ABC (Andalucía)

El Real Madrid remonta en Mestalla (1-2) en el tramo final y se mantiene líder de la Liga

VINICIUS EMPATÓ EN EL 87 Y POCO DESPUÉS ASISTIÓ A BENZEMA PARA RESOLVER UN PARTIDO MUY INTENSO

- HUGHES

Barcelona El cruyffismo, cuando la búsqueda de la excelencia se convierte en una condena

Baloncesto Madrid y Barça sufren para vencer en el debut liguero

Volvía Hazard a la titularida­d y a ese lugar junto a Benzema que lleva el dibujo a un 42-3-1. El Madrid estrenaba tercera equipación, bonita, un verde que no es medicinal sino que azulea hasta no sabe muy bien si es una cosa u otra, como entre mar y azul. De lejos parecía un horizonte azul Capri. La tercera equipación parece decir algo sobre la suerte o no de un equipo.

El Valencia, cambiado por Bordalás, un entrenador que parece llevar quevedos, había perdido a Gayà y al poco de empezar perdió a Soler, con ello se esfumaba su banda izquierda completa, los mejores jugadores, héroes recientes para Luis Enrique.

Todo lo que empujaba inicialmen­te el Valencia presionant­e de Bordalás lo devolvía atrás Vinicius con sus carreras, que empezaban en el lateral izquierdo y acababan en la frontera con el extremo diestro. Esto, sin embargo, era lo que le iba a dejar el Valencia▶ atacar hacia dentro, hacia el interior, o como se diría ahora ‘diagonaliz­arse’. El marcaje fue intenso, minucioso y no renunció a la falta.

Con Vinicius engrilleta­do y Valverde liberado de Soler y Gayà, pareja temible, el Madrid cargó el juego más por la derecha, cediendo al vicio de evacuar centros.

Hazard volvió a mostrar una mejoría intrigante, sugestiva, que se expresa sobre todo en primeros toques perfectos, como si presentara un reposapiés acolchado para las necesidade­s de los compañeros. En ese sentido, se convierte en un intermedio lujoso entre Benzema y Vinicius, una interesant­e traducción. Intentó, por ejemplo, un regate en ruleta y volvió a hacer esas paradas secas con media vuelta en las que se detiene y gira como un coche que huye de la policía en las escenas de persecució­n.

En el combate físico de dos equipos pletóricos, Modric parecía un anacronism­o, alguien jugando un fútbol antiguo, distinto.

El partido estaba bonito, el ritmo era altísimo, los dos equipos gustaban en una explosión de carreras y sudor y fueron los músculos los que avisaron, como devolviend­o las cosas a su lugar. Tras la lesión de Soler llegó la del portentoso Correia, que cayó en un forcejeo insospecha­do con Hazard, que le cargó como un toro al caballo del picador. Después le tocó a Carvajal, un problema ya habitual del Madrid del que se habla poco.

Tras esos minutos de procesión hacia el linimento, el partido decayó en un realismo más reconocibl­e, sin mengua de mérito para los dos equipos, incansable­s en la lucha. Lo más bonito, sin embargo, era ver a Modric huir de la presión bordalasia­na como si fuera un cervatillo brincando para huir del acoso organizado de los depredador­es. El Valencia obtuvo ahí la mejor ocasión de la primera parte, a balón parado, un cabezazo de Paulista que no sorprendió a Courtois, mejor colocado que un liberalio.

Al volver del descanso, Guedes tuvo otra ocasión muy clara. La reconstrui­da banda derecha, Foulquier-Musah, ya no se contentaba con detener a Vinicius. Sobre el Madrid caía por momentos un aguacero de presión y energía parecido al del Inter. Esos arreones del Valencia traían la memoria de tantos arrebatos de fútbol en Mestalla. Bordalás conecta con una vena valenciani­sta, la de del equipo ‘bronco y copero’, para pocas bromas. Eso era un carácter, un agonismo más bien improvisad­o, y esto es pura organizaci­ón, concentrac­ión colectiva y preparació­n física.

Pero el Madrid resistía; como en Milán, se dedicaba a apretar los dientes y bajar la cabeza, sin otra claridad pelotera que Modric, pero aun firme en defensa, aplicado en pasar los peores minutos. Era el ‘saber sufrir’ del que habló Ancelotti, pero cuando parecía que el Valencia aflojaría y que con el ácido láctico surgirían los espacios y posibilida­des, Hugo Duro, cuña de la misma madera, marcó en una jugada a balón parado en la que Lucas, como un cuerpo fuera de elemento, volvió a hacer algo extraño. ¿Puede una defensa ya de por sí dudosa ir por la vida con Carvajal, un jugador frágil del que no se dice que es frágil, y Lucas, un nolateral, en el lateral derecho? Sea cual sea la respuesta no es Mbappé, porque a todo se responde con Mbappé. El Madrid tiene una cojera ahí.

Entraron Camavinga y Rodrygo, pero ya no para refrescar y sorprender, sino para remontar, que no es lo mismo. Hubo un carrusel de cambios del que el Madrid salió desfigurad­o, ofensivo, quizás endeble. Pero Ancelotti reaccionó rápido, ojo. Entró la urgente flema de Isco y el Valencia metió más músculo, más altura, más fuerza, y además fue jugando con el segundero. Los árbitros quieren perseguir ahora la pérdida de tiempo, ¡ojalá esos árbitros nos persiguier­an también a nosotros! Fueron importante las conduccion­es de Isco, que fueron metiendo al Madrid arriba, poniéndole en contacto con la pelota. Esa función de especialis­ta es única, y justifica su lugar en el Madrid.

Tras un ataque insistente, Benzema hizo de nuevo de clarividen­te en el minarete del área y se la dejó a Vinicius, que marcó aunque fuera con su recurso antiguo del rebote en el rival. Unos minutos después, Vinicius se la devolvió para el 1-2 y su pase lo remató con el hombro Benzema, definitivo.

El joven Camavinga ya entra en las rotaciones y volvió a ser el primer refresco elegido para el mediocampo por Ancelotti

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Benzema, autor del 1-2
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// AFP Benzema dirige el balón ante la presión de Yunus Musah
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