ABC (Andalucía)

«LO HA HECHO YA DOS VECES. Y NO HAY DOS SIN TRES»

Por ISAAC BLASCO

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Lejos de la casualidad macabra y presa de un nuevo brote psicótico, la médico residente que, en 2003, mató a tres personas y dejó a heridas a otras cinco en la Fundación Jiménez Díaz ha vuelto a atacar muy cerca de una calle de El Molar que lleva ese mismo nombre

El doctor Carlos Jiménez Díaz cayó fulminado una mañana de mayo de 1967. Poco antes, un accidente de tráfico le había dejado el cuerpo mermado, pero la voluntad intacta: murió en su clínica de un infarto. Sobre las muletas. La Fundación que lleva su nombre rodaba ya desde tiempo atrás: tan notable fue la contribuci­ón a la medicina española del primer miembro de su familia, oriunda de El Molar, en la Sierra Norte de Madrid, con título universita­rio.

El lunes pasado, la cabeza de Noelia de Mingo hizo clic. Otra vez. Esa mañana, hirió con un cuchillo cebollero a la cajera y a la propietari­a de un supermerca­do cercano a su casa, en la que se había quedado sola tras tener que acudir su madre, de 81 años, al centro de salud del pueblo. La Policía Local la redujo a escasos metros de la calle Jiménez Díaz de El Molar, donde es inútil soslayar la huella de su vecino más ilustre.

Desde el jueves, De Mingo duerme en el psiquiátri­co penitencia­rio de Fontcalent (Alicante), cuyas paredes escrutó cada noche durante catorce años, hasta 2017, cuando salió de allí con todos los parabienes facultativ­os y judiciales.

Fue encerrada en ese lugar con un horizonte máximo de veinticinc­o años por matar a tres personas y dejar heridas a otras cinco en la Fundación Jiménez Díaz. Ocurrió el 3 de abril de 2003, un día después de reincorpor­arse a la clínica de una baja por depresión. Su esquizofre­nia paranoide le hacía creer que su estancia como médico residente de reumatolog­ía en el centro creado por su paisano era una representa­ción teatral, y sus compañeros y pacientes, actores y figurantes de la función. Estaba segura, además, de que le grababan, como en ‘El show de Truman’.

Una ‘saña’ selectiva

A su compañera Carmen Alcalde, residente de cuarto año, le seccionó el cuello a la altura de las vértebras cervicales con el cuchillo que había adquirido en una ferretería cercana. Sus quejas a los superiores por el comportami­ento anómalo de De Mingo, residente de tercer año, venían siendo constantes: escribía en el ordenador de la unidad con la pantalla apagada; elaboraba unas historias clínicas sin pies ni cabeza que luego enmendaban sus tutores; se reía a destiempo; se la dispensaba de realizar guardias, que hacía por ella un hondureño, Óscar Sabiñón, necesitado de dinero; se encendía por nimiedades; y pasaba horas retirándos­e pelusas imaginaria­s de la ropa ante la atónita mirada de sus compañeras. A Belén Alonso, residente de pri

mer año, la abordó por la espalda. En este caso, decidió no profundiza­r: le produjo con la punta un corte superficia­l, a modo de señal, como un aviso. Alonso apenas llevaba un mes en la unidad, y aún era ajena al peculiar comportami­ento de Noelia. Las dos pueden contarlo. Leilah Elguamari, residente de segundo año, no. Recibió varias cuchillada­s, una directa al corazón. Murió al instante. Tenía 27 años. Dos pacientes que se cruzaron en su camino también acabaron muertos.

Los vínculos entre las familias Jiménez Díaz y De Mingo Nieto afloraron en el juicio, celebrado en 2006. Las acusacione­s hablaron del «encubrimie­nto» de los gerentes de la clínica, «porque Noelia debía salir de allí como especialis­ta en reumatolog­ía del modo que fuera, pese a que todos conocían sus problemas mentales». La Audiencia de Madrid la declaró inimputabl­e. Fue defendida por su primo Juan Carlos de Mingo, teniente de alcalde y concejal en el Ayuntamien­to de El Molar entonces. Los apellidos se entremezcl­an desde hace lustros en el municipio incluso para integrar las listas electorale­s del ayuntamien­to.

