ABC (Andalucía)

Parot es un demócrata equivocado

El único delito de Parot fue emplear métodos erróneos

- JUAN MANUEL DE PRADA

HAN causado una natural consternac­ión entre las gentes no completame­nte corrompida­s los homenajes encubierto­s que se han dedicado al asesino múltiple Henri Parot. Sin embargo, es perfectame­nte lógico que un asesino múltiple como Parot sea homenajead­o por nuestra democracia. Pues nuestra democracia considera que las ideas de Parot son perfectame­nte legítimas, aunque el método que empleaba para llevarlas a cabo fuese «equivocado». El régimen del 78 ha aceptado en el seno del «consenso democrátic­o» a quienes postulan la disolución de la comunidad política, con tal de que renuncien a la violencia; los ha acogido amorosamen­te en las institucio­nes, los ha sufragado rumbosamen­te, los ha integrado en las más altas decisiones del Estado. Y, al aceptar esta aberración filosófica, jurídica y moral, el régimen del 78 se convierte en una maquinaria nihilista. Asimilar en el «consenso democrátic­o» a quienes han renunciado por razones de oportunism­o a métodos criminales, pero siguen profesando las mismas ideas perversas de antaño, demuestra que entre asimilados y asimilador­es existe un objetivo común▶ la disolución de la comunidad política. El régimen del 78 antepone el «consenso democrátic­o» a la superviven­cia de la comunidad política.

De este modo, quienes antaño utilizaron el crimen para hacer realidad unos postulados ideológico­s plenamente legítimos se convierten en meros –Arzalluz dixit– «chicos equivocado­s» que «entregan la vida por su pueblo, por lo que merecen nuestra admiración y respeto». Los troyanos mantuviero­n a raya a los aqueos durante diez largos años; pero sucumbiero­n en cuanto incurriero­n en la debilidad mental de dejar que se colaran dentro de sus murallas, mediante el regalito envenenado del caballo de madera preñado de aqueos. El régimen del 78, al asimilar en el «consenso democrátic­o» a quienes han renunciado –por razones oportunist­as– a los métodos criminales, pero siguen profesando las mismas ideas perversas de antaño, cometió el mismo error fatal. Permitió que se colasen dentro de sus murallas los enemigos de la comunidad política; y esos enemigos exigen ahora –con la lógica irreprocha­ble del mal– que Parot deje de cumplir condena por los crímenes que cometió. Pues el único delito de Parot fue emplear métodos erróneos, en su afán por realizar unos ideales plenamente legítimos. Y, ¿qué importan los métodos, si el ideal que los alentaba era plenamente legítimo?

Es derecho constituti­vo e irrevocabl­e de una comunidad política digna de tal nombre defenderse contra sus agresores, impidiendo que quienes desean su mal dispongan de instrument­os para perpetrar su designio. Desde el momento en que reniega de ese derecho, la comunidad política se convierte en una caricatura siniestra, pastoreada por un Estado nihilista que acabará convirtien­do a asesinos múltiples como Parot en «mártires de la democracia». Por el momento, se conforma con permitir vergonzant­emente que los homenajeen, como «demócratas equivocado­s» que son.

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