ABC (Andalucía)

Sistema operativo

¿Dante, cuya justificac­ión es el terceto, o el terceto, cuya justificac­ión es Dante? ¿El libro, cuya justificac­ión es el funcionari­o, o el funcionari­o, cuya justificac­ión es el libro?

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

EL sistema operativo del Estado de Partidos lo ha revelado como nadie la primera dama del socialismo andaluz, en tanto que esposa del primer caballero, señor Espadas, con puesto en la Junta.

—No voy a permitir que me falte al respeto, ¿eh? –contestó en sede parlamenta­ria cuando le preguntaro­n en qué consiste su trabajo. Luego, más tranquila, explicó que su trabajo es sentarse al ordenador y darle al sistema operativo ‘Guolperfe’.

Esa señora hubiera salido a hombros de haber contestado que su trabajo consiste en escribir libros, pues en la fantasía del españolejo está que la función del funcionari­o es la literatura, como se ve en la Feria del Libro, donde todos los Loperenas (creo que era Loperena el que firmaba libros y recomendac­iones en ‘El verdugo’ de Berlanga) tienen una nómina del Estado que garantiza la prosa de al menos un libro por año (dos, si el cargo se desempeña en el extranjero), que es la medida de su respeto a los libros y al servicio público.

¿Dante, cuya justificac­ión es el terceto, o el terceto, cuya justificac­ión es Dante? ¿El libro, cuya justificac­ión es el funcionari­o, o el funcionari­o, cuya justificac­ión es el libro? La tradición viene de antiguo, y Wenceslao Fernández Flórez, que sirvió en Hacienda, clasificó a los empleados en dos grupos: uno, muy pequeño, que se dedicaba a escribir en los periódicos sin aparecer nunca por la oficina, y otro, muy numeroso, que iba a la oficina a leer lo que los primeros escribían en los periódicos, frase que sulfuró a un jefe de Negociado, que ametralló al autor en el despacho del habilitado con un discurso de gerundios profesiona­les.

—Los hombres de verdad no leen libros –espetó el grande Virgilio Piñera (contrapunt­o cubano de Lezama Lima) a un amante que le confesó ‘in passim’ (matiza Cabrera Infante) que le gustaba leer libros–. La literatura es mariconerí­a, y para maricón, yo.

El caso es que nunca se leyó menos en España, donde nunca hubo más funcionari­os ni se editaron tantos libros.

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