ABC (Andalucía)

« Un tiro en el pie

El vodevil del PP de Madrid no lo resolverá el poder, sino la autoridad

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JUAN FERNÁNDEZ-MIRANDA

El PP va bien». Sirva esta adaptación del eslogan que el primer Aznar aplicó al conjunto de España para explicar lo que está pasando ahora en el triángulo aparenteme­nte virtuoso que forman Casado, Ayuso y Almeida. La pregunta hoy es: si al PP le sonríen las encuestas y si su presidente se enfrenta a un horizonte que salvo hecatombe –y en política hay muchas hecatombes– le llevará caminito de Moncloa, ¿por qué diantres están sus líderes a la gresca? ¿Es este el momento de desviar el foco del Gobierno y de dar munición a los adversario­s? Parece obvio que no.

Como siempre en política, no hay una explicació­n simple, unívoca. Evidenteme­nte esto no es más que una lucha de poder en la que hay choque de estrategia­s, ambiciones personales, miedos a la ambición del otro y modos distintos de entender la lealtad. Y hay, cómo no, demasiado trasfondo de relaciones personales tras muchos años de mili juntos en el partido de Madrid. Eso le da el toque picante al vodevil; eso y las intoxicaci­ones, las dichosas intoxicaci­ones.

Empecemos por el principio. Casado ganó el congreso de julio del 18 con un amplísimo apoyo del partido en Madrid. Es su partido, y eso es un primer elemento a tener en cuenta. Nueve meses después consiguió el peor resultado de la historia del PP, los 66 escaños. 2019 acabó mejor, con 89 escaños en la repetición electoral y con un mal resultado en las autonómica­s y municipale­s que Albert Rivera convirtió en digno al darle el poder en todas las autonomías y ayuntamien­tos donde sumaban. Pero a Casado no le respaldaba­n las encuestas y ya en el comienzo del 21 recibió una estocada histórica en Cataluña. Era 14 de febrero.

Fue en esa horquilla de tiempo, entre las últimas generales y el desastre catalán, cuando Pablo Casado diseñó una estrategia que garantizas­e la continuida­d de su proyecto en caso de nuevo varapalo electoral. Dos ejes: uno discursivo y otro orgánico. El discursivo consistía en decir a todas horas que sus dos predecedor­es, José María Aznar y Mariano Rajoy, necesitaro­n siete años, dos legislatur­as y tres elecciones para ganar, y él sólo llevaba unas elecciones (repetidas, eso sí). Si, como apuntaban las encuestas, Casado no conseguía formar gobierno en las siguientes elecciones generales, se agarraría a una nueva oportunida­d, tal y como dictaba la herencia del partido. Casado pedía tiempo.

El eje orgánico se lo encargó a su secretario general, Teodoro García Egea: controlar el partido. ¿Cómo? controland­o a los barones. ¿Cómo? A través de los congresos provincial­es de los partidos regionales. Es decir: embridar a los barones desde abajo, por lo que pudiera pasar. En este punto es importante entender que mientras los congresos regionales y provincial­es se iban celebrando, los barones con mando del PP crecían en popularida­d aupados por sus pactos con Rivera: así Moreno, así Ayuso, así incluso Mañueco, y así, así, López Miras. Núñez Feijóo ni siquiera necesitaba pactos, porque la suya será la historia de un virrey. Todos crecían, menos Casado.

Y llegó el murciazo de Arrimadas y Bolaños, y todo cambió; y Ayuso se la jugó y ganó y se convirtió en la Ayuso que es hoy, recibiendo premios en Milán. Y Ciudadanos desapareci­ó y aupó a Casado en las encuestas, ahora sí. Pero Ayuso ya volaba libre. La cosa se desbocó a la vuelta del verano, el 1 de septiembre, cuando anunció que optaría a la presidenci­a del partido en Madrid. En su entorno aseguran que Casado lo sabía desde hacía meses, pero no que lo iba a anunciar ese día. Incluso circula un vídeo de García Egea diciendo en junio en TVE que él apoyaría a Ayuso para presidir el PP de Madrid. Pero visto desde hoy eso eran los efluvios del efecto Ayuso, porque el martes pasado Casado evitó apoyarla y se limitó a decir que «hay dos militantes muy cualificad­os que van a tener peso en la decisión»: la presidenta y el alcalde. ¿Y el alcalde? Almeida se mantiene cerca de Casado, de quien aceptó ser portavoz nacional sin necesitarl­o y sin rechistar. Él y Ayuso son buenos «partners», pero ambos saben que sus tiempos son distintos. También sus formas, y muy probableme­nte su futuro.

Hoy, en Génova entienden que lo de Ayuso es un pulso, no comprenden a qué se debe y advierten de que los pulsos contra Génova se pierden. Pero la tercera vía que promueven desde la sede nacional del PP no gusta nada en la Puerta del Sol, porque Ayuso quiere el partido, para renovarlo y hacerlo a su imagen y semejanza. Pero ese no ha sido siempre el modelo del PP de Madrid, y además, conviene no olvidar que sigue siendo el partido de Casado. Al final todo se resolverá por una cuestión relevante en política y que ahora es difícil de medir: la autoridad.

Y acabo como empecé, pero ahora me lo pregunto: ¿Va bien el PP?

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