Valentía
Necesito visibilizar ejemplos de valentía que me recuerden la llamada universal a hacer del mundo un lugar más habitable
SOSTIENE Arturo Pérez Reverte, en una entrevista que publicó hace unos días XL Semanal a propósito de su nueva novela, ‘El italiano’, que el valor puede anidar en hombres defectuosos. Uno puede ser un canalla, un miserable, un violador, un asesino, un ser deleznable, y al mismo tiempo, un tipo valiente. Creo que no hace falta darle muchas vueltas a esa afirmación para darla por buena. Los héroes griegos eran embusteros de la peor especie. Ulises, con tal de vengarse de un compañero de armas, lo acusó de tener connivencia con el enemigo y para poder demostrarlo le escondió debajo de la cama un puñado de monedas de oro. Casi todos engañaban a sus mujeres y, en tiempos de paz, se tumbaban a la bartola.
Esa idea de asociar la valentía a la condición humana, imperfecta por naturaleza, no hiere mi sensibilidad. Al contrario. Abomino de los héroes que basan su fortaleza en atributos extraordinarios. Tiendo a pensar que yo también sería uno de ellos si pudiera congelar a los malvados con una bocanada de mi aliento o si se me hubiera dado la capacidad de detener los balazos con las palmas de las manos. No puedo admirar lo que que es propio de una rara especie de seres superiores a la que no pertenezco. Y, sin embargo, necesito visibilizar ejemplos de valentía que me recuerden la llamada universal a hacer del mundo un lugar más habitable. No pueden ser brujos que resuelvan los problemas con una varita mágica o criaturas dotadas de súper poderes. Han de ser muggles de carne y hueso.
Todos necesitamos héroes de naturaleza caída para no perder la fe en la especie humana. El otro día me pregunté cuáles eran los míos y descubrí que solo me venían a la cabeza aquellos que arriesgaron su vida por salvar la de otros el 11-S o los sanitarios que hicieron lo mismo durante los peores momentos de la pandemia. Me obligué a buscar ejemplos desvinculados de las grandes epopeyas y al final se me ocurrió rendir tributo a quienes se atreven a desafiar los cánones impuestos por los moralistas de moda sin dejarse amilanar por el abucheo atronador de las redes sociales. A Lolita le cayó la del pulpo, la semana pasada, por decir que no era feminista. No soportó la presión y se largó de twiter. Muy pocos aguantan el chaparrón a pie firme. Entre ellos, por cierto, no identifico a casi ningún político.
La política no es tierra de héroes. Acaso Díaz Ayuso, castiza y respondona, posea algo de esa desvergüenza impermeable a la burla que necesitan los líderes para acreditar su valentía. Sin valor no hay liderazgo posible. Por eso se equivoca Casado, creo yo, al racanearle las llaves del partido en Madrid. Apesta a gesto de debilidad, a pavor a una sombra que pueda eclipsar su propio brillo. Pincho de tortilla y caña a que de esta escaramuza sale chamuscado. Entre papá y mamá, los electores prefieren al más valiente.