ABC (Andalucía)

EL REENCUENTR­O DE DOS PADRES DE LA TRANSICIÓN

Alfonso fue uno de los líderes políticos de los primeros años de la democracia. Miquel fue uno de los siete ponentes de la Constituci­ón. Siguen discrepand­o en muchas cosas, pero ambos coinciden en la decadencia de la política contemporá­nea

- Por ALBERTO GARCÍA REYES

La foto tabernaria de Alfonso Guerra con Fernando Abril Martorell en la fragua de la Constituci­ón es un icono del consenso. El PSOE y la UCD con gafas de pasta. El camarero con pajarita. Pero en aquellos efluvios de libertad del 78 hubo una clandestin­idad, entonces llamada discreción, tan crucial como la de Isidoro en Suresnes. La Carta Magna española exigía tal nivel de concordia que sólo podía cuajarse en el cuarto oscuro de las concesione­s inconfesab­les. Guerra y Peces-Barba habían previsto un conciliábu­lo con tres ministros de Suárez para desarrolla­r los cimientos de la democracia después del franquismo. Y aquella idea derivó en un pacto en el que no faltaba ninguna sensibilid­ad política. El éxito de la Transición fue el equilibrio en el paritorio constituci­onal. Guerra se quedó en la sala de espera mientras su compañero Peces-Barba trabajaba en el quirófano de la libertades con Fraga en representa­ción de Alianza Popular, Herrero y Rodríguez de Miñón, Cisneros y Pérez-Llorca de la Unión de Centro Democrátic­o, Solé Turá del Partido Comunista y Miguel Roca Junyent en representa­ción de las llamadas minorías nacionalis­tas. Eran tiempos en los que el PSOE se estaba rearmando en un despacho de abogados de Sevilla al albur de maestros como Manuel Jiménez Fernández, Clavero Arévalo, Manuel Olivencia oJaime García Añoveros. Unos eran católicos de comunión diaria y otros eran ateos. Pero todos eran intelectua­les.

De aquel sustrato salió una generación determinan­te para la Historia de España. En Sevilla se formó una quinta de abogados de prestigio. José Luis Montero Gómez y Armando Fernández-Aramburu montaron su despacho en 1971. Entonces competía con el de un tal Felipe González. Medio siglo después, aquella disputa se ha convertido en abrazo, por seguir hablando de consenso. Ayer el bufete Montero Aramburu celebró en Sevilla su 50 aniversari­o juntando en un mismo atril a Alfonso Guerra y Miquel Roca. Sólo faltaba el camarero de la pajarita. La charla se titulaba ‘El consenso en la vida pública. Ayer y hoy’. Como con Abril Martorell, con quien Guerra pactó el texto de la primera ponencia constituci­onal y mantuvo una profunda relación de afecto personal, el espíritu de hermandad a pesar de las diferencia­s pululó en el ambiente con Roca, postor de la otra gran arista de nuestro marco jurídico, la territoria­l. Esa España del abrazo en el mostrador, sin enemigos, tan alejada de la gresca contemporá­nea, no es una nostalgia. Sigue ahí. Ayer se sentó a debatir en un sofá del pasado y del futuro. De los populismos, del CGPJ, de los detractore­s de la Constituci­ón...

Roca fue directo al grano, como cuando se sentó por primera vez con los otros seis padres de la Carta Magna y le preguntó a Fraga▶ «¿Usted cuándo me va a detener?». Para el veterano abogado el consenso está en decadencia▶ «El consenso es el escenario absolutame­nte imprescind­ible para cualquier construcci­ón democrátic­a que tenga deseos de permanecer en el tiempo. Esto está en el sentir más íntimo de las personas».

Para él todo el consenso se resume en una anécdota que vivió tras las primeras sesiones de trabajo en la redacción de la Constituci­ón▶ «Cuando estábamos haciendo aquello fui a ver al presidente Tarradella­s y al salir del Palacio de la Generalita­t a la una de la noche, veo que se acerca un señor que se viene frontal hacia mí. Debió ver en mí una cara de preocupaci­ón y me dijo▶ ‘‘No se preocupe, señor Roca, sólo vengo a pedirle una cosa▶ esta vez esto tiene que salir bien’’». No sé a quién votaba, pero ese señor sabía que estábamos rompiendo con una tradición muy negativa de nuestra historia más reciente. La democracia, si quiere ser la expresión de la pluralidad y la diversidad, lleva implícito el consenso y la Constituci­ón no fue nada más que esto, saber de dónde veníamos, no querer volver a ello y saber que para ello teníamos que hablar. Todo el mundo sabía que algo tenía que ceder, pero eso valía mucho menos que lo que se iba a construir. Cuando a veces se habla de reformas, que nadie olvide que aquello lo votó el 90 por ciento de la población, no el 50,1. Y en Cataluña el 91».

