Carrera desesperada para salvar los plátanos de las cenizas
Al norte de la isla de La Palma no llega la lava, pero las cenizas cubren los terrenos de cultivo. Los agricultores se enfrentan a esta pesadilla buscando métodos para no tener más pérdidas
En toda la isla están agotados los cubos, escobas y recogedores con los que limpiar los restos que el viento transporta
Al norte de la isla de La Palma no llegan los temblores ni el rugido del volcán que hace ya medio mes explotó en la cordillera de Cumbre Vieja. Pero a los pequeños agricultores plataneros de esta zona, que trabajan sobre fajanas, o deltas de lavaque otros volcanes previos construyeron sobre el mar, sí que les alcanza la vista para seguirle la pista a la gran nube de humo que emana de la nueva montaña. A ellos probablemente no les atrape la lava que ha azotado a los terrenos volcánicos fértiles del otro lado de la isla, pero sufren en primera persona las consecuencias de la erupción.
Fue una semana más tarde cuando con el aumento de la explosividad del volcán y el cambio en el viento sus terrenos empezaron a cubrirse de ceniza. Una arena fina que a primera vista parece inofensiva pero que sobre las piñas que cuelgan de las plataneras se ha convertido en una pesadilla para estos trabajadores. En la isla, la mayoría de las explotaciones están gestionadas por pequeños o medianos agricultores, en torno al 90%, y ahora tiran de ingenio para solucionar un problema que amenaza con arruinar el resto de la campaña y se prolongará al menos hasta que finalice su actividad.
Los feos no se venden
Juan José Molina Matos, que gestiona una pequeña explotación de cinco hectáreas de plátano ecológico, tuvo que tirar a la basura la semana pasada en torno al 20% de la fruta que cortó. Pero las malas noticias llegaron más tarde desde la Península, una vez que los plátanos desembarcaron en su destino final: las grandes superficies están devolviendo sus piezas por los golpes o arañazos que aparecen en los plátanos cuando estos maduran pero que son imperceptibles cuando están verdes.
Para eliminar los restos que cubren su bien más preciado, cuenta Molina, primero estuvieron «probando a eliminarlos con una sopladora, pero vimos que era peor, porque se movían de un lado a otro». No en vano, en toda la isla se encuentran agotadas tanto las máquinas sopladoras como las escobas, recogedores y cubos con los que limpiar el también llamado lapilli que les trae hasta sus fincas el viento. Finalmente, junto a sus dos trabajadores, optaron por limpiar con agua a presión una a una las 3.300 plantas que recolectan y cuidan con mimo. Una vez limpias y listas para cortar, ahora envuelven las piñas –que llegan a pesar en torno a 50 kilos– en grandes bolsas de plástico, para intentar salvarlas hasta que lleguen a la envasadora.
«La campaña de concienciación en torno al plátano de La Palma y su consumo para ayudar a los palmeros es muy bonita, pero la verdad es que la gente come por los ojos. El plátano que llega ahora al resto del país probablemente sea de Gran Canaria o de Tenerife», se lamenta este pequeño agricultor que heredó la tierra de su padre. Aunque las piñas estén lavadas, es muy difícil eliminar la ceniza que se resguarda dentro de ellas. «La propia funda de plástico acolchado con la que se transportaba antes en el camión hacia la envasadora la destrozaba con el roce. Al cargarla y manipularla, la ceniza se convierte en una lija que araña la fruta» cuenta de camino a la Cooperativa de Agricultores Guanches, una de las cuatro empaquetadoras que hay en la isla. Allí, sus mil socios procesan 24 millones de kilos al año. Y aunque la producción continúa, pese a la ceniza, no dejan de perder dinero. El seguro –obligatorio para este tipo de plantaciones– aunque cubre desastres naturales no se hace cargo de las erupciones volcánicas, y ahora su esperanza pasa porque las autoridades se den cuenta de la frágil situación en la isla.
Cubiertos de lapilli
En las afueras de la cooperativa donde se envasan los plátanos, una gran tolva recibe kilos y kilos de esta fruta que, aunque estén bien y se puedan comer, no se venden por el hecho de estar cubiertos de lapilli. Allí están a la espera de que un camión de basura se los cargue y se utilicen para alimentar al ganado o directamente se los lleve para desprenderse de ellos.
También los empleados de la envasadora han modificado sus funciones. Ahora, en la línea donde se limpia la fruta, tienen que afanarse en soplar –lo que pueden– los plátanos, una vez desprendidos de la piña y antes de pasarlos por agua y empaquetarlos. Silvio Rodríguez, encargado de la planta, cifra en torno a seis kilos los que se pierden –de unos 38 que da cada una de las llamativas piñas verdes que procesan–. «El problema aparece cuando maduran y te dicen directamente que no las quieren porque se llenan de puntitos negros. De todas maneras, estamos haciendo un esfuerzo extra en soplar, limpiar, embolsar… y ni con esas. Es una tarea muy difícil», cuenta.
Los agricultores que descargan hoy su fruta son conscientes de que buena parte de su producción, para la que trabajan entre 6 y 7 meses, se perderá irremediablemente. Mientras, miran al cielo, esperando que el viento les dé una tregua y dirija las cenizas hacia dentro del mar.
Al otro lado de la montaña que parte la isla en dos, los agricultores de los municipios de El Paso, Los Llanos de Aridane y Tazacorte, los más afectados por la erupción y las coladas de lava, esperan que las soluciones puestas sobre la mesa por las instituciones permitan reactivar cuanto antes el regadío tras la rotura de la tubería del sistema el pasado viernes. Desde hace varios días tienen permiso para regar su fruta –si las condiciones así lo permiten–, pero el infortunio provocado por la avería ha terminado complicando aún más su difícil situación.
Por el momento, la única solución para no perder del todo su cosecha pasa por utilizar dos desaladoras portátiles, que se encuentran ya en Puerto Naos y se pondrán en funcionamiento estas próximas semanas, una fecha que los agricultores ven aún demasiado lejana. Además, ayer salió desde la Península un barco cisterna que tiene capacidad para guardar 30.000 metros cúbicos de agua.
Mientras, la isla no para de crecer. Los agricultores del norte, que han construido muchas de sus tierras encima de otras fajanas antiguas, creen que sus compañeros del sur podrán hacer brotar la vida de nuevo. «La ceniza, al final, es fértil, si superamos esto podremos levantarnos de nuevo», cuenta otro de los agricultores que, pese a la erupción, ayer continuaba recolectando «porque la vida sigue».