Cada uno en su casa y por sí mismo
DIARIO DE UN OPTIMISTA
«El cambio climático sucede al ‘Derecho del humanismo’, la defensa del hombre es reemplazada por la de la naturaleza, las ballenas antes que los uigures. ¿Es esto progreso? No estoy seguro, pero no esperemos un cambio para la próxima generación, porque el aislamiento está en el ADN de EE.UU. y Europa está cansada»
La historia se escribe en lugares inesperados, a menudo periféricos▶ Sarajevo, Yalta, Kabul. Es muy probable que el abandono de Afganistán por parte del Ejército estadounidense sea un punto de inflexión histórico en la historia occidental. Porque, más allá de la salida un tanto caótica de Kabul, adivinamos fácilmente un regreso a las fuentes mismas de la fundación de Estados Unidos▶ la creación de una nación que, desde luego, no está libre de conflictos internos, pero que quería ante todo, según sus fundadores, mantenerse alejada de los conflictos políticos y religiosos del viejo continente y más allá. Una cita fundamental de John Quincy Adams en 1821, cuando era secretario de Estado, define esta mentalidad▶ «Los estadounidenses no están destinados a aventurarse al mundo exterior en busca de monstruos para destruir». Esta proposición fue más o menos respetada a lo largo del siglo XIX, hasta la guerra contra España para ‘descolonizar’ la vecina Cuba y luego Filipinas.
Pero esta reticencia al aventurerismo exterior siempre ha sido y sigue siendo constitutiva de su alma y su política exterior, hasta las dos guerras mundiales▶ para que conste, Estados Unidos se unió tarde, más por obligación que por voluntad propia. Asimismo, la ineptitud de Naciones Unidas y el deseo de conquista mundial de la Unión Soviética transformaron a Estados Unidos en un policía del mundo sin que realmente sintiera el deseo o la vocación de serlo.
Se me objetará que desde 1945 el Ejército estadounidense ha dejado de buscar fuera dragones que derrotar sin que la necesidad sea siempre evidente o el resultado concluyente; pensamos en Vietnam y las incursiones en Centroamérica. Pero estas epopeyas militares se desarrollaron por sí mismas, por una dinámica interna que el presidente Dwight Eisenhower
había denunciado en un famoso discurso de despedida en el año 1959 en Estados Unidos se formó ‘un complejo militar-industrial’ que perseguía sus propios intereses económicos y persuadió a los líderes políticos para que siguieran sus órdenes. Este fue claramente el caso de Vietnam, Irak y Afganistán. El primer presidente que resistió, aunque débilmente, a este aventurerismo militar-industrial fue Bill Clinton, luego Barack Obama, Donald Trump y finalmente, de forma concreta y ostensible, Joe Biden, heredero en línea directa de John Quincy Adams. Su resolución fue aprobada masivamente por el pueblo estadounidense, con excepción de unos pocos conservadores en la Cámara y de los tradicionales grupos de presión armamentistas.
Si se cierra el paraguas estadounidense, ¿qué será de la periferia oriental de Europa? ¿Qué será de Ucrania, expuesta al revanchismo ruso? ¿Cuál será el destino de Israel, Taiwán, Corea del Sur y el Sahel, donde hasta ahora, el Ejército francés y los comandos estadounidenses contienen a la guerrilla islamista? Estados Unidos, anuncia Biden, ahora solo defenderá sus intereses directos, una noción que se cuida mucho de definir, pero que parece aplicarse únicamente a China.
Muchos son también los conservadores, al estilo de John Quincy Adams, que consideran que el área de intervención natural de Estados Unidos debe limitarse a América del Norte, un área natural que, en Estados Unidos, incluye a México y Canadá; en realidad, no existen fronteras reales entre estos tres países interdependientes.
Resulta que, en Europa, África y Asia, ahora todos están invitados a recurrir a sus propias fuerzas; sin embargo, hoy nadie puede hacerlo sin el apoyo de Estados Unidos. Por lo tanto, el esfuerzo humano y económico que deben realizar las naciones amenazadas será considerable. Otra parte de la americanización del mundo se ha derrumbado en Kabul: la exportación de la democracia y los Derechos Humanos. Lo que algunos llaman burlonamente ‘Derecho del humanismo’, que legitimaba la americanización del mundo, ha quedado olvidado.
¿Quién irá ahora a luchar por la libertad de expresión en China, los derechos de las mujeres en Afganistán, la dignidad de los rohinyás en Birmania, la salvación de los uigures y los tibetanos? Nadie. El ‘Derecho del humanismo’ se ha vivido como un principio de política exterior; subsiste solo en las asociaciones humanitarias y los foros de unos pocos intelectuales. La Realpolitik tan querida por Henry Kissinger ha prevalecido frente al ‘deber de injerencia’, noción formulada en la década de los setenta por Bernard Kouchner, fundador francés de la ONG Médicos sin fronteras.
Ninguna democracia liberal del mundo tomará el relevo de las contundentes intervenciones de Estados Unidos; los líderes europeos, al igual que los de Estados Unidos, seguirán proclamando la universalidad de los Derechos Humanos, pero sin más acción práctica que ponerse como ejemplo. Si persiste alguna causa globalizada, a partir de ahora no será tanto la democracia liberal como la crisis climática o la cerrada defensa de la biodiversidad. El cambio climático sucede al ‘Derecho del humanismo’, la defensa del hombre es reemplazada por la de la naturaleza, las ballenas antes que los uigures. ¿Es esto progreso? No estoy seguro, pero no esperemos un cambio para la próxima generación, porque el aislamiento está en el ADN de Estados Unidos y Europa está cansada. Los dragones retozarán libremente.
«Si se cierra el paraguas de EE.UU., ¿qué será de la periferia oriental de Europa? y ¿cuál será el destino de Israel, Taiwán o Corea del Sur?»