Tres lecciones de la crisis eléctrica
La fiscalidad adaptativa de Sánchez, Podemos descubre la nuclear, y la hipocresía carbonífera de Alemania
La crisis del precio de la electricidad está dejando lecciones inolvidables. Tomo nota de tres de ellas. Primera: la renovada relación del presidente del Gobierno con la fiscalidad. Hubo un tiempo en que Pedro Sánchez hablaba en tono de reproche sobre la incapacidad de la economía española de cubrir la brecha de recaudación tributaria con la media europea. Esos famosos seis puntos del PIB ocupaban de manera intensa y reiterada su discurso político. Parecía dispuesto a cometer cualquier locura con tal de cubrirla. Una de las cosas más sorprendentes de la subida de la factura eléctrica es la rapidez con que Sánchez se ha olvidado de esa brecha y se ha puesto a desmantelar la fiscalidad energética que supone la mitad del precio que pagamos. Lo está haciendo por dos vías: reduciendo impuestos y dedicando más recursos públicos procedentes del mercado de carbono a rebajar las cargas del sistema. Esto demuestra que cuando se quiere, se puede, como suele decir Díaz Ayuso.
Segunda enseñanza: Podemos ha descubierto las bondades de la energía nuclear. Es barata y dota de resiliencia al sistema eléctrico y no emite C02 al medio ambiente. Hasta ahora, la formación morada sólo se fijaba en los riesgos –que existen y son importantes– pero no en las ventajas. Riesgos que España asume por defecto ya que está al lado del mayor generador nuclear de Europa: Francia y sus 56 reactores activos. Quizá esta inmersión en la realidad económica haga que también cambie su consideración hacia la energía hidráulica y «el viejo modelo franquista de pantanos y obras faraónicas que han hundido y obligado a abandonar tantos pueblos». Gracias a esos pantanos, España tiene tres veces más capacidad instalada de generación hidráulica que Alemania y supera por un poco a la de Suecia, país que produce más de la mitad de su electricidad por este medio.
Tercera lección: la hipocresía alemana que pese a su discurso verde y a su intensa propaganda antinuclear, proyectando su ejemplo a todos los demás países europeos, sigue utilizando el carbón –y no el gas natural de precio más caro y volátil– para producir su electricidad. Entre el 30 y el 40% de su actual generación procede del carbón. Este supone el 75% de sus emisiones.
España, en cambio, ha decidido abrazar con entusiasmo el idealismo alemán (y no su realismo) y desmontar el suelo en el que se apoya antes de aprender a volar: hace una década, España tenía 14 plantas térmicas de carbón, ahora sólo queda una a pleno funcionamiento según informaba este diario en marzo. Las demás están siendo desmanteladas, un proceso costoso y que destruye empleo. En cinco años, Endesa, por ejemplo, debe invertir unos 5.000 millones en este proceso: más de 250 millones en desmantelarlas y más de 4.500 millones para crear plantas renovables que las sustituyan. jmuller@abc.es