ABC (Andalucía)

LUCAS SE LLAMA EL MAR

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

Vengo de leer con placer creciente la novela ‘Mala mar’, de Antonio Lucas. Ahí se atesora un lema de iluminació­n▶ «Sólo el océano está seguro de sí mismo». Pudieran servirnos estas palabras de coda o prólogo a lo narrado, una travesía hasta el caladero de Gran Sol, donde se cumple la biografía de intemperie de los marineros a bordo, y de paso el buceo vivencial del protagonis­ta acompañant­e, un cronista de oficio que emparenta o no con nuestro autor, según la página. De modo que estamos ante una obra que levanta un insólito y ferviente monumento de homenaje a «los invisibles del mar», tan salvajes de ternura, mientras también aúpa el espejo del espíritu del pasajero, que vive a la búsqueda de hacerse el que en rigor ya es. Es formidable esta estampa coral de unos hombres que odian el mar como si lo amaran. Es magnífico el retrato íntimo del que los mira, confesándo­se casi más en el juicio de lo ajeno que en el recreo de lo propio. De modo que asistimos a un libro de masivo esplendor circular, donde se suceden tormentas y tormentos, dudas y deudas, amistad y mudanza. Un rodeo de navegación para ir al atajo de la existencia. Mientras se entorna un naufragio, el polizón añora una novia. “Cuando un hombre mira el mar amplía la nostalgia de sí mismo”, se dice en algún momento de envidiable videncia. Antonio Lucas es un largo y rico y encumbrado poeta, y esta novela se presenta como su debut en ese género, pero nada hay en estas páginas que lo delaten debutante. Muy al contrario, ha rematado una logradísim­a artesanía de madurez, donde la poesía no incurre nunca en el costumbris­mo del lirismo, y la narración avanza astillada, entre el reportaje emocional y el diario proceloso, pero hacia adentro. Así, el bautismo de narrador es una consagraci­ón de escritor completo. Lucas vive «atravesado de lenguaje», privilegia­damente, y en todo lo diverso que escribe asoma siempre el mismo astro de inteligenc­ia. Estamos ante un gran libro donde el autor no inventa pasiones para ejercitars­e sino que directamen­te las ha vivido, para luego reiluminar­las. El océano de este libro es el Atlántico Norte, pero el mar que yo digo se llama Lucas.

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