PROSTITUCIÓN DE MENORES
ENTRADA LIBRE EN LA ‘CASA DE LOS HORRORES’ DE PALMA
ABC se cuela en este edificio de tres plantas okupado desde hace meses por argelinos, vendedores de droga y niñas fugadas de los centros de acogida. El Ayuntamiento de Palma lo precintó tras un incendio, pero vuelve a estar habitado pese al peligro de derrumbe
Dicen que el número 63 de la calle Manacor es la ‘casa de los horrores’. La persiana de la entrada está reventada en forma de acordeón, no hay puertas, los cristales rotos de las ventanas asoman como una guillotina y los montones de basura se acumulan por los rincones. En esta infravivienda en el corazón de la ciudad se esconden niñas tuteladas que escapan de los centros gestionados por el Consell de Mallorca. Sin agua, entre paredes apuntaladas al borde del derrumbe, con luz ‘pirata’ y en pésimas condiciones de salubridad, las menores conviven con inmigrantes argelinos llegados en pateras y otros okupas. Las reyertas, la prostitución, el menudeo de drogas y los enfrentamientos son constantes.
«De aquí sacamos a mi niña cuando se fugó del centro de menores», rememora Rocío (nombre ficticio), con voz temblorosa, a las puertas de este escabroso lugar, que se ha convertido en un foco de problemas para el vecindario. Esta madre pagó a un detective para localizar a su hija desaparecida durante 45 días sin que los monitores hicieran nada. Cuando descubrió este edificio, avisó a la Policía para que sacaran a su hija, de 16 años. Su denuncia pública en ABC el pasado 1 de septiembre, contando que en esta casa okupa se prostituyen niñas fugadas ante la pasividad de las administraciones, provocó la intervención de los agentes. El 6 de septiembre hubo una redada y localizaron a otra menor en el interior. «Pero aquí no pasa nada. Desalojan y a los diez minutos vuelven a entrar», se quejan los vecinos, mostrando el precinto arrancado.
La hija de Rocío y una amiga del centro se prostituían entre estas paredes. Pero todo apunta a que son muchas más. «Aquí entran crías a diario», reconoce un vecino del barrio, que asegura que suele haber «una chica rubia que habla español que manda mucho». Rocío cree que es la captadora que «lava el cerebro» a las niñas dentro del centro de acogida para que se prostituyan.
Miedo en el barrio
Miguel vive en el sexto piso del portal de enfrente. Aquí los propietarios acaban de instalar una reja en la entrada para evitar disgustos. «Escondían la droga en nuestros contadores del agua y nos dejaban jeringuillas cada dos por tres», explica, mientras sube a la azotea de su edificio para comprobar desde las alturas la huella que dejó el incendio del sábado. También se pueden ver electrodomésticos viejos y muebles desvencijados en unas de las terrazas. La esposa de Miguel ya no sale a tirar la basura por las noches. Se queda pegada al telefonillo «mientras él sale corriendo al contenedor». «Estamos amargados», reconoce.
«Cada dos por tres hay peleas, se pegan con cadenas, salen al balcón a gritar, tiran basura de los pisos... Ayer se robaron unos a otros y al final vinieron tres ambulancias y se llevaron a uno, que quedó inconsciente en el suelo», prosigue Pepe, mostrando la fotografía en su móvil, en la que aparece la víctima tendida en plena calle. «A veces escuchamos amenazas▶ ‘te mataré’. Esto es insoportable, no podemos vivir así», apunta este veterano vecino que reside en la calle Manacor desde hace más de cuarenta años y que sostiene que la casa okupa también es un foco de venta de droga. «Tenemos dos problemas▶ esta casa y las viviendas que están comprando al lado los traficantes de Son Banya [un poblado marginal que mueve parte de la droga de la Isla]».
Mientras algunos residentes de la zona denuncian su calvario, en el portal del 63 no para de entrar y salir gente. Ismael acaba de aparcar su bicicleta en el vestíbulo. Tez morena, cabeza rapada, bermudas rojas y descamisado; lleva a su ‘maría’ tatuada en el pecho y el abdomen cosido a cicatrices. Hace cuatro meses le ofrecieron quedarse en el bajo de la casa. «Antes estaba en la calle, pero hablé con una chica yonki que venía aquí a pincharse, le di dinero, se marchó y me quedé yo», relata este okupa, que se ofrece a mostrar su hogar.
—¿Aquí hay niñas tuteladas que se prostituyen?
Ismael levanta los hombros y asiente con reticencias. «Yo no sé nada, pero... Lo sabe todo el mundo. Yo no me meto. Hago mi vida y ellos sabrán...», confirma. Critica la pasividad del Instituto Mallorquín de Asuntos Sociales (IMAS), el órgano insular que gestiona la tutela de los menores en la isla y que reconoció en 2020 que tenía constancia de 16 casos de explotación de menores a su cargo –15 niñas y un niño– tras la denuncia de una menor fugada de un centro que aseguró ser víctima de una violación grupal. «No entiendo por qué en esto de la tutela no se preocupan de estos niños; tienen que darles una educación, tienen que ser como un padre para ellos», argumenta, indignado sobre la pasividad de este organismo que sigue sin ser investigado. Monitores, padres y policías llevan tiempo alertando de violaciones y prostitución de menores dentro y fuera de los centros, pero el Gobierno tripartito de PSOE, Podemos y los nacionalistas de Més se niega a investigar a fondo y culpa de este problema a la sociedad.
