El Teatro Real abre su temporada con un cuento de hadas sin hada, ‘La Cenerentola’
La ópera de Rossini sobre el cuento de Perrault no se veía en el coliseo desde 2001
«Un cuento de hadas sin hada». Eso fue –dice Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real– en lo que convirtió Jacopo Ferretti el cuento de Charles Perrault ‘La Cenicienta’ cuando escribió el libreto de la ópera ‘La Cenerentola’. Después vendría Gioacchino Rossini para transformarla en un vehículo para su delirante lenguaje musical. «Es la música más alegre y encantadora que pueda sonar –escribía en 1854 Théophile Gautier–; la alegría y la petulancia italianas ejecutan sobre los pentagramas de la partitura las piruetas más alegremente extravagantes, haciendo que murmuren con la punta de los dedos, como las castañuelas, las sartas chispeantes de trinos y arpegios. ¡Cómo ríe y canta todo!».
«Esta descripción del código rossiniano –sigue el director del Teatro Real– ha sido asumida por Stefan Herheim en el momento de concebir la dramaturgia de su puesta en escena». Y es con esta producción de la ópera de Rossini, concebida originalmente para la Ópera de Oslo, con la que el Teatro Real levanta el telón de su nueva temporada –la centésima de su historia–. La dirección musical corre a cargo de un verdadero especialista en el compositor de Pésaro, Riccardo Frizza –que vuelve al Teatro Real tras catorce años de ausencia–, y el doble reparto incluye a Karine Deshayes y Aigul Akhmetshina como Angelina, la protagonista; Dmitry Korchak y Michele Angelini (Don Ramiro), Florian Sempey y Borja Quiza (Dandini), Renato Girolami y Nicola Alaimo (Don Magnífico), Rocío Pérez y Natalia Labourdette (Clorinda), Carol García (Tisbe) y Roberto Tagliavini y Riccardo Fassi (Alidoro).
Una ópera importantísima
‘La Cenerentola’ se estrenó en el Teatro Valle de Roma el 25 de enero de 1817, y llegó al Teatro Real treinta y cuatro años más tarde, aunque se había ya visto en el Teatro de la Santa Cruz de Barcelona en 1818 y al Teatro del Príncipe de Madrid en 1822. Rossini la compuso con tan solo 25 años de edad y un año después de estrenar su ópera más popular, ‘El barbero de Sevilla’. Tardó solo tres semanas en escribirla. Sin embargo, como señala Riccardo Frizza, «no es una ópera menor; al contrario, es una ópera importantísima. Es, hasta la llegada de ‘Falstaff’, de Verdi, el emblema de la ópera bufa italiana».
Hace veinte años que el Teatro Real no pone en pie ‘La Cenerentola’ (la última vez fue en 2001, en una producción firmada por Jérôme Savary). La producción que presenta ahora el Teatro Real, del noruego Stefan Herheim, es «completamente rossiniana», dice Matabosch. «Éste es un espectáculo basado directamente en la música y en la manera en que Rossini tiene de contar la historia. Herheim explica la historia como un cuento de hadas burlesco, rebosante de humor paródico, frenético y regocijante, liberada la acción de las contingencias de lo verosímil, mezclados los roles de actor, compositor, narrador, director de orquesta y de escena, subrayadas las absurdidades protodadaístas que contiene la obra, lejos de la ortodoxia de una narración convencional, un torrente de ideas en ebullición que esquiva lo literal para abrazar, muchas veces, lo subversivo. De una inventiva inagotable, se burla de lo kitsch al mismo tiempo que lo asume dentro del lenguaje del espectáculo, rechaza todo tiempo muerto y establece un ‘timing’ implacable entre cascadas de ‘trompe l’oeil’, homenajes al cómic, al musical, al cine de Walt Disney y a la estética circense de un Jérôme Savary».
Moderna y tradicional
El encargado de reponer el montaje de Herheim en el Teatro Real es el austríaco Steven Whiting, que lo califica de «muy moderno y muy tradicional al tiempo. Su punto de partida –refuerza– no es el cuento de Perrault ni la historia, sino la propia música. Se inspira en la lectura que hace Rossini de la historia y del personaje; se deja llevar por la arquitectura de la partitura. Es una producción que quiere celebrar a Rossini».
El propio compositor es uno de los personajes del montaje, y esto es, según Matabosch, un guiño y un homenaje a la legendaria puesta en escena de 1973 del francés Jean-Pierre Ponnelle para la Scala de Milán, en la que también aparecía Rossini; la diferencia es que en aquella se escondía detrás del personaje de Alidoro y aquí del de Don Magnífico. El montaje, además, juega con el teatro dentro del teatro, y comienza con una limpiadora del propio Teatro Real sola en el escenario, a la que el propio Rossini, que busca inspiración para su nueva ópera y ve en esta limpiadora un gran potencial dramático, eleva a la categoría de personaje protagonista.