ABC (Andalucía)

Napoleón, por fin embalado

- POR GUY SORMAN

¿En qué piensan cuando se inclinan ante este monumento funerario? ¿Meditan sobre los muertos o recuerdan lo que fue la gloria de Francia?

El Arco del Triunfo es una farsa, ya que en sus paredes están grabados los nombres de todas las batallas que llevó a cabo Napoleón, masacres masivas, especialme­nte en España. Pero no se menciona a las víctimas en modo alguno. Hoy el Emperador de Francia sería llevado ante la Corte Penal Internacio­nal de La Haya

A Lepopeya napoleónic­a, que fue una masacre a escala europea, precursora del nazismo y el estalinism­o, sigue siendo extrañamen­te celebrada por dos monumentos parisinos muy feos y gigantesco­s▶ una tumba de pórfido bajo la cúpula de los Inválidos y, lo que es peor, un Arco del Triunfo de estilo romano, pero cuatro veces más grande que el de Tito. Este Arco del Triunfo, tan simbólico de París como la Torre Eiffel, es una farsa, ya que en sus paredes están grabados los nombres de todas las batallas que llevó a cabo Napoleón, aunque algunas de ellas fueron en realidad derrotas▶ todas, en cualquier caso, fueron masacres masivas, especialme­nte en España. Pero no se menciona a las víctimas en modo alguno. Hoy el Emperador de Francia sería llevado ante la Corte Penal Internacio­nal de La Haya por crímenes de lesa humanidad.

Contra toda razón y toda decencia, este catafalco es un lugar sagrado ante el cual se recogen los jefes de Estado, franceses y extranjero­s. ¿En qué piensan cuando se inclinan ante este monumento funerario? ¿Meditan sobre los muertos o recuerdan lo que fue la gloria de Francia? Una gloria erigida sobre un mar de sangre y una montaña de esqueletos. Afortunada­mente, ahora este osario está oculto a la vista, completame­nte cubierto con una tela de un tono gris metalizado▶ una instalació­n genial y espectacul­ar imaginada por el artista búlgaro Christo, asistido por su esposa Jeanne-Claude, los dos recienteme­nte desapareci­dos.

Jeanne-Claude era francesa y Christo búlgaro, y vivieron sucesivame­nte en París y Nueva York. Christo lo envolvió todo, comenzando con objetos, y luego monumentos, como el Parlamento de Berlín y el Pont Neuf de París. También envolvió paisajes▶ Central Park en Nueva York, el lago de Garda en Italia. Sus obras, que exigían años de preparació­n, incluyendo arduos permisos administra­tivos, eran maravillos­as y efímeras, dos semanas, por lo general, y este será también el destino del Arco del Triunfo. Para este, yo hubiera preferido un envoltorio eterno, una tumba para reemplazar la supuesta gloria de este Imperio.

Para mi consternac­ión, la disputa sobre este envoltorio es solo estética. Algunos parisinos lo encuentran muy feo, aunque es muy bonito, pero olvidan reflexiona­r sobre lo que al final oculta Christo▶ todos esos crímenes napoleónic­os. Sin duda, está prohibido ironizar sobre la gloria del Imperio, no por la ley, sino por el lavado de cerebro impuesto desde la escuela a los jóvenes franceses.

El propio Christo, si aún estuviera entre nosotros, no haría ningún comentario: hablaba poco, en búlgaro mezclado con francés e inglés, dejando que cualquiera interpreta­ra su embalaje.

Por lo tanto, no se discute sobre Napoleón, como cabría esperar, sino sobre el embalaje. ¿Es arte? He observado a menudo que el arte divide a las multitudes incluso más que las ideologías y las religiones. Sabemos que, en su época, las pinturas de Caravaggio provocaron batallas campales, porque los devotos considerab­an que sus representa­ciones del cadáver de Cristo eran demasiado realistas.

Sabemos que los impresioni­stas, en su época, provocaron duelos entre sus seguidores y los seguidores del arte académico. La pirámide de Pei, en el patio del Louvre, partió Francia en dos. Hoy las disputas son aún más vivas, ya que los artistas, incluido Christo, han escapado de los moldes; instalacio­nes efímeras que no se pueden colgar en ninguna pared, o incluso imposibles de exponer, han sustituido a lo que antes constituía los límites del arte. En verdad, el arte ya no se define por lo que muestra, sino por la sensación que provoca: mi confusión, mi emoción, mi odio, componen el arte y el artista es quien provoca esas emociones. El arte en el sentido clásico está desapareci­endo igual que Internet sustituye la correspond­encia manuscrita de antaño y las redes sociales ocupan el lugar de los periódicos.

El arte es también, y esta es una de sus nuevas dimensione­s, un mercado, algo que entendió Christo. No se puede comprar el Arco del Triunfo empaquetad­o, pero las galerías de arte venden los bocetos de Christo, de modo que las ganancias de esas ventas financian la gigantesca instalació­n. Christo siempre actuó así, pues había comprendid­o que hoy hay en el mundo una multitud de aficionado­s genuinos y de nuevos ricos idiotas, muy adinerados que, al adquirir una estampa, incluso un trozo de tela para envolver, financiarí­an la obra real, cuyo destino es desaparece­r sin dejar rastro.

Por lo tanto, el Arco del Triunfo empaquetad­o, lo que exhibe y al mismo tiempo esconde esta verdadera obra, solo permanecer­á en la memoria de quienes lo hayan visto. Quizá se lo cuenten a sus hijos y nietos: yo lo haré.

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