Carisma y liderazgo
¿Por qué las decisivas elecciones para dilucidar la sucesión de Merkel son también las más aburridas?
Al hilo de la estrecha relación trasatlántica que llegaron a forjar Barack Obama y Angela Merkel, se cuenta que el presidente de Estados Unidos solía insistir de manera persistente para que la líder germana asumiera una posición mucho más relevante en la política internacional. Con décadas de historia no siempre ejemplar a sus espaldas, y quién sabe si quizá con algo de ironía Merkel le llegó a contestar algo así como▶ «Lo último que el mundo necesita es otro canciller de Alemania carismático».
Desde Washington a Madrid, los procesos electorales de muchas democracias hace tiempo que se han convertido en shows de variedades, con sobredosis de banalidad. Aunque de esta mezcla del entretenimiento y la persuasión de votantes, conocida como la ‘espectacularización’ de la política, la ejemplar excepción parece ser Alemania. Una democracia que desde la posguerra ha evitado siempre las estridencias, más o menos hasta la irrupción de la ultraderecha que no parece dispuesta a seguir haciendo virtud de lo gris.
Por eso, el pulso para dilucidar la sucesión de Merkel, tras su plusmarca de 16 años en el poder, estaría resultando tan decisivo como aburrido. Por mucho que los moribundos socialdemócratas liderados por Olaf Scholz hayan resucitado hasta pisar los talones a los conservadores de Armin Laschet. En ausencia de un claro favorito, ningún partido en las encuestas logra sumar más del 25% de intención de voto. Y la única candidata que defiende una ambiciosa agenda de cambio, Annalena Baerbock de Los Verdes, no ha hecho más que retroceder posiciones tras un fugaz repunte antes del verano.
Parece que la sosería se ha vuelto a imponer como la táctica electoral dominante de estos reñidos pero tediosos comicios previstos para el próximo domingo 26 de septiembre. Esta obsesión por la continuidad, la estabilidad y la calma quizá sea un homenaje adicional a una Merkel realmente difícil de sustituir. Aunque con todo lo que está en juego, la pregunta del millón es si este déficit de carisma supone también un déficit de liderazgo.