ABC (Andalucía)

El Cinecittá de Erdogan

Las telenovela­s turcas tienen una sentimenta­lidad fósil, pero eso no les impide arrasar en audiencia

- KARINA SAINZ BORGO

No se acercan. No se tocan ni se besan y aunque todo invite al sexo, lo esquivan, como si en lugar de posar la mano en una mejilla o una pierna, lo hicieran sobre una hornilla encendida. A pesar de los tupidos bigotes de sus varones y las melenas rubias de las protagonis­tas, en las telenovela­s turcas el mundo es frío, célibe, abstemio y distante. Y sin embargo, arrasan.

Son algo parecido a un Cinecittá de Erdogan▶ una Turquía moderna y occidental­izada, travisten Estambul en un Ocean Drive otomano, exento de pobreza y conflicto. Las telenovela­s turcas, como las mexicanas, colombiana­s y venezolana­s en su momento, son culebrones canónicos▶ simples y episódicos, como un entremés perpetuo. Nadie elige la tradición a la que pertenece. Yo misma estoy hecha de melodrama. En las leyes de Mendel, Lupita Ferrer es el gen dominante de mi generación. La telenovela fue al Caribe lo que el criollismo a la literatura del XIX. Exagerada y decadente, la telenovela embellecía nuestras abolladura­s y permitían vivir dignamente a un grupo de escritores aventajado­s.

En tiempos de empoderami­ento y agravio retroactiv­o, de reparación por las trazas del patriarcad­o y la dominancia del hombre blanco, resultan inverosími­les los tipos humanos que presentan estas telenovela­s incluso en sus versiones más modernas, como ‘Mi hija’ o ‘Inocentes’.

Los esquemas de las telenovela­s turcas tienen más catecismo que de melodrama, y en ocasiones hasta resultan risibles. Reflejan un mundo moderno de utilería, en el que los hombres heredan y las mujeres o nacen locas, a la manera de una reserva natural de la histeria, o son emancipada­s que lo olvidan todo al echarse en brazos de un galán.

El patriarcad­o en las telenovela­s turcas no se remite sólo a la masculinid­ad, que resulta dúctil según se mire, se trata de un régimen moral, donde lo familiar y lo religioso vertebran todo. La minoría de edad de estas mujeres, la inexistenc­ia ya no digo del amor homosexual sino de cualquier acercamien­to físico, es pura propaganda. Sin duda, Erdogan ha conseguido lo que el Duce con Cinecittá.

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