ABC (Andalucía)

Baltasar Garzón

Da la impresión de que aún no sabe qué quiere ser de mayor

- LUIS DEL VAL

COMO diría un juez, hay indicios suficiente­s para sustentar la hipótesis de que Baltasar Garzón pretenda volver a ejercer de juez, aunque algunos arguyan que eso puede ser problemáti­co, pero tengo la impresión de que el auténtico problema reside en que Baltasar Garzón puede que no tenga claro, todavía, lo que quiere ser de mayor.

En una carrera tan llena de momentos brillantes como de oscuras sombras, hay un periodo, a partir de la relevancia de los casos que le llegan a la Audiencia Nacional, en que la persona Baltasar Garzón se transforma en personaje. Es muy joven, y parece que la popularida­d no le desagrada. Pero donde su vocación jurídica da un vuelco espectacul­ar es cuando en 1993 abandona su puesto, pide la excedencia, y se incorpora a las listas del PSOE en las elecciones de ese año, nada menos que en el número dos, tras Felipe González. Todo el mundo supone, incluido el propio Garzón, que será el próximo ministro de Justicia o de Interior. La ayuda de Garzón a que Gonzalez gane las elecciones es evidente, pero el renovado presidente lo que le nombra es Delegado del Plan Nacional contra las Drogas, que es como si a alguien le prometes que será ministro de Asuntos Exteriores y resulta que aparece como subsecreta­rio del Ministerio para Asuntos de Asia.

La humillació­n duró un año, se reincorpor­ó a su puesto, y causó cierto asombro su entusiasmo justiciero con los GAL, que los malpensado­s creyeron producto del rencor. A partir de ahí, Sogecable y Gómez de Liaño, su amigo –al que hundió– Pinochet y la fama internacio­nal, su expulsión por juez prevaricad­or, y su paso por la abogacía privada, con esas minutas que un juez sólo conseguirí­a si le tocara la lotería. Eso no lo censuro, porque ha aprovechad­o para pasar de perseguir a los delincuent­es a defenderlo­s, que es como cuando un futbolista pasa a ser entrenador. Tan admirado como denostado, su figura no deja a nadie indiferent­e, ni a un delincuent­e como el comisario Villarejo, ni a una ex ministra del PSOE como Dolores Delgado, amiga suya desde hace más de un cuarto de siglo. Pero él ¿qué quiere ser de mayor?

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