Todo es mentira
La tele se ha convertido en isla de las tentaciones para esos supervivientes que los partidos dejaron a la deriva
Ocurren cosas como la de la falsa manada de Malasaña. El país hiperventila y se tira las banderas de culpabilidad a la cabeza sin que nadie las enfríe
ALGUNA vez he comentado que el lema del siglo debería ser «Todo puede empeorar». El escenario actual, lamentablemente, insiste en corroborarlo. Suelo añadir una segunda sentencia para este siglo de pocas luces que no es menos contundente y derrotista▶ «Todo es mentira».
Esta semana me entero de que Ristro Mejide tiene un programa televisivo con ese título, definitorio de las circunstancias que rodean al mundo. Y parece que además se ha esforzado en el casting para atraer a expertos al plató. En el reestreno sentó como primer colaborador al exministro Ábalos, el del caso Delcy, y anunció como gran fichaje de temporada a Susana Díaz, a la que acompañan otros ex, como el que fuera vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado, Esperanza Aguirre o Celia Villalobos.
No sé cómo le irá a la nueva senadora –y todavía parlamentaria andaluza– en este panteón de políticos ilustres amortizados, fuera de esa zona de confort mediático circunscrita a la mesa política de Ana Rosa, donde sigue; pero va a tener que gastar más sentido del humor del que presume en un programa que mezcla guasa e ironía con la actualidad y en el que le aseguran entre risas que no va tener problemas para hablar de «perro Sánchez».
Que la tele se haya convertido en isla de las tentaciones para esos supervivientes que los partidos dejaron a la deriva dice mucho de cómo está la tele y la política. Tomárselo con humor, al menos, resta tensión al estado de permanente crispación en el que todo se discute en esa frontera tan española del garrotazo goyesco. Eso no quiere decir que el humor no sea un perfecto aditivo para la manipulación.
Las tertulias políticas perfectamente diseñadas para mostrar las entrañas de las dos Españas tienden a buscar culpables. Y ocurren cosas como la de la falsa manada de Malasaña. El país hiperventila y se tira las banderas de culpabilidad a la cabeza sin que nadie las enfríe. Así, el falso suceso se instrumentaliza para consumir al instante. Ni Marlaska –que parece buscar su sillón de tertuliano– recuerda ya sus acusaciones sobre Vox, ni Vox su vinculación de los hechos con la inmigración. Y luego se preguntan todos por el odio.
Esta semana hubo muchos ejemplos de ese odio que critican y difunden por igual los políticos▶ La sonrisa de Rufián ante la entrevistada que pide matar a Vox, la imagen de la pistola del artículo del exvicepresidente Iglesias, ahora colaborador de Gara, o el vídeo infame de esa todavía edil del PP en Moguer en el que desea la muerte a Pedro Sánchez por la subida de la luz… Pocos pueden tirar la piedra sin que les caiga sobre sus cabezas. Este país precisa más parlamento y menos tertulia. Si todo lo anterior es política, todo es mentira.