Parot es un demócrata equivocado
El único delito de Parot fue emplear métodos erróneos
HAN causado una natural consternación entre las gentes no completamente corrompidas los homenajes encubiertos que se han dedicado al asesino múltiple Henri Parot. Sin embargo, es perfectamente lógico que un asesino múltiple como Parot sea homenajeado por nuestra democracia. Pues nuestra democracia considera que las ideas de Parot son perfectamente legítimas, aunque el método que empleaba para llevarlas a cabo fuese «equivocado». El régimen del 78 ha aceptado en el seno del «consenso democrático» a quienes postulan la disolución de la comunidad política, con tal de que renuncien a la violencia; los ha acogido amorosamente en las instituciones, los ha sufragado rumbosamente, los ha integrado en las más altas decisiones del Estado. Y, al aceptar esta aberración filosófica, jurídica y moral, el régimen del 78 se convierte en una maquinaria nihilista. Asimilar en el «consenso democrático» a quienes han renunciado por razones de oportunismo a métodos criminales, pero siguen profesando las mismas ideas perversas de antaño, demuestra que entre asimilados y asimiladores existe un objetivo común▶ la disolución de la comunidad política. El régimen del 78 antepone el «consenso democrático» a la supervivencia de la comunidad política.
De este modo, quienes antaño utilizaron el crimen para hacer realidad unos postulados ideológicos plenamente legítimos se convierten en meros –Arzalluz dixit– «chicos equivocados» que «entregan la vida por su pueblo, por lo que merecen nuestra admiración y respeto». Los troyanos mantuvieron a raya a los aqueos durante diez largos años; pero sucumbieron en cuanto incurrieron en la debilidad mental de dejar que se colaran dentro de sus murallas, mediante el regalito envenenado del caballo de madera preñado de aqueos. El régimen del 78, al asimilar en el «consenso democrático» a quienes han renunciado –por razones oportunistas– a los métodos criminales, pero siguen profesando las mismas ideas perversas de antaño, cometió el mismo error fatal. Permitió que se colasen dentro de sus murallas los enemigos de la comunidad política; y esos enemigos exigen ahora –con la lógica irreprochable del mal– que Parot deje de cumplir condena por los crímenes que cometió. Pues el único delito de Parot fue emplear métodos erróneos, en su afán por realizar unos ideales plenamente legítimos. Y, ¿qué importan los métodos, si el ideal que los alentaba era plenamente legítimo?
Es derecho constitutivo e irrevocable de una comunidad política digna de tal nombre defenderse contra sus agresores, impidiendo que quienes desean su mal dispongan de instrumentos para perpetrar su designio. Desde el momento en que reniega de ese derecho, la comunidad política se convierte en una caricatura siniestra, pastoreada por un Estado nihilista que acabará convirtiendo a asesinos múltiples como Parot en «mártires de la democracia». Por el momento, se conforma con permitir vergonzantemente que los homenajeen, como «demócratas equivocados» que son.