Más de 30 años en prisión, ni un segundo de arrepentimiento
Desde abril, el asesino en serie etarra Henri Parot pasa sus días en un módulo de respeto de la cárcel de Mansilla de las Mulas, en León. Atrás, dicen, ha dejado su chulería, pero desde luego no su odio; al menos, nunca ha pedido perdón
Como un mantra, el Ministerio del Interior ha repetido la fórmula «acepta la legalidad penitenciaria y lamenta el daño causado» para justificar el traslado de muchos sanguinarios etarras a cárceles más próximas al País Vasco. Sin embargo, en el caso de Henri Parot, Unai (Sidi Bel Abbes, Argelia, 1958), que tiene el dudoso honor de ser el terrorista más sanguinario de la historia de la banda, condenado por 39 asesinatos, solo se cumplía la primera parte. Porque este tipo, que perpetró atentados tan brutales como el de diciembre de 1987 en la casa cuartel de Zaragoza –11 muertos, de ellos cinco niños y un menor–, no ha dado muestras de arrepentimiento. Es cierto que ha dejado atrás la altanería con la que se conducía dentro de las prisiones hasta este año, y se muestra colaborador en el módulo de respeto en el que está ingresado en la prisión leonesa desde abril, pero de su boca no ha salido una palabra de piedad para sus víctimas. La libertad para este sujeto, y otros como él, es la que se pió ayer en más de 50 actos en el País Vasco; a quien se ha mejorado su situación penitenciaria, quien acaricia a medio plazo la misma libertad que él siempre negó como verdugo.
El 2 de abril de 1990, en Santiponce (Sevilla), lunes de Pasión, acababa la carrera criminal de Parot, entonces jefe del comando itinerante de ETA, el más brutal de la banda. Desde hacía algún tiempo, la Guardia Civil montaba controles rutinarios en las carreteras de acceso a la capital hispalense para acostumbrar a los ciudadanos a las molestias que iban a sufrir por la Expo del 92. Montarlo en ese punto fue absolutamente casual, porque ese día estaba previsto en otro lugar.
Control rutinario
Pasado el mediodía, Parot viajaba por allí a bordo de un Renault 14 de color rojo cargado con 320 kilos de explosivos, con los que quería volar la Jefatura Superior de Policía de Sevilla, y de paso el Parlamento andaluz, entonces en las inmediaciones, y el Corte Inglés. Los ocho agentes de servicio decidieron darle el alto; en otras circunstancias, el etarra se habría detenido como ya había hecho en alguna ocasión, solventando el problema hablando en francés y haciéndose pasar por turistas. Pero la carga letal que llevaba era fácil de descubrir, y decidió acelerar. Solo pudo andar unos metros; los agentes desplegaron los pinchos y las ruedas reventaron. El terrorista intentó abrirse paso a tiros e hirió a dos agentes, pero fue detenido. «Soy de ETA, no me peguéis», suplicó el ‘gudari’. Ni siquiera tuvo arrestos para hacer lo que le habían ordenado en caso de ser de
tectado; detonar la carga... Era ‘valiente’ para matar, pero no para morir.
Su frialdad a la hora de relatar sus crímenes –hay que insistir, hasta 39 asesinatos tiene a sus espaldas, además de cientos de heridos y múltiples daños–, aún provoca escalofríos en quien se lo escuchó y en todos los que leen sus declaraciones. Lo hizo con absoluto detalle, desde el primero, en 1978, hasta su captura. Sin atisbo de remordimiento; con ese punto de sadismo propio del psicópata.
Parot fue condenado a más de 4.700 años de cárcel, pero con la refundición de las penas, y la última rebaja de 20 meses decidida por la Audiencia Nacional al computar como cumplimiento un periodo en el que estuvo en prisión provisional, quedará en libertad en julio de 2029... Siempre, claro, que no se le conceda antes, o bien un tercer grado. Si fuese en esa fecha, habría cumplido un año por cada asesinato.
Cárceles andaluzas
El etarra ha pasado la mayor parte de su condena, hasta abril pasado, en cárceles andaluzas, en Córdoba y Puerto III, donde estaban los «duros entre los duros» de la banda hasta que el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, decidió que la política de dispersión, con ETA derrotada y desaparecida, había dejado de tener sentido. También ayudó que el Gobierno de Pedro Sánchez necesita el apoyo de los nacionalistas vascos para seguir en el poder y que la transferencia de la competencia de Prisiones –prevista en el Estatuto vasco–, era inminente.
Su régimen de vida en prisión, hasta ahora, ha sido el más duro de la legislación penitenciaria, con muchos años en aislamiento, relacionándose solo con otros presos etarras y sin participar en las actividades de la prisión. Por supuesto, no reconocía la legalidad penitenciaria, tal como exigía entonces la ortodoxia marcada por la dirección de la organización terrorista. Su trato con los funcionarios –‘carceleros’, en su argot–, era altivo, con ese punto de desprecio del que se siente superior. Participó en todas aquellas iniciativas, –huelgas de patio, de hambre, ‘chapeos’ (no salir de las celdas)– convocadas por el colectivo de presos y en los juicios siempre se negó a declarar. «No reconocía» al tribunal que lo juzgaba.
Plan de fuga
De su paso por la cárcel de Córdoba hay un hecho relevante, desvelado en su día por ABC. En junio de 2001 escribió una carta a la dirección de ETA en la que les proponía un plan de fuga en el que debía utilizarse un helicóptero. Proponía un detallado plan para su «ihesaldia» (huida) ante el «especial interés» que, decía, habían mostrado los dirigentes de la banda por
sacarlo de la prisión en comunicaciones anteriores. Así, añadía un cuidado croquis del penal de Alcolea visto desde el aire, pues se trataría de una fuga «aérea».
Parot se cuestionaba, no obstante, si existía el propósito de llevar a cabo tan arriesgada acción. «La cuestión es saber si tenéis voluntad. Si se quiere, se hace, si no, no», llega a decir. «Me gustaría poder leer: ‘Sí, Unai, te vamos a sacar’». El etarra sugería secuestrar un helicóptero «con piloto» para que le recogiera en el patio de la prisión. Eso sí, el desarrollo de la acción debía ser muy rápido, pues los mandos de la cárcel encerrarían a este tipo de presos en situaciones de similar calibre.
Plano de la prisión
Detallaba cómo es la cárcel de Alcolea. Hizo un plano aéreo que incluía los cuatro puntos cardinales y en el que podía distinguirse desde la torre de vigilancia hasta los diferentes módulos que la componen, pasando por la cocina, la caldera y las secciones de comunicaciones y de ingresos del centro. Apuntaba también la existencia de puestos «como de luz» con focos y cámaras y señalaba que «desde un helicóptero», se tenían que ver «perfectamente los cuatro patios «pequeñitos» de aislamiento.
Es en uno de ellos, el marcado con el número 13, en donde debía llevarse a cabo la operación de huida. Parot relataba que es allí donde sale a pasear desde las 9 de la mañana hasta la una de la tarde «más o menos». Siempre que su comportamiento fuera el correcto, pues añadía que también podría encontrarse en los marcados con el tres o el cuatro, en donde podría estar en caso de sanción. Llegaba incluso a proponer un método para ser reconocido desde el aire: «Podría llevar una ikurriña en la mano, si hace falta». Patriotismo hasta el final...
En verano de 2020 una representante de la izquierda abertzale quiso entrevistarse con él como parte de su estrategia de blanqueamiento. No la recibió. Más tarde comprendió su derrota. La aceptó. Pero no se arrepiente.