ABC (Andalucía)

«Volveré a los escenarios cuando el público pueda tomarse una copa»

Sabina legó al Cervantes varios manuscrito­s y una colección de revistas

- BRUNO PARDO PORTO

Dice Sabina que a él le gusta sentirse un poco impostor, estar como a pie cambiado. El de Úbeda es un músico con alma de escritor, un poeta pegado a una guitarra, un bibliófilo con chupa de cuero que presume de atesorar una primera edición del ‘Ulises’ de Joyce. Ayer se plantó en el Instituto Cervantes como estrella invitada, y era un canalla en un palacio, o algo así. El caso es que sonreía, y al final confesó que se sentía como en casa, tal vez porque lo invitó su amigo Luis García Montero, que dirige la institució­n, y que nada más agarrar el micrófono justificó la presencia de Sabina. Como si hiciera falta.

La excusa era el legado del bardo en la Caja de las Letras, esto es, el regalo que los grandes nombres de la cultura en español hacen a la posteridad: él optó por la colección entera de la revista ‘Sur’ (fundamenta­l para reconstrui­r la historia de la literatura al otro lado del charco), un ejemplar dedicado de su ‘Ciento volando de catorce’, dos manuscrito­s (un soneto y una canción), varios dibujos y fotografía­s y su bombín negro. Solo le faltó el cigarro a ese ajuar, que por cierto está al lado del que dejaron Les Luthiers.

Empezó el acto con un tono muy oficial, muy correcto, con las intervenci­ones de García Montero («la verdadera riqueza de un país es su cultura», etcétera) y una «testiga» (sic) de lujo: Meritxell Batet, presidenta del Congreso («si por algo debe ser reconocida España es por su cultura», y así). Luego Sabina desapareci­ó unos minutos y volvió para sentarse a charlar con Benjamín Prado y Nativel Preciado, y entonces cambiaron las cosas. Despacharo­n sobre las relaciones (¿incestuosa­s?) entre poesía y música, ese tema tan manido desde el Nobel de Dylan, y el cantante apuntó una novedad: «Una virtud que tiene la canción sobre la poesía es que la poesía no puede ser cursi, y las canciones deben ser un pelín cursis».

Un amigo leal

Hubo tiempo para todo. «¿Qué te falta en la vida?», le preguntó Preciado. «He escrito un libro, he tenido dos hijas, y en Rota transplant­é un olivo. No me falta nada, estoy moderadame­nte en paz conmigo mismo. (...) He llegado a los 72 años y aún no me considero un hijo de puta, y con eso me basta», espetó él. Y después: «¿Has hecho algo bien en tu vida?». «No he sido nunca un padre ejemplar, ni un marido ejemplar, ni un amante ejemplar. Pero he sido un amigo leal».

Le tiraron de la nostalgia, a Sabina, y terminó contando aquella noche en la que George Harrison le escuchó en un local de Londres y le dio cinco libras de propina, que para su bolsillo roto era un dineral. Se prometió que lo iba a guardar para enmarcarlo, pero claro: el destino cambió sus planes. «El afán coleccioni­sta me duró lo que tardé en llegar al primer pub», soltó entre carcajadas. Cómo han cambiado las cosas que más tarde aseveró: «No he tenido Covid. Me he portado como un ciudadano ejemplar; no he salido, he llevado mi mascarilla...»

Lo de la vuelta a los escenarios lo dejaron para cerrar el sarao. Entonces Sabina regateó, pero concedió esto: «Me siento bien, pero no pienso volver a los escenarios mientras la gente esté con mascarilla y no pueda levantarse y fumar y tomar una copa. (...) Y me temo que eso no será hasta dentro de un año y medio. Volveré a los escenarios a decir hola y adiós».

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// EP Luis García Montero le roba el bombín a Sabina para meterlo en la Caja de las Letras del Cervantes

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