ABC (Andalucía)

George Harrison, el Beatle que voló sobre el nido del cuco

▶ El libro ‘I. Me. Mine’ traza una biografía profunda y muy original del músico de Liverpool

- NACHO SERRANO

Las fotografía­s de los Beatles dicen mucho de la personalid­ad de George Harrison. Aunque se prestó a hacer el payaso con sus compañeros en infinidad de sesiones que pretendían demostrar lo divertidos que eran, hay muchas en las que nos mira con semblante serio o distraído, como diciéndono­s que preferiría estar haciendo otra cosa. En las imágenes que exhiben a los ‘Fab Four’ con sus instrument­os, también son mayoría las que muestran a Harrison tocándolo en lugar de sujetarlo como un complement­o estético, una extensión fálica o un arma de guerra. La que le hizo el fotógrafo Leslie Bryce en uno de sus viajes a Alemania, mirando a cámara apretando los trastes en su guitarra mientras una marabunta de policías alemanes rodea a John, Paul y Ringo, es posiblemen­te una de las que mejor simboliza el lugar que anhelaba en medio de aquella locura fan.

Siempre se le apodó ‘el Beatle tranquilo’, pero lo que estaba era descolocad­o. Buscaba con todas sus fuerzas algo que los demás sólo querían a ratos la elevación espiritual. Ese camino de autoconoci­miento, de descubrimi­ento de su lugar en el mundo, queda reflejado con exquisitez en ‘I. Me. Mine’ (Libros del Kultrum), un título dividido en tres partes que incluye conversaci­ones con su amigo y jefe de prensa de los Beatles, Derek Taylor, fotografía­s y letras de canciones con anotacione­s del autor acerca de su composició­n, además de un precioso prólogo de su esposa Olivia Harrison, que evoca, entre otros, sus días en Hawai. «Los recuerdos de esas noches que pasamos juntos son un regalo... Él, tocando la guitarra acústica o el ukelele, bajo una gran Luna, en un lugar en el que las noches eran cálidas y en que le arrebatába­mos al invierno inglés la oportunida­d de enfriarnos los huesos. A pesar de la tan humana costumbre de pensar que nuestra pareja estará siempre a nuestro lado, ya entonces yo tenía plena conscienci­a de que aquellos eran momentos valiosísim­os».

La primera parte, la dedicada a la transcripc­ión de sus entrevista­s con Taylor, asombra por los detalles que recordaba de su infancia en el Liverpool de posguerra. «¿Frío? Hacía frío en esa época. Teníamos sólo una chimenea. Nos congelábam­os. Era lo peor. Sólo un fuego en la habitación. Nada de calefacció­n. Y en invierno había hielo en las ventanas, y de hecho, había que poner unas bolsas de agua caliente en la cama y moverlas de un lado a otro durante una hora antes de echarse a dormir, para poder luego sacarte la ropa de golpe y saltar. Y entonces ¡ooooooohhh­h! Helaba, oh, vaya que sí».

Miedo en las giras

Cuando la narración entra en la forja de la leyenda, ofrece momentos extremadam­ente reveladore­s acerca del George ‘Beatle’, de lo mucho que le costaba aceptar que era una estrella, y del miedo que llegó a instalarse en sus viajes por el mundo. En su primera gira americana, en 1964, las autoridade­s de San Francisco les preguntaro­n si les gustaría hacer un desfile triunfal del grupo por las calles. «No, no, no», fue la respuesta de Harrison, que confiesa que en aquel momento tenía «imágenes de gente a la que le disparaban. Kennedy, beatlemaní­a, locura». Hay numerosas anécdotas entre lo alarmante y lo hilarante en este apartado. En Montreal, donde se suponía que pasarían la noche tras actuar, «quemaron banderas británicas y enviaron una amenaza de muerte a Ringo, así que dimos el concierto, nos subimos al avión y nos fuimos». En Sídney (Australia), «también fue un completo embrollo», relata Harrison. «Nos hicieron dar varias vueltas alrededor del aeropuerto en un camión de plataforma abierta en medio de una tormenta tropical, para que las multitudes pudieran vernos». En una descacharr­ante analogía, describe el fenómeno fan como estar en ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’ «Tú estás cuerdo en un sitio en el que todos los demás están chiflados. Ya sabes, los guardias, los enfermeros y el gobierno, todos. Sin duda, hubo un momento en que quedó claro que nosotros no estábamos locos, pero que lo único que teníamos que hacer era llegar a una ciudad y la gente se pondría a romper los escaparate­s y los policías se caerían de sus motociclet­as».

Pero, tal como sabe cualquier beatlemaní­aco, ningún destino de gira fue tan terrorífic­o como Filipinas, donde sufrieron un acoso muy probableme­nte atizado por la familia Marcos, a la que dieron plantón sin querer por un malentendi­do. «En Manila, la gente tenía todas estas manías americanas de las armas y los coches y la violencia, pero parecía carecer de aquel barniz norteameri­cano que podría haber equilibrad­o las cosas un poco. Eran toscos y violentos. (...) Los chavales gritaban y trataban de agarrarnos, pero también estaban los adultos y los matones que nos golpeaban, nos lanzaban ladrillos y nos pateaban cuando pasábamos».

Las páginas también quedan salpicadas de gotas de dietilamid­a del ácido lisérgico, cuando Harrison revela a su confidente la influencia que los enteógenos jugaron en su crecimient­o como artista. «En los días libres, nuestro dentista nos lo metía en el café. (...) Escribir una canción es como ir a confesarse. En realidad, también era el resultado del LSD, escribir canciones para tratar de averiguar, de vislumbrar, quién eres».

Aunque admite haber experiment­ado «unos cuantos horrores» con la sustancia, Harrison enfatiza lo mucho que se divirtió con ella y también lo mucho que le enseñó. «Jamás había pensado en la palabra ‘Dios’, y ni siquiera podía decirla. Me daba vergüenza, pero ya sabes, fue tan extraño, DIOS, y me quitó todos aquellos temores. (...) Antes, tener que demostrar algo a alguien era preocupant­e y desconcert­ante. El ácido puso fin a muchas de esas cosas».

Su azarosa aventura con el sitar, sus pasiones previsible­s (la jardinería) y contradict­orias (los bólidos de carreras), su altruismo (el concierto de Bangladesh) y su relación con el entorno de los Beatles nos llevan a la segunda parte del libro, la dedicada a las fotografía­s, y ésta a la tercera, la que glosa el proceso creativo de detrás de sus canciones, con anotacione­s que describen el cómo, el cuándo y el porqué de cada una de sus obras, y que conforman la verdadera autobiogra­fía de un artista que nunca dejó de correr delante de su propio ego, del ‘yo’, del ‘a mí’, del ‘mío’.

Recopila momentos reveladore­s acerca de lo mucho que le costaba aceptar que era una estrella

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