La gran regresión
A nadie de mi edad se le hubiera pasado por la cabeza llegar a ver un rechazo de las vacunas como el que el populismo más cerril está esgrimiendo
POR los doce volúmenes de la correspondencia diplomática de Francesco Guicciardini pasa, a partir del año 1499, toda la política moderna. Esa cuyo epítome da la carta que el 17 de mayo de 1521 recibe de su colega Maquiavelo▶ «Pienso yo que el mejor modo de encaminarse al paraíso sería tomar conocimiento de la vía del infierno para poder rehuirla». Los dos amigos saben que no hay proyecto de paraíso que legue a los hombres otra cosa que fuego eterno. Paraíso e infierno, disfrazados de reino de este mundo, fascinan a los necios. Porque prometen un absoluto al alcance de la mano▶ es el vertiginoso atractivo de lo imposible. Al final del cual, la muerte aguarda.
Guicciardini me vuelve –puede que aún más que su colega Maquiavelo– en este tiempo nuestro de locura colectiva, en el cual la carrera hacia lo peor se disparó como las manecillas de un reloj de cuerda rota. Él, que reprochaba a su amigo, autor del ‘Príncipe’, cierto ingenuo optimismo, cifró su escepticismo hacia los ensueños humanos en una fórmula escueta y cruel. E inmisericordemente lúcida▶ «Quien dice pueblo dice en verdad animal loco, lleno de mil errores, de mil confusiones, sin sutileza en el juicio, sin capacidad de discernimiento, sin equilibrio».
¿Existe un más acabado retrato de eso a lo que llamamos ‘populismo’ que éste en el que el diplomático florentino disecciona a su «animal loco» con la distancia fría del cirujano? Porque no, el populismo no es sólo un envite político. Si fuera nada más que eso, malditas las ganas de preocuparse por sus infantilismos▶ todo político es, en diverso grado, mortífero. Que éstos sean más analfabetos, tan sólo modifica el coste. Pero en el populismo hay un borrado de las fronteras entre lo público y lo privado que, eso sí, expresa una novedad cuyas consecuencias exterminadoras sólo son rastreables en los totalitarismos de entreguerras▶ cuando la política pasa a ejercerse en los estratos más íntimos –más sombríos, pues– del individuo.
La enfermedad, por ejemplo. Y el rechazo de su cura. A nadie de mi edad, que recuerde a los amigos masacrados por la poliomielitis, se le hubiera pasado jamás por la cabeza llegar a ver un rechazo de las vacunas como el que el populismo más cerril está esgrimiendo. Ni tener que asistir a este espectáculo de una alucinada caza de brujas contra los médicos que no se plieguen a las supersticiones populares▶ ésas que creíamos haber visto naufragar en la lejana noche de los tiempos oscuros.
Ha vuelto. No importa que su coste se pague en cientos de miles de muertos. O en millones. Es posible que ni siquiera quienes lo predican se sientan homicidas. Es posible que su fe los trueque en héroes. Héroes contra el conocimiento, contra la investigación científica, la medicina… Sí, ciertamente, «quien dice pueblo dice en verdad animal loco». E inasequible a razones.