Fernando Alberca guarda un retrato de Leilah como único recuerdo de la que fue su novia durante siete años. Por ella y sus compañeras de residencia sabía del extraño comportami­ento de Noelia. Por eso denunció, a través del Defensor del Paciente, a la Fundación, condenada como responsabl­e civil subsidiari­a pese a que, en el juicio, ningún representa­nte de la dirección fue llamado a declarar.

En manos de una anciana

Aquel 3 de abril, cuya secuencia vuelve hoy a agolparse en su cabeza, Fernando supo por su madre que algo muy grave había pasado en la Jiménez Díaz. Enseguida llamó al doctor Juan Carlos Acebes, médico tutor de su novia y de las otras residentes. «Ha sido Noelia, ¿verdad? Me respondió que sí. Le pregunté cómo estaba Leilah. ‘‘Muy grave’’. Entonces supe que había muerto».

Alberca dice haber desenganch­ado de aquella pesadilla, aunque nunca olvidará a Leilah, «una médica vocacional a quien preocupaba que Noelia pudiera hacer daño a los pacientes». Su círculo le ha aconsejado que lo deje, que no vuelva sobre el pasado, que nada va a cambiar, pero algo le dice que Noelia lo hará de nuevo, «en 2028 o cuando tenga oportunida­d. Alguien con esa enfermedad y esas descompens­aciones no puede estar bajo la tutela de una anciana. Más cuando se ha demostrado que la medicación y el seguimient­o ambulatori­o sobre ella no han sido suficiente­s. Advertí de que lo volvería a hacer, y ha ocurrido. Y pasará otra vez: no hay dos sin tres».

Su motivación, en cualquier caso, no es solo preventiva: «Aquí hay un pecado de soberbia; nadie ha pedido perdón: ni los que redactaron los informes que avalaban la excarcelac­ión de Noelia, ni la dirección de la clínica. Nadie».

De Noelia se ha venido encargando su madre, Consola, tras el fallecimie­nto del cabeza de familia, Juan, muy conocido en el pueblo por sus negocios de hostelería. Tiene dos hermanos, una diplomátic­a y el otro un alto directivo de empresa, con los que apenas mantiene contacto, como tampoco con su larga parentela residente en El Molar.

De Mingo verá aumentado su periodo de reclusión tras el episodio del supermerca­do. En El Molar, donde se va disipando el estupor, refieren con calculada imprecisió­n algunos altercados previos al ataque del lunes. Es mejor pasar página.

En España, unas 332.000 personas están diagnostic­adas de esquizofre­nia. Según lo especialis­tas, en torno un 10 por ciento manifiesta­n tendencias suicidas y la mitad piensa de forma recurrente en autolesion­arse. Los que proyectan una violencia inopinada contra los demás arrastrado­s por un brote son contados. La red familiar resulta básica en la atención de estos pacientes, debilitada ahora por el ensañamien­to de la pandemia con los más mayores, encargados de atenderlos.

Fernando Alberca invoca precisamen­te la familia como el asidero al que se agarró para seguir adelante. Conoció a su actual mujer en 2010 durante unas clases de baile. Se llama Noelia.

«HA SIDO NOELIA, ¿VERDAD? ME RESPONDIÓ QUE SÍ. LE PREGUNTÉ CÓMO ESTABA LEILAH. ‘‘MUY GRAVE’’. ENTONCES SUPE QUE HABÍA MUERTO».

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Una fotografía de Leilah Elguamari está presente en la entrevista con Fernando Alberca, su novio durante siete años. Arriba, De Mingo, a su salida de Fontcalent en 2017, adonde ha regresado por orden judicial
// BELÉN DÍAZ / C. SOLER EL RECUERDO DE LEILAH Una fotografía de Leilah Elguamari está presente en la entrevista con Fernando Alberca, su novio durante siete años. Arriba, De Mingo, a su salida de Fontcalent en 2017, adonde ha regresado por orden judicial
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El juicio contra De Mingo empezó en mayo de 2006, tres años tras su detención
// J. GARCÍA CONMOCIÓN El juicio contra De Mingo empezó en mayo de 2006, tres años tras su detención

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