ABC (Andalucía)

El otoño de los libros

El tiempo del encierro fue un tiempo durante el cual leer era nuestro único modo de ser libres, de hacer saltar la pared de la clausura

- GABRIEL ALBIAC

UNO está percibiend­o la sombra tenue de Borges vagar por el Retiro▶ «… yo, que me figuraba el Paraíso / bajo la especie de una biblioteca…» No era fácil eludir su endecasíla­bo en el domingo soleado durante el cual yo firmaba mi novela ‘Dormir con vuestros ojos’. Madrid, 2021. Pero no es mayo, como siempre; y eso desasosieg­a a autores, como a lectores, como a paseantes.

Es la Feria del Libro y es septiembre▶ primavera en otoño. Y aun cuando la alternanci­a de días soleados y lluviosos finja normalidad, no es ése más que un benévolo artificio. Como una clara metáfora de esta irrealidad que el virus ha impuesto en nuestras vidas; como un mínimo hálito de resistenci­a, también. Camino ya de los dos años, la pandemia que vino de China ha mutado nuestros hábitos. También nuestra vida, que es la red completa de todos ellos. No hay retorno tras un trastruequ­e así. Un mundo nuevo se ha abierto. Un mundo que nos obliga a hacer frente a algo sencillo y con demasiada frecuencia olvidado▶ que nuevo y mejor no son sinónimos.

El envite en el cual nos estamos hoy jugando la vida es elemental▶ o tedio o muerte. Cada cual debe elegir su preferenci­a. Lo que no nos debiera tentar es engañarnos, soñar que todo es posible▶ la superviven­cia y el simultáneo retorno a los tiempos confiados de los que veníamos. Ésos se fueron para siempre. Y de aquel tiempo del contacto indolente y la cordialida­d a flor de piel quedará luego sólo el recuerdo. Si es que recuerdo queda. Hemos entrado en un tiempo de blindajes, ese tiempo de las grandes pestes que Tucídides y Lucrecio narraron hace más de dos milenios▶ cuando el otro –cualquier otro– reviste máscara de amenaza.

Y allí, sentado en la caseta ante la cual, pese a todo, lectores y paseantes siguen merodeando como quien se empeña en salvar al menos una liturgia y hallar en ella el consuelo que la realidad niega, percibo que no fue el confinamie­nto lo más duro. Lo fue el retorno. A esto▶ a la acechante incertidum­bre. El tiempo del encierro fue también el tiempo de merecer todos los libros pospuestos▶ un tiempo durante el cual leer era nuestro único modo de ser libres, de hacer saltar la pared de la clausura. Tiempo de dialogar, en nuestros libros, con las muy pocas mentes que merecen de verdad la atención cálida y el coloquio. ¿Y dónde hallar un mejor consuelo a la prisión que en Marco Aurelio o en Séneca, o en cualquiera de los maestros que hicieron de nosotros algo más que simples monos parlanchin­es?

Pertenezco a una generación que ve la realidad a través de los libros. Es una generación residual ya. Sin duda. Como todas▶ cosas de Heráclito y el condenado fluir de los ríos en los que nadie se sumerge dos veces. Pero esos libros nos dieron el mundo. Todo es escritura. «En las letras de rosa está la rosa / y todo el Nilo en la palabra Nilo». Borges en el Retiro.

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