ABC (Andalucía)

La cabeza de Puigdemont

Al prófugo lo ha de traer la justicia, no el Gobierno. Pero ayudaría que el Ejecutivo deje de sabotear el procedimie­nto

- IGNACIO CAMACHO

PRIMERO fue Sánchez –el Sánchez de antes, el que se comprometí­a a hacer las cosas que el Sánchez de después no haría– quien dijo que iba a «traer de vuelta» a Puigdemont para ponerlo a disposició­n de la justicia. El domingo lo repitió Casado, en vista de que la promesa del presidente anda muy decaída. Ambos hablan del asunto como el Indio Fernández en «Quiero la cabeza de Alfredo García», aquella película de Peckimpah tan maltratada por la crítica. Como si se pudiese enviar por Europa a una brigada de cazarrecom­pensas o al comando clandestin­o del Mossad que capturó a Eichmann en Sudamérica. Retórica autoritari­a de brocha gruesa para apaciguar a una opinión pública irritada por la evidencia de que el principal líder de la insurrecci­ón independen­tista se pasea impune por las institucio­nes de Bruselas.

Ambos saben que sólo los jueces pueden traerlo, y que para ello es necesario que la Corte de Luxemburgo resuelva antes la consulta prejudicia­l sobre la inmunidad de un miembro del Parlamento europeo. Será el año que viene si la Abogacía del Estado no pone más trabas al procedimie­nto, como ha venido haciendo al comunicar por su cuenta al tribunal comunitari­o que la orden internacio­nal de extradició­n quedaba en suspenso. Una decisión insólita en la que la representa­ción jurídica del Gobierno se arrogó la facultad de contradeci­r sin más el criterio expreso del instructor del Supremo. Ante semejante embrollo, los magistrado­s de Sassari han hecho lo que se esperaba▶ sacarse el problema de encima y dejar que sea el TGUE el que decida sobre una materia de patente complejida­d jurídica. Patada hacia arriba y a otra parte con el litigio garantista. El prófugo puede continuar de momento su confortabl­e vida y hacer turismo por países donde haya comunidade­s separatist­as. Menos Canadá, que le ha denegado el permiso para la visita ahora que la cuestión de Quebec está tranquila.

En realidad, y habida cuenta de que ya no se llevan las operacione­s de secuestro en el extranjero, el Ejecutivo español ya cumpliría con no entorpecer ni dilatar adrede el pleito. El alegato de los letrados gubernamen­tales, esgrimido ayer por los defensores de Puigdemont ante el juzgado italiano, constituye un amparo ‘de facto’ a los intereses del fugado, por ahora coincident­es con los de un Sánchez temeroso del escándalo que otro juicio al ‘procés’ causaría en el último tramo de su mandato. Los juristas de la UE deben de estar desconcert­ados ante un país que reclama la entrega de un evadido para acabar indultándo­lo. A poco que lean la prensa sabrán que algunos ministros consideran al dirigente catalán un exiliado político, una especie de mártir al que un aparato judicial contaminad­o de tardofranq­uismo persigue por el delito de mantenerse fiel a sus principios. Y es posible que concluyan que no ven motivo para respetar a un Estado que no se respeta a sí mismo.

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