América (Ge) Latina
Reunidos bajo el sol de Jalisco y en nombre de Mario Vargas Llosa, más de treinta escritores desuellan su propia margarita
LA ficción no es inventar de la nada la ficción es interpretar. Aunque inexacta, la cita se parece bastante a las palabras que usó Juan Gabriel Vásquez en México para describir ‘Volver la vista atrás’, la novela con la que ganó el IV premio Bienal Vargas Llosa hace unos días. Además de un título, ‘Volver la vista atrás’ es la enunciación y descripción del gesto de los que se marchan, de los que están muy lejos, de aquellos para quienes la escritura es una exhumación.
Escribir es poner en orden lo vivido para hacerlo pasar por el quirófano de la razón. Por eso, para quienes la dejaron atrás, volver a América Latina es una cirugía. En una tierra en perpetuo movimiento, sísmica y jalonada por sus propias contradicciones, el bisturí rasga con más fuerza y disecciona las contradicciones heredadas de quién sabe cuál temblor. ‘Volver la vista atrás’, encajonados entre gringos y españoles, por aquello de explicar simplemente –en modo Galeano– lo que lleva siglos rompiéndose. Volver aquí es despeñarse.
Reunidos bajo el sol de Jalisco y en nombre de Mario Vargas Llosa, el Nobel que no consiguió derrotar a Alberto Fujimori, más de treinta escritores (españoles, colombianos, peruanos, argentinos, chilenos, venezolanos, guatemaltecos…) desuellan su propia margarita. Se quitan la palabra unos a otros para enunciar el naufragio Sendero Luminoso, FARC, Pinochet, Abimael Guzmán, Franco, Felipe González, ETA. Y también Chávez, Macri, Maduro, Duque, Santos, Uribe, Petros. Juntos, todos esos personajes forman una biznaga de países muertos y resucitados.
No todos los escritores que recorren la Bienal Vargas Llosa tienen la misma edad, pero comparten fantasmas. Lo común es el territorio y lengua, también los desgarrones de un pasado común y un futuro incierto para todos. ‘Volver la vista atrás’, como dice Juan Gabriel en su novela. En el XIX, nunca cesó la pregunta sobre quién y qué era América Latina. Lo describió Carlos Fuentes en su ensayo ‘El espejo enterrado’.
A pesar de la insistencia de autores como José Enrique Rodó a la pregunta sobre qué es América Latina, no fue posible tallar una revelación, ni siquiera una respuesta. En el intento de definirse por oposición a España y Estados Unidos quedaron encuadernadas preguntas sin respuesta, plegarias no atendidas. La identidad de América Latina, y de quienes nacieron o crecieron en ella, fue siempre combate y confusión. Y así sigue siendo. Inestable como una gelatina, América Latina no es una sola cosa. Puede quizá que sea el resultante de sus ausencias, desaciertos y derrumbes, la versión final de países que en nada se parecen aunque compartan lengua, fantasmas y temblores.
Guadalajara, México. Bajo el sol de Jalisco, en la plaza bicentenaria de la Universidad donde se celebra la Bienal Vargas Llosa, cerca de treinta escritores hablan entre sí, despellejan la margarita de la ficción que llega una única verdad algo tiembla siempre bajo sus pies, algo viaja malogrado desde el pasado y constata el presente en la cirugía –y en ocasiones la autopsia–, de aquello que siempre sale mal, bellamente mal.