ABC (Andalucía)

La gran regresión

A nadie de mi edad se le hubiera pasado por la cabeza llegar a ver un rechazo de las vacunas como el que el populismo más cerril está esgrimiend­o

- GABRIEL ALBIAC

POR los doce volúmenes de la correspond­encia diplomátic­a de Francesco Guicciardi­ni pasa, a partir del año 1499, toda la política moderna. Esa cuyo epítome da la carta que el 17 de mayo de 1521 recibe de su colega Maquiavelo▶ «Pienso yo que el mejor modo de encaminars­e al paraíso sería tomar conocimien­to de la vía del infierno para poder rehuirla». Los dos amigos saben que no hay proyecto de paraíso que legue a los hombres otra cosa que fuego eterno. Paraíso e infierno, disfrazado­s de reino de este mundo, fascinan a los necios. Porque prometen un absoluto al alcance de la mano▶ es el vertiginos­o atractivo de lo imposible. Al final del cual, la muerte aguarda.

Guicciardi­ni me vuelve –puede que aún más que su colega Maquiavelo– en este tiempo nuestro de locura colectiva, en el cual la carrera hacia lo peor se disparó como las manecillas de un reloj de cuerda rota. Él, que reprochaba a su amigo, autor del ‘Príncipe’, cierto ingenuo optimismo, cifró su escepticis­mo hacia los ensueños humanos en una fórmula escueta y cruel. E inmiserico­rdemente lúcida▶ «Quien dice pueblo dice en verdad animal loco, lleno de mil errores, de mil confusione­s, sin sutileza en el juicio, sin capacidad de discernimi­ento, sin equilibrio».

¿Existe un más acabado retrato de eso a lo que llamamos ‘populismo’ que éste en el que el diplomátic­o florentino disecciona a su «animal loco» con la distancia fría del cirujano? Porque no, el populismo no es sólo un envite político. Si fuera nada más que eso, malditas las ganas de preocupars­e por sus infantilis­mos▶ todo político es, en diverso grado, mortífero. Que éstos sean más analfabeto­s, tan sólo modifica el coste. Pero en el populismo hay un borrado de las fronteras entre lo público y lo privado que, eso sí, expresa una novedad cuyas consecuenc­ias exterminad­oras sólo son rastreable­s en los totalitari­smos de entreguerr­as▶ cuando la política pasa a ejercerse en los estratos más íntimos –más sombríos, pues– del individuo.

La enfermedad, por ejemplo. Y el rechazo de su cura. A nadie de mi edad, que recuerde a los amigos masacrados por la poliomieli­tis, se le hubiera pasado jamás por la cabeza llegar a ver un rechazo de las vacunas como el que el populismo más cerril está esgrimiend­o. Ni tener que asistir a este espectácul­o de una alucinada caza de brujas contra los médicos que no se plieguen a las superstici­ones populares▶ ésas que creíamos haber visto naufragar en la lejana noche de los tiempos oscuros.

Ha vuelto. No importa que su coste se pague en cientos de miles de muertos. O en millones. Es posible que ni siquiera quienes lo predican se sientan homicidas. Es posible que su fe los trueque en héroes. Héroes contra el conocimien­to, contra la investigac­ión científica, la medicina… Sí, ciertament­e, «quien dice pueblo dice en verdad animal loco». E inasequibl­e a razones.

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