Intervención, camino sin retorno
Con el argumento de que un sector gana más de lo debido se pueden intervenir todos, sin excepción, hasta hacer de España un infierno bananero
PROBLEMA de inseguridad... justicia de primer orden. El problema de Pedro Sánchez es que está acostumbrado a desdecirse y a corregir sus compromisos sobre la marcha, sin afectación alguna, pero esta vez ha cruzado la línea roja del intervencionismo y ha hecho saltar las alarmas en Europa y en Estados Unidos, donde, por cierto, no hay nada más sagrado que la garantía del compromiso normativo. Sin él, todo es papel mojado y el dinero huye como de la peste. Y es que con el argumento de que un sector gana más de lo debido se pueden intervenir cualquiera de todos los demás, sin excepción, hasta convertir España en un infierno bananero lejos del país de reconstrucción que la ministra más europea, Nadia Calviño, trata de vender en Bruselas. No le arriendo ganancias a sus esfuerzos...
Con la intervención pura y dura –porque lo es– del sector energético, Sánchez se ha tirado a la piscina y no hay agua. A lo sumo, le puede dar un calambrazo que puede achicharrarlo antes que otros líos con los que convive como, se me ocurre, el catalán, que también tiene guasa, aunque gracia ninguna.
Y después, el siguiente paso. ¿Tendrá bemoles el Señor presidente del Gobierno español de mantener sus siempre espurias intenciones de intervenir más para mejorar –es su percepción– cualquier mercado? El caso es que parecen olvidadas, o aparcadas –de momento, porque ¡vaya usted a saber con este hombre al frente del país!– pero lo mismo le vuelve a dar un aire y vuelve a pensar en la creación de una empresa pública energética, jaleado para variar –presionado más bien, por aquello de que tiene que sacar adelante en breve los próximos presupuestos– por sus socios morados del Gobierno, que siguen pergeñando en la intimidad un borrador legal precisamente con este proyecto. Tendencia, por cierto, contraria en toda Europa, donde los Estados miembros caminan hacia la reducción de participaciones estatales. Más que nada porque saben que una empresa pública ni baja los precios ni mejora los servicios. Solo pone la gestión en manos políticas, además de la necesidad de movilizar recursos vía deuda para su nacimiento. ¡Brillante idea!, ¿verdad Ada Colau? No la pierdan de vista, porque ‘su’ eléctrica no solo le ha costado una pasta al contribuyente catalán, es que vende más caro que la competencia. Pues eso.
En definitiva, y sin querer ni mucho menos ser agorera ni dar ideas peregrinas a nadie, bien pudiera ser que el Gobierno que interviene los sectores conflictivos termine intervenido por Bruselas alertado de un país camino de la perdición. Espero, con todas mis fuerzas, equivocarme. Eso sí, la intervención, sepa querido presidente, es un camino sin retorno. Y no quiero señalar a ningún país al otro lado del Atlántico, por ejemplo.