Trabas a la Policía
Un coche de la Policía aparca a la puerta del edificio. «Hay gente dentro y ropa tendida», les advierte una vecina. «Creíamos que estaba precintado», responden entre la sorpresa y el hartazgo los agentes, que reconocen que tienen muchos problemas legales para actuar porque los jueces no autorizan las órdenes de entrada al entender que es la morada de los okupas. La gran mayoría de ellos son conocidos por la Policía y tienen antecedentes. Hay inmigrantes, principalmente procedentes de Argelia, que llegan a la Isla de forma irregular y se quedan vagando por las calles. «Vienen en lanchas motoras, no en pateras, y son delincuentes», alertan los agentes.
Baleares se ha convertido en puerta de entrada por mar de la inmigración irregular desde que empezó la pandemia. Sólo este domingo arribaron cuatro pateras a las Pitiusas y en lo que va de año ya han llegado más de 1.000 personas. Cuando son interceptados, los inmigrantes pasan a las dependencias de la Policía. A veces son tantos que no tienen espacio para ubicarlos y tienen que quedarse en las cocheras de la comisaría. Pasadas 72 horas, se les deja en libertad ante la imposibilidad de retornarlos a su país. Algunos son trasladados a la Península, otros se quedan y se buscan la vida.
Antonio Estela es presidente de la asociación Ardip y asegura que la semana pasada la Policía sacó a tres menores tuteladas más de Manacor 63. «Lo que está pasando aquí es muy grave porque las instituciones tienen que velar por estas niñas. ¿Qué políticos tenemos? El Ayuntamiento es responsable de lo que ocurre aquí dentro y la consejera de Asuntos Sociales del Go
vern balear, Fina Santiago, es la máxima responsable», denuncia este activista, que lleva tiempo reclamando una investigación a fondo del IMAS. Habla de «violencia institucional», de abusos a menores y del negocio lucrativo en que se ha convertido la tutela de menores para las empresas que gestionan los centros de acogida.
Violencia psicológica
Carmina sufrió la «violencia institucional» por parte del IMAS y quiere denunciarlo. Su caso es el de una madre que vivía en uno de los barrios más exclusivos de Palma, tenía un buen trabajo y un estatus social alto. Todo se vino abajo cuando enfermó de cáncer. No quiere ahondar. Perdió su casa y fue a pedir ayuda. «Ingenua de mí, lo único que hicieron fue quitarme a mi hijo de seis años», recuerda con resentimiento.
«Me lo robaron mintiéndome. Me dijeron que me llevarían al IMAS, que allí nos iban a ayudar. La realidad fue distinta▶ me metieron en una sala y me dijeron que el niño se quedaba con ellos. Pregunté dónde estaba y respondieron que ‘ya no estaba en esas dependencias’. Denuncié al juzgado y a la una de la madrugada me dijeron que había ingresado en un centro de menores.
Luego me volvieron a engañar, diciéndome que se quedaría tres meses tutelado, y tardaron diez en devolvérmelo», relata mientras posa de espaldas junto a Estela, el activista que le ayudó a recuperar a su hijo. Carmina tiene pruebas de que su caso fue un error▶ «El exdefensor del Menor Serafín Carballo verbalizó que ese niño no debería haber sido apartado del seno de su madre, y Vicent Rosselló, jefe de servicio del IMAS, lo corroboró. Lo peor es que al año no habían cerrado el caso porque no les daba la gana». Tras denunciar a la Policía y la Fiscalía de Menores, lo cerraron. «Mi hijo todavía viene a buscarme y me pide un abrazo porque tiene recuerdos de cuando le pegaban otros tutelados del centro», confiesa, sobre las secuelas psicológicas del niño.
Historial de abusos
Medi es un chaval marroquí que llegó a Mallorca en barco. Dice que tiene 18 años y que hace cinco meses que okupa el segundo piso. Accede a hablar, pero niega que se prostituyan chicas▶ «Ni de coña, en nuestra religión eso no se hace», zanja. También que el vecindario sea conflictivo▶ «En el bajo vive un hombre; en el primero, una gitana con su marido. El segundo y el tercero están tranquilos», cuenta. Reconoce que antes de la redada vivían con dos «amigas», pero insiste en que «no eran prostitutas». «La chica era mi amiga y vino llorando porque sus padres le decían cosas feas». ¿Y la otra? «Se había fugado del centro de Santa Margarita. Vivía conmigo pero dormíamos separados. Un día vino la Policía y se la llevó. Está interna sin móvil ni nada». Medi acaba de reconocer que alojaba a la hija de Rocío en esta casa.
Él también fue un niño tutelado. Cuenta que pasó por tres casas de acogida y nunca recibió cariño ni atención. «Había racismo. Preferían a los niños españoles y me prohibían que hablara en mi lengua. La peor era la de Tramuntana, era como una cárcel. Había un educador que hacía cosas a las niñas, al final lo echaron por abusar y violar», relata mientras se lía un cigarro. Le jura a Rocío que su hija no se prostituyó, que dormía por las noches y no iba con desconocidos. ¿Por qué se anunciaba en una página de contactos? Medi no tiene respuestas. Horas más tarde, Rocío descubre que su hija se volvió a fugar hace tres días.
Prostitución de menores «Estamos amargados» LOS VECINOS SIENTEN MIEDO POR LAS CONSTANTES AMENAZAS Y PELEAS DE LOS INQUILINOS DEL BLOQUE, DONDE VIVEN INMIGRANTES IRREGULARES Y SE TRAFICA CON DROGAS