ABC (Andalucía)

El catalán errante

De haberse quedado en Cataluña, como el resto de los sediciosos, hubiera sido juzgado, sentenciad­o y, a estas alturas, indultado

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

COMO el holandés de la ópera de Wagner, aunque sin su majestuosi­dad y el amor, no el odio como ‘leitmotiv’, Carles Puigdemont deambula por las cortes políticas y judiciales europeas en busca de alivio para sus males y solución para sus problemas. El último lance lo está teniendo en Cerdeña, donde fue detenido, puesto en libertad y citado por el juez a primeros de octubre para decidir qué hace con él, lo que no va a ser fácil. Suele ocurrir cuando, en vez de atenerse a la ley, se larga uno, dicen que en el maletero de un coche, después de violarla, e inicia su odisea particular por distintos países, cada vez más enredada, ya que los acontecimi­entos han seguido su curso distinto al suyo.

De haberse quedado en Cataluña, como el resto de los sediciosos, hubiera sido juzgado, sentenciad­o y, a estas alturas, indultado. Pero llevado no sabemos si por su ambición o su miedo, prefirió la huida, y el que era presidente de Cataluña ya no lo es, su partido anda a la greña con el del que lo es y ni siquiera sabemos si es parlamenta­rio europeo, pues si bien fue elegido, no llegó a tomar posesión del cargo, lo que le impide gozar de inmunidad, aunque eso tendrá que decidirlo el Tribunal de Luxemburgo. Un lío de mil diablos y un dolor de cabeza para los países donde aterriza. Un auténtico grano en el cogote, algunos dicen trasero, que no le hace popular para nadie, excepto para los más fieles, que son cada vez menos. Enfrente tiene no sólo a la Justicia española –no me atrevo a decir Gobierno, pues sabemos lo que vale la palabra de su presidente–, sino también al que ocupa su cargo, dispuesto a iniciar negociacio­nes sobre la autodeterm­inación y la amnistía, que interesa a ambos.

Conociendo a los personajes de este dramón, no me extrañaría que Puigdemont intente no sólo ridiculiza­r a la Justicia española –uno de sus objetivos desde el principio–, sino relanzarse a sí mismo. ¿Cómo? Pues multiplica­ndo sus andanzas por Europa en desafío de la orden de búsqueda y captura que el juez Llarena envió a las autoridade­s europeas en cuanto el Tribunal Supremo condenó a los procesados por el 1-O. Sabía que en Bélgica, Alemania y Francia –donde estuvo hace poco– no iba a pasarle nada. ¿Por qué no probar en Italia? De ocurrir lo mismo, podría asumir que el peligro había pasado. Y de detenerlo, hacerse el mártir, al mismo tiempo que volvía a la actualidad política, de la que estaba cada vez más lejos. Si, encima, impedía que la mesa de diálogo entre Sánchez y Aragonès siguiera adelante, ¡bingo!

Se parecen más de lo que parece. De entrada, los tres buscan el poder a cualquier precio. De salida, quieren una España tan distinta que ni ellos la reconocerí­an. Pues habría que esperar su reacción.

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