El libro «legitimado»

Guerra asentía. Algún puyazo se guardaba para poder seguir siendo fiel a sí mismo, pero el consenso siempre está lleno de espinas. Primero expuso la rosa. «Es verdad que no es posible entender la importanci­a de aquel momento y de lo que se hizo por unos y por otros si no echamos la vista atrás de lo que había ocurrido en España. En el siglo XIX y XX tuvimos guerras civiles, asonadas, golpes de estado, pronunciam­ientos... Nadie legitimaba el poder, el que fuera». El histórico socialista incidió en el contexto para llegar a conclusion­es muy firmes que hoy el PSOE pone en duda▶ «La sociedad española sabía que en España se fusilaba muy bien. Al momento en que el dictador va a morir, todo el mundo se pregunta qué iba a pasar. La

GUERRA ALFONSO

«EL PSOE Y EL PP MIMAN A LOS POPULISMOS, LOS BLANQUEAN»

ROCA MIQUEL

«DESPUÉS DE LO QUE HICIMOS, LO DE CATALUÑA ME AMARGA»

El ‘Procés’

GUERRA «CON UN PAYASO RECORRIEND­O PAÍSES ES MUY DIFÍCIL ARREGLARLO»

ROCA «LO MEJOR QUE PUEDO HACER ES CALLARMEY ESO ME GENERA TRISTEZA»

La clase política

GUERRA «PONGAN EN UNA LISTA A FRAGA, GONZÁLEZ, ROCA CARRILLO... Y A LOS DE AHORA. USTEDES DIRÁN»

ROCA «LE TIENEN MIEDO A PACTAR Y ESO ES UNA COBARDÍA»

sociedad presiona claramente para que los políticos se pongan de acuerdo y se inicia un consenso en el que logramos un texto que en sí mismo tiene mucho valor, pero el valor principal es que existe una regla, un libro, que está legitimado por todos, por el 92 por ciento de los congresist­as, en el senado con el 94 y en el referéndum popular por el 90 por ciento de lso españoles. Eso nos da la posibilida­d de poder trabajar gobierne quien gobierne». Alfonso Guerra no comparte los tres argumentos que abanderan quienes hoy califican aquel acuerdo como «régimen del 78».

«¿Cómo pudieron ponerse de acuerdo? Cediendo. Ceder no es traicionar los principios. La definición mejor del consenso es la nómina de la renuncia que tuvimos que hacer todos. Si todo el mundo cede una parte, nadie ha cedido. A los 25 años empezaron a aparecer voces críticas sobre la Transición. Tienen todo el derecho. Lo que no tienen es razón. Porque ellos argumentan tres razones. La primera es que dicen que aquello fue una traición a la clase trabajador­a porque la derecha logró sacar una amnistía. Eso es falso. Cualquiera que tenga memoria sabe que en los últimos años de la dictadura fue la izquierda la que reivindicó la amnistía. Lo votó toda la cámara salvo los siete magníficos de la dictadura, que se presentaro­n como Alianza Popular. El segundo argumento es que se desmoviliz­ó a la clase trabajador­a. Falso. En el año 76 se pierden más horas por huelga en España que nunca. Y como última razón dicen que hubo un pacto de silencio para que no se hablara nada de la dictadura. ¡Pero si se han escrito más libros

de la Guerra Civil española que de la Segunda Guerra Mundial! Llevamos 27.000 libros de la Guerra Civil».

Para estos críticos los dos tuvieron palabras mayores. Guerra opina que «son detractore­s para ocultar la carencia de un proyecto que dar, no tienen nada que ofrecer y han decidido que nuestra Constituci­ón, que es de las más modernas, es en realidad lo contrario de lo que dicen que representa. Le llaman ‘el régimen del 78’ intentando copararlo con Franco, pero la Constituci­ón española es el documento más importante que han hecho nunca los demócratas en España en toda su historia». Para Roca no tiene sentido el reparo populista▶ «Ellos dicen ‘es que yo no estaba’. Muchos no hicimos el Código Civil y ahí está plenamente vigente. Siempre está abierta la puerta de la reforma, pero también dicen que es difícil reformar. Lógico.Es que una Constituci­ón es un docuemnto muy solemne, refórmenla, pero háganlo a base de decir algún proyecto porque de momento sé lo que no les gusta, pero no lo que les gusta».

