ABC (Andalucía)

Un líder entrenado por su madre y criado por monjes

- JAVIER ASPRÓN

Imbituba, la ciudad natal de Jorginho, se encuentra enclavada en una estrecha franja de tierra situada en la región sur de Brasil. Es un cotizado destino turístico, con algunas de las mejores playas de todo el país que ‘Il professore’ de la selección italiana convirtió en su primer campo de juego. Allí acudía a diario con una pelota bajo el brazo y la inseparabl­e compañía de su madre, Maria Tereza. Rompiendo todos los tópicos, fue ella quien inculcó el amor por el fútbol a su hijo. Ella misma había sido futbolista, y de las buenas. Sobre la pesada arena ejerció de entrenador­a del niño, le enseñó la técnica del juego y le ofreció la confianza necesaria para perseguir su sueño de ser profesiona­l. Jorginho siempre se lo ha agradecido.

Riccardo Prisciante­lli, quien fuera director deportivo del Hellas Verona, primer equipo de Jorginho en Europa, aseguró en una entrevista al ‘Daily Mail’ que nunca había conocido a un tipo que hubiera sufrido tanto en la vida como Jorginho. «Pero él ha hecho de ese sufrimient­o su fuerza», explicaba. Con 14 años el joven Jorginho dejó la playa y se marchó al interior, a la academia de fútbol de Brusque. De aquella época recuerda que repetía la misma comida tres veces al día y que debía ducharse con agua fría. También que algunos de sus compañeros acababan viajando a Italia a probar fortuna. Él acabó siendo uno de ellos. Su madre intentó sacarle de allí a las pocas semanas, pero se negó. Pensaba que si se iba estaba condenando su futuro como futbolista. Gracias a esa tozudez le surgió la oportunida­d de viajar a Verona.

Europa no era el paraíso

El brillo de Europa duró poco. Con 16 años recién cumplidos aún tenía mucho que padecer. Su primer destino fue un monasterio en el que los monjes y los cadetes del Hellas vivían en la misma residencia. Él compartía

cuarto junto a otros cinco chicos y apenas le pagaban 20 euros a la semana. Por suerte, la comida y la limpieza dependía de los monjes. Esta vez fue él quien se derrumbó y quiso volver a Brasil. «Hablé por teléfono con mi madre durante casi una hora y yo lloraba mucho. Me recordó todo por lo que había pasado y me obligó a no rendirme».

Poco después conoció a Maurizio Sarri, el entrenador que cambió su carrera y le consolidó como pivote. Con él empezó a entrenar en el primer equipo del Hellas y cuando el técnico se marchó al Nápoles no dudó en llevarle con él. Lo mismo hizo al fichar por el Chelsea. Entre medias llegó el debut con Italia. Tenía 24 años. Curiosamen­te, el hoy selecciona­dor italiano, Roberto Mancini,

Doble campeón de Europa con Italia y el Chelsea, el pivote es uno de los grandes favoritos a conquistar el Balón de Oro

mostraba por esas fechas su rechazo a que los jugadores no nacidos en Italia vistieran la camiseta nacional. «No se lo merecen», decía el hombre que hoy tiene en Jorginho al cerebro de su equipo campeón.

Al partido de hoy llega convertido en uno de los máximos candidatos a ganar el Balón de Oro. A su buen desempeño personal suma el doble campeonato de Europa con Italia y el Chelsea, un dato que suele resultar definitivo a la hora de entregar este tipo de galardones. Sería el reconocimi­ento definitivo para un futbolista de crecimient­o lento y bastante alejado de los focos hasta ahora. Ganar la Nations League le daría un último empujón, pero antes debe derrotar a España. En la semifinal de la Euro fue el gran protagonis­ta, engañando a Unai Simón en el lanzamient­o decisivo con una sangre fría asombrosa. «Puedo decir con humildad que España fue el único equipo en el que, de habernos ganado, no habríamos podido decir nada al respecto», explicó después. Hoy le sufrirá de nuevo.

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