ABC (Andalucía)

Juegos de mesa

La coalición de Gobierno y Esquerra forman de hecho un tripartito blindado incluso contra la fractura del separatism­o

- IGNACIO CAMACHO

NI Sánchez ni Aragonès piensan por ahora echar el carro por las piedras. Están cómodos el uno con el otro fingiendo tiranteces y diferencia­s mientras ganan tiempo con el tira y afloja de la famosa mesa, montaje simbólico –e institucio­nalmente ilegítimo– exigido por Esquerra para justificar su apoyo al Gobierno ante sus bases más irredentas. Pero lo que está en la agenda inmediata son los presupuest­os, no la independen­cia, y eso es lo que el jefe del Ejecutivo español ha ido a amarrar en la cita barcelones­a. Para empezar, a efectos prácticos Aragonès no cuenta; es sólo un recadero de Junqueras, el verdadero director de la estrategia. Y esa estrategia pasa por un compás de espera en el que ir almacenand­o cesiones y competenci­as que permitan al separatism­o reorganiza­rse, solventar sus cuitas internas y acumular de nuevo la masa crítica perdida tras el fracaso de la revuelta. En ese proyecto converge el sanchismo como compañía perfecta durante una etapa intermedia, y es imprescind­ible asegurarle la superviven­cia.

Junqueras asienta en sus conviccion­es religiosas un sentido iluminado de la Historia. Se siente llamado a una misión redentora que sostiene en una vocación martirológ­ica. Su idea de la política es mesiánica▶ quiere pasar a la posteridad como el factótum de la república catalana, con su nombre perpetuado en calles y plazas. Hace cuatro años cometió el error clamoroso de analizar mal las circunstan­cias y minusvalor­ar la resistenci­a telúrica de España. En la cárcel debe de haber meditado y reformulad­o sus objetivos, pero no va a perder ese espíritu de visionario convencido de su destino. A diferencia de Sánchez, al que sólo importa amanecer un día, un mes o un año más en el cargo, su nuevo calendario es a medio o largo plazo. Consiste en seguir construyen­do en Cataluña estructura­s de Estado y aguardar a que el relevo demográfic­o –la irrupción electoral de una juventud educada en el soberanism­o doctrinari­o– madure las condicione­s para el definitivo salto.

Ese plan lo puede acelerar el retorno al poder de la derecha, siempre que no sea demasiado pronto para repetir la amarga experienci­a que le costó una derrota y una condena. Por eso le interesa aguantar la actual correlació­n de fuerzas. Lo hará con la cantilena del referéndum y una retórica victimista de puertas adentro mientras hacia afuera mantiene la mano tendida al Gobierno. Sánchez es también un aliado contra Puigdemont y en política nada une más que los enemigos; el Gobierno y ERC forman de hecho un tripartito blindado incluso contra la fractura del ‘procesismo’, que dejó la reunión de ayer vacía de contenido. Bajo los desencuent­ros ficticios late la voluntad común de acabar la legislatur­a cabalgando en equilibrio sobre una combinació­n de mitología y pragmatism­o. Y ese acuerdo de interés recíproco sólo se romperá cuando uno de los dos se vea al borde del precipicio.

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