Donaciones ante el retraso de las ayudas tras el mayor incendio de los últimos años
Donaciones de particulares llegadas de toda España alivian el drama que vive la sierra de la Paramera (Ávila), cuyos vecinos siguen, un mes después, a la espera de las ayudas oficiales
Los vecinos de la sierra de La Paramera en Ávila vivieron hace un mes el peor incendio en España de los últimos nueve años. Un drama que, a la espera de ayudas oficiales, están aliviando donacionales de particulares.
Un mes después del incendio de la sierra de la Paramera (Ávila) sigue oliendo a quemado e impresiona el silencio de la Naturaleza muerta. En los montes cabonizados aún se ven los restos de animales devorados por los buitres, que se han dado un banquete inesperado con una de las más cotizadas carnes de vacuno. También se han visto cadáveres de jabalíes, caballos e incluso lobos, incapaces de huir al verse rodeados por las llamas. Durante trece días el fuego avanzó de forma imparable, después de que un coche empezara a arder el pasado 14 de agosto en la N-502. En pocos minutos, las llamas saltaron al monte y se convirtieron en un monstruo indomeñable.
Así comenzó el peor incendio registrado en España de los últimos nueve años y el cuarto más grande de la historia reciente. Avivado por el viento, el calor extremo y la sequía, el fuego calcinó 22.000 hectáreas y las dejó vacías de vida en un paisaje desolador. En extensión, es como si se hubiera quemado más de un tercio de la ciudad de Madrid. Pero en aquellos días los españoles dedicaban su atención a la caída de Kabul en manos de los talibanes, y el incendio que asolaba el corazón de Castilla apenas ocupó titulares.
En las calles de los pueblos, en las redes sociales y en las Cortes de Castilla y León se debate sobre si hay responsables, si se hizo todo lo posible para evitar esta catástrofe o se pudo hacer más. Pero parece que será la Justicia la que diga la última palabra tras la denuncia presentada por la Coordinadora Unitaria de Bomberos Profesionales contra la Junta de Castilla y León y la Diputación de Ávila.
Ríos con ceniza
Ahora, un mes después del incendio, lo que urge es garantizar el suministro de agua a la población y al ganado en los municipios más afectados.
Las lluvias de los últimos días han arrastrado la ceniza de los montes a los manantiales, y si antes corrían con agua cristalina ahora parecen ríos de tinta de calamar. Cuando el agua viene sucia hay que desviarla de los depósitos, recurrir a las cisternas y racionar el suministro. Toda una odisea para los alcaldes de la zona, que se ven desbordados ante una catástrofe de tanta magnitud. «Ahora la prioridad es el agua», comenta Jesús Martín, alcalde de Solosancho y diputado provincial del PP por Ávila. De él dependen 840 habitantes repartidos en cuatro núcleos urbanos (Robledillo, Villaviciosa, Baterna y Solosancho), pero el día del incendio había casi 4.000 personas en la zona, entre veraneantes y locales, y hubo que desalojar a unos mil.
Martín mira con preocupación las empinadas laderas de la sierra quemada, donde ya se aprecia la erosión provocada por la lluvia. Observa los caminos intransitables y los cercados rotos y, en medio de la desolación, transmite un mensaje de optimismo▶ «Los peores momentos ya los vivimos y ahora nos toca afrontar lo que está por venir, y debemos hacerlo todos unidos». «Creo que las instituciones tienen que reaccionar y lo van a hacer de forma rápida».
Añade que nunca se había sufrido «algo tan dramático como lo vivido ahora» pero «tenemos que salir adelante» y lo cierto es que esta situación «ha creado un espíritu de solidaridad y unión que creo que se va a mantener en el tiempo. Hemos sentido que lo nuestro se perdía, y esta pérdida nos hace valorarlo más». También anima a la gente «a conocer esta zona o a volver a visitarla». «Ahora más que nunca lo necesitamos», dice.
El agua también es «el principal problema» para el alcalde de Sotalbo, Juan Manuel Nogal (PSOE), quien explica que «cada vez que llueva, se va a contaminar de cenizas» y nadie sabe hasta cuándo seguirán con este problema. El fuego calcinó el 80 por ciento de las tierras de este municipio ganadero y agrícola que todavía recuerda con espanto el día que se vieron asediados por las llamas. «Durante dos horas y media, el pueblo quedó aislado y durante cuatro estuvo sin luz. Ni siquiera dio tiempo a evacuar a la mitad de los habitantes», relata Teresa García, vecina de Sotalbo, quien recuerda que esos días se había triplicado la población habitual de 265 habitantes. «Si no hubiera sido por los vecinos, que ayudaron a combatir el fuego con los tractores, muchas casas se habrían quemado», afirma convencida de que se actuó tarde y de que hay que modernizar el protocolo de los bomberos y la ley de Montes. A Teresa también le preocupa cómo se hará el reparto de las ayudas en una España cada vez más politizada. De hecho, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, visitó Sotalbo, cuyo alcalde es socialista, mientras que el líder de la oposición, Pablo Casado, escogió un anejo de Solosancho, cuyo edil es del PP.
Lo cierto es que un mes después del incendio apenas han llegado ayudas públicas a los afectados, más allá de los 29 abrevaderos y las cisternas de agua y varias toneladas de alimentos para el ganado que ha enviado la Diputación de Ávila. El Gobierno ha declarado la zona catastrófica y la Junta de Castilla y León ha anunciado que invertirá 25 millones de euros para recuperarla en los próximos diez años, pero las ayudas siguen enredadas en la lenta burocracia administrativa.
En cambio, la solidaridad privada empezó a funcionar desde el primer momento. Se ha recibido un aluvión de donaciones enviadas por ganaderos y particulares de todos los rincones de España. Han llegado camiones con toneladas de paja, pienso, alfalfa, agua embotellada, zanahorias, medicamentos de uso veterinarios... Gracias a esa ola de solidaridad, los animales no han muerto de hambre.
El reto es cómo seguir alimentando en el futuro a las más de 36.000 cabezas de ganado de las 500 explotaciones que hay en la zona. Y es que la ley de Montes prohíbe dedicar el terreno quemado a pasto o a la caza durante cinco años. Pero todos confían en que la Junta de Castilla y León se pueda acoger a alguna de las excepciones que contempla la ley para que los ganaderos no se vean obligados a abandonar una parte de España ya de por sí vacía, y para evitar también la subida de los precios de las superficies pastables en las provincias limítrofes.
Una granja inmensa
«Toda la zona que se ha quemado era una granja inmensa», explica Inés Vila San José, veterinaria de la Clínica San Antonio de Ávila, especialista en vacuno y que los días del incendio se desplazó para atender de urgencia y sobre el terreno a sus ‘pacientes’. Afortunadamente, a los ganaderos de la zona les dio tiempo a trasladar al ganado, a alejarlo de las llamas o a soltarlo para que pudiera huir y no muriera intoxicado por el humo o abrasado.
«La gente del pueblo salvó su ganado y el que había
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