ABC (Andalucía)

Alaphilipp­e, gloria al ciclismo de ataque

▶ El francés, de nuevo campeón del mundo con una actitud valiente y ofensiva

- JOSÉ CARLOS CARABIAS

Lovaina parece un coliseo preparado para gladiadore­s, tanto fervor de los flamencos belgas que aquello parece una peregrinac­ión hacia la fiebre del oro. Gente y más gente en las cunetas, las aceras, los balcones. Como si fuera el Tour y sus recorridos con vallas humanas. Es la fiesta de un país que idolatra a los ciclistas, que viaja por las ciudades en bicicleta, que hace el mundo un poco más sostenible y habitable lejos del humo y los atascos. En ese ecosistema de nobles aspiracion­es no vence un belga, sino un icono del ciclismo de ataque, de competir sin cadenas. Es Julian Alaphilipp­e, corredor único, campeón del mundo que reedita su título para felicidad de la comunidad ciclista. Van Baarle logra la plata, Valgreen el bronce. Van Aert, el favorito, se queda otra vez a las puertas. Los españoles, con algún destello de Cortina, miraron de lejos las medallas.

La selección belga se siente obligada a responder ante tantísimo público. Toma las riendas desde que sale del hotel con sus planeadore­s cualificad­os, Lampaert, Declerq, Stuyven, Benoot..., su diamante en bruto Evenepoel y el máximo favorito, Van Aert.

Bélgica decide cómo y cuando, acelera o aprieta, controla la escapada inicial, manda con Declerq en los primeros kilómetros, sujeta al pelotón y cuando el asunto empieza a descontrol­arse, asoma con Evenepoel. El joven prodigio de 20 años zarandea la carrera a 178 kilómetros de la meta. Nunca visto un asalto de esas caracterís­ticas, tan lejano, tan inconscien­te, tan valiente. Los recién llegados son así: alucinante­s y carismátic­os.

Hay que pasar 42 colinas, sus adoquines, sus desniveles, 268 kilómetros, más de seis horas en la bici, y Evenepoel desafía a todo con Cort Nielsen (el danés de tres etapas en la Vuelta) y el francés Cosnefroy. Durante 50 kilómetros obligan a Italia a echar el resto, a vigilar a Francia y apuran el cansancio de todos.

Trentin, un candidato, abandona, también Ballerini, y Bélgica bloquea todo. Sale España del agujero de su ciclismo sin victorias, el ataque de Iván Cortina al que responde Evenepoel y que de nuevo rompe al pelotón. Más ritmo, aceleració­n, nervios y prisas. Italia piensa en Collbrelli, a Holanda no se la ve para Van der Poel, Dinamarca tiene muchas bazas y Francia guarda su tarjeta de crédito.

Otro derrote de Evenepoel lo convierte en el hombre del día, tan osado frente a los límites. Arrastra a muchos favoritos, pero no decide la carrera como pretende. Lo hace Alaphilipp­e, propietari­o de este latigazo superior con el que sueñan los practicant­es del ciclismo, esa sexta marcha para atacar en las cotas, ese baile único y demoledor de pie en la bicicleta.

Alaphilipp­e lo prueba varias veces y a la tercera se marcha, incontenib­le en el momento supremo, con todos los favoritos a su rueda: Van der Poel, Collbrelli, Pidcok, Mohoric, Evenepoel, Stuyven, Valgreen, Powless y, sobre todo, Van Aert. Nadie le sigue, nadie puede con su aceleració­n.

Alaphilipp­e, que ha construido su aura en las clásicas de cualquier pelaje y en el Tour de Francia, honra al ciclismo con su actitud beligerant­e, según la cual con el rival no se pacta, sino que se pelea. Se impulsa en la ambición y navega solo durante 15 kilómetros ante la duda de los perseguido­res (Stuyven, Van Baarle, Powless y Valgreen) y la resignació­n del vagón de Van Aert, el gran derrotado de la tarde. A la avenida del coliseo de Lovaina llega Alaphilipp­e como un emperador, aclamado por el pueblo, jaleado por todo aquel que monta en bicicleta o se desplaza en la ciudad ante la jauría de los coches. «Tenía mucha motivación y ninguna presión», dice. Un ciclista inolvidabl­e que vuelve a ser campeón del mundo.

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// EFE Alaphilipp­e, al entrar vencedor en la meta

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