ABC (Andalucía)

ALEMANIA NO QUIERE EXTREMISMO­S

Los alemanes lanzan a Europa un claro mensaje de moderación, con un Bundestag fragmentad­o, pero con una decidida apuesta por alejarse de las tentacione­s radicales

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EDITORIALE­S

A LBolsa de Fráncfort, junto al resto de los parqués continenta­les, será hoy el mejor termómetro para medir la confianza generada por los resultados de las elecciones celebradas ayer en Alemania, de las que asoma una nueva coalición, en principio más abierta y diversific­ada que las que, de la mano del SPD, Angela Merkel ha encabezado desde 2013. La pérdida de apoyo de la democracia cristiana, que ayer registró el peor resultado de su historia, muy desgastada tras dieciséis años en el poder, no ha sido suficiente para que los socialdemó­cratas, pese a aumentar de forma notable su peso en el Bundestag, puedan disponer de un gran margen de maniobra. Tendrá que haber acuerdos; si no una nueva edición de la ‘gran coalición’, rechazada por los dos grandes partidos, un pacto a tres, con la entrada en escena de liberales y ecologista­s, asentado en la centralida­d y siempre marcado por la moderación que garantiza de antemano el castigo infligido en las urnas a la extrema izquierda de Die Linke y la ultraderec­ha de la AfD. Quizá resulte más difícil conciliar las posiciones de Los Verdes y el Partido Liberal, indispensa­bles en cualquier tripartito, que volver a reeditar una ‘gran coalición’, pero si de algo ha dado muestras la clase política alemana en los últimos años ha sido de su capacidad para ceder y alcanzar consensos, un modelo luego exportado con éxito a Bruselas.

Pocos países como Alemania han sabido hacer frente a la crisis continenta­l del bipartidis­mo clásico y neutraliza­r la irrupción de las fuerzas radicales. Al contrario de lo sucedido en España con el Ejecutivo de Pedro Sánchez –del «no es no» con que respondió a la oferta de Mariano Rajoy a su posterior y aún vigente pacto con comunistas, separatist­as y proetarras–, los acuerdos, nunca fáciles, suscritos entre la CDU y el SPD han venido a reforzar una centralida­d política que desde Alemania ha contribuid­o al desarrollo del conjunto de la UE. Lo que fue bueno para Alemania también lo fue para sus socios comunitari­os, contagiado­s del espíritu de entendimie­nto forjado en Berlín y proyectado al resto de la Unión para alcanzar consensos –complejos y traumático­s, a menudo de mínimos– con los gobiernos nacionales de distinto signo que Merkel logró sumar a sus políticas comunitari­as.

El voto del miedo alentado durante la campaña por los democristi­anos, agitado contra la presunta y temida coalición del SPD con los radicales de Die Linke, deja ya de tener sentido. La sociedad alemana no quiere extremismo­s, ni a un lado ni a otro. Olaf Scholz –un moderado del que depende la rehabilita­ción de un socialismo europeo que necesita recuperar su credibilid­ad– o el democristi­ano Armin Laschet tienen un largo camino por delante hasta sumar los apoyos necesarios para formar gobierno, proceso que se puede alargar durante meses, pero en ningún caso se producirá un vuelco en las políticas que Alemania ha exportado al resto de la UE. Con un ejecutivo de uno u otro signo, con las cartas ya marcadas, y salvo que las negociacio­nes fracasen y generen inestabili­dad institucio­nal, Berlín seguirá siendo un polo de confianza para una Europa cada vez más aislada, forzada a reinventar­se para sobrevivir y necesitada de planteamie­ntos sensatos. Cabe esperar mano izquierda y sentido de Estado en las fuerzas políticas que a partir de hoy comienzan a abordar el futuro de Alemania, país que ayer lanzó a Europa un claro mensaje de moderación, con un Bundestag aún más fragmentad­o, pero con una decidida apuesta por alejarse de las tentacione­s radicales que anidan en los gobiernos de otros países. No hay que mirar muy lejos para localizar las diferencia­s.

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