Este diálogo llevó a un planteamie­nto inevitable. ¿Son peores los políticos de ahora? Guerra no se cortó▶ «Hoy se teme al pacto. No pienso que esta generación sea peor que la nuestra, creo que es mejor, lo que ocurre es que entonces las mejores cabezas y los corazones más palpitante­s iban a la política y ahora las mejores cabezas no van. No es que sea peor esta generación, es que no están los mejores en la política. Pongan ustedes en un folio horizontal los líderes de todos los partidos, Fraga, González, Roca, Carrillo... Y luego pongan debajo el que hoy es de cada uno de esos partidos. Ustedes dirán». Roca, sonriendo, le siguió el hilo▶ «Que no digan las tonterias de que se renunció y se traicionó no sé qué, eso son chorradas. Que no digan que ahora el consenso es imposible, ¡es que no lo intentan!. Claro que consensuar cuesta un esfuerzo. Consiste en aprender a respetar la opinión del otro, intentar sacar lo que puedas en el sentido Guerra mostró entonces su versión más directa▶ «Pero Miquel, el término diálogo lo están utilizando como si fuera la panacea. Dialogar no sirve para nada, hay que pactar y eso en las posiciones de cada uno lo veo imposible porque hay una parte que está rompiendo la base de la unidad. Yo no tengo mucha esperanza». El debate se encendió.

–De entrada no está mal decir ‘te invito a un café’ y normalment­e estas cosas empiezan a tomar cuerpo en los postres -expuso el catalán.

–Claro, hombre, la primera vez que entré en el Congreso, por el pasillo vi a Fraga, que yo lo conocía por el Nodo, y pensé que nos íbamos a tirar al cuello, pero nos dimos los buenos días bromeó el sevillano.

–Por eso, Alfonso, lo más difícil es dejarlo de intentar. Hay que intentarlo y hay que forzarlo.

–Pero no podrás negarme, Miquel, que con un payaso recorriend­o los países es muy difícil

–Ya sabes que yo esto no lo puedo decir.

–Si yo sé que estamos de acuerdo, hombre.

–Bueno, Alfonso, pero hay que intentarlo. Tenemos un momento muy complicado en España desde todos los puntos de vista y hemos de hacer todos un esfuerzo. Hay que mitigar porque si no, sólo se vive del insulto, de la descalific­ación. Es más cómodo insultar que decir algo.

–Eso está pasando ahora en en el Congreso, querido Miquel.

La conversaci­ón derivó al bloqueo del Consejo General del Poder Judicial, asunto en el que ambos emiten una sola frase, «hay que aplicar la ley», y en la falta de categoría de la clase política contemporá­nea. «No han leído nada», se lamentó Guerra. De fondo, sobre ese sofá, subyace un viejo entendimie­nto que viene del Sur de Francia. De Suresnes a Burdeos, donde nació el catalán. Ellos buscaron un país habitable. Los políticos actuales, mucho más inconsiste­ntes, buscan cielos perfectos. Saben menos pero quieren más. Quizás porque una cosa es consecuenc­ia de la otra.

–El populismo es carísimo e ineficaz–, musita Roca.

–Lo malo es que el PSOE y el PP miman el populismo, lo blanquean, cuando lo que tendrían que hacer es pactar–, resuelve Guerra.

La sombra del camarero de la pajarita de aquella taberna del 78 se proyecta en la memoria mientras ambos siguen discutiend­o.

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// VANESSA GÓMEZ El espíritu constituci­onal sobrevoló el Teatro Central hispalense con un diálogo entre nostálgico y desencanta­do de un ponente de la Carta Magna, Roca, y de alguien, Guerra, que no lo fue
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// ABC Guerra y Roca, con Santiago Carrillo de tercer participan­te, en ‘La Clave’, el coloquio televisivo de José Luis Balbín en que el humo del tabaco podía cortarse con cuchillo. Corría el año 1982

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