del libro.

Este triunfo en equipo empezó a escribirse con la llegada de los Borbones a España. Aunque no se partió de cero, la flota legada por los Austrias se en

contraba en una situación «bastante lamentable» tras dos siglos de lucha contra una jauría de enemigos. «La gran aportación de la nueva dinastía es un avanzado sistema de administra­ción que conoce las necesidade­s de cada buque y que le permite operar a nivel global», considera el especialis­ta naval.

A lo largo de la centuria entraron en servicio casi 1.000 embarcacio­nes, siendo en el reinado de Carlos III cuando más buques se botaron, casi todos construido­s en los propios astilleros de la Monarquía católica (solo un 7% de barcos se compraron en el extranjero). «La Armada se muestra imaginativ­a y flexible a la hora de construir sus barcos; por ejemplo, al colocar un astillero en La Habana, el mayor levantado por una potencia europea fuera del continente», afirma Torres Sánchez.

A pesar de que el Ejército siempre recibió más dinero que la Armada, no faltó financiaci­ón para desarrolla­r una tecnología naval que por momentos superó a la de sus competidor­es. Así lo pudo constatar el marino y científico Jorge Juan, enviado a Londres como espía para obtener nuevos conocimien­tos. «Como es muy novelesco no se suele reparar en que, a pesar de su aventura como espía, los diseños que trae para construir buques eran peores que los que se usaban aquí», relata el historiado­r naval.

El talón de Aquiles

En los años treinta de ese siglo la captura del Princesa, bautizado por los británicos como HMS Princess, obligó a Londres a parar todo su programa de construcci­ón para copiar el diseño de este navío de línea. El mito del atraso tecnológic­o de España no se sostiene frente a estos datos, aunque resulte igualmente innegable que la Royal Navy siempre estuvo un escalón por encima de la Armada. «España se acerca a Inglaterra, pero la distancia es insalvable no por una cuestión de tecnología, sino de una organizaci­ón más centraliza­da y de más capacidad de evolución», precisa Torres Sánchez.

El verdadero talón de Aquiles de España fue la falta de una marina comercial fuerte, lo cual le privó de una cantera de pilotos y oficiales pagados con dinero particular pero disponible para servir en la Armada en casos de urgencia. «Es el gran fallo. Había dinero, talento, tecnología, memoria institucio­nal, pero el hecho de que la marina comercial no creciera al mismo nivel que la militar provocó muchos problemas a largo plazo», explica el catedrátic­o.

«La máxima extensión territoria­l del Imperio español se alcanzó en 1790, justo cuando la Armada estaba en su punto álgido»

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Palo mayor
Palo trinquete
Camarote de oficiales Camarote del comandante Rueda del timón
Alcazar y su batería Santabárba­ra
Bomba de agua Cabestrant­e combés
Caja de balas
Bodega y aguada
Leña y barriles de brea y alquitrán
Horno y fogón
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Mascarón de proa Retretes tripulació­n
Palo mesana Palo mayor Palo trinquete Camarote de oficiales Camarote del comandante Rueda del timón Alcazar y su batería Santabárba­ra Bomba de agua Cabestrant­e combés Caja de balas Bodega y aguada Leña y barriles de brea y alquitrán Horno y fogón Palo bauprés Mascarón de proa Retretes tripulació­n
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Galeotas
Fragata
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Jabeque
Navío de tres puentes
Balandra
Corberta
Lanchas cañoneras /RV GLVWLQWRV WL
SRV GH EXTXHV GH OD $UPDGD (navío de guerra, 140 cañones) (trasporte de suministro­s) (utilizada para el fuego de mortero) (escolta de la flota mercante) (navío de guerra, 112 cañones) Navío de dos puentes (navío de guerra, 74 cañones) (escolta de la flota mercante)
Navío de cuatro puentes Bergantín Urca Bombarda Galeotas Fragata Galeras Jabeque Navío de tres puentes Balandra Corberta Lanchas cañoneras /RV GLVWLQWRV WL SRV GH EXTXHV GH OD $UPDGD (navío de guerra, 140 cañones) (trasporte de suministro­s) (utilizada para el fuego de mortero) (escolta de la flota mercante) (navío de guerra, 112 cañones) Navío de dos puentes (navío de guerra, 74 cañones) (escolta de la flota mercante)
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(O QDYtR 0RQWDxpV Navío de guerra de la Armanda española del siglo XVIII, con 78 cañones, botado en 1794 en Ferrol

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