Ciencia básica que aún no ha cristalizado en nuevos fármacos
Dos semanas antes de ganar el Nobel, David Julius y Ardem Patapoutian recibieron en Bilbao el Premio Fronteras del Conocimiento en Biomedicina de la Fundación BBVA. Un galardón al que les nominé desde el Instituto de Neurociencias de Alicante, por el hallazgo fundamental que ahora les ha llevado al reconocimiento del jurado en Estocolmo el descubrimiento de los sensores moleculares para la temperatura y el tacto. Estas moléculas recubren las terminales nerviosas de nuestra piel y otros tejidos, como el ojo, y nos permiten detectar los cambios de temperatura y los estímulos mecánicos, fundamentales para las sensaciones térmicas, del tacto y del dolor.
A finales de los 90, Julius se embarca en un proyecto singular la identificación del receptor de capsaicina, sustancia que produce la sensación picante del chile. Utilizando una técnica molecular, Julius y colaboradores identifican una proteína que se activa por capsaicina y por calor y que se expresa en las terminales nerviosas. Una estrategia similar, utilizando el mentol, componente de la menta, les permitió identificar el receptor responsable de la detección del frío.
Patapoutian, trabajando en el Instituto Scripps, en San Diego, utiliza otra estrategia ingeniosa para identificar los sensores de fuerzas mecánicas. Diseña distintos RNA de interferencia, una herramienta que permite anular de manera selectiva la expresión de proteínas individuales. Tras evaluar 72 candidatos, el número 73 produjo logró eliminar la respuesta mecánica en la célula.
Se premia lo que solemos llamar ciencia básica. Aunque la relevancia médica de estos hallazgos es indudable, este conocimiento no ha cristalizado todavía en nuevos analgésicos de uso común. La aprobación de fármacos es un proceso lento y costoso antes de demostrar su eficacia es necesario descartar posibles efectos secundarios. Estos receptores se estudian en muchos laboratorios de todo el mundo, también en España, para desarrollar posibles aplicaciones.
En 2008 organicé con David Julius un curso sobre esta temática en Baeza. Los organizadores me pidieron que intentase traer un Premio Nobel, porque daba prestigio. Con arrojo juvenil les dije que no se preocupasen, que pronto alguno de los ponentes se llevaría el Nobel. Me satisface no haberme equivocado.