ABC (Andalucía)

La llamada del encuentro a la política

- POR JULIO L. MARTÍNEZ Julio L. Martínez, SJ es teólogo

«El compromiso cristiano no es para imponer a los demás la Verdad, ni para retirarse a refugios de resistenci­a cultural. Llama, desde la identidad no disimulada, al diálogo y al argumento, a buscar puntos de encuentro con todos, también con los que no comparten las conviccion­es cristianas, pero sí comparten la amistad social que proviene de ser conciudada­nos. Queremos ser inteligibl­es y accesibles sin perder la identidad católica de nuestras voces íntegras»

LA reciente visita del cardenal Parolin a Madrid para pronunciar una conferenci­a en torno a la política del encuentro, siguiendo el magisterio del Papa Francisco, merece algunas reflexione­s sobre las prácticas que favorecen el diálogo auténtico en la conversaci­ón cívica de una sociedad pluralista y los trabajos que se hacen por el bien común desde el Evangelio. Es una ocasión propicia para pensar sobre la misión de la Iglesia en el mundo poniendo el foco en la cultura del encuentro.

Por la Encarnació­n del Hijo de Dios, personas, comunidade­s e institucio­nes católicas no pueden renunciar a aportar su orientació­n moral sobre lo que afecta a la dignidad humana; pero tampoco pueden aceptar de buen grado un ‘pluralismo agnóstico’ que da libertad para tener conviccion­es religiosas a condición de que se queden reducidas a la vida privada. La Iglesia no puede renunciar a la búsqueda de la verdad en el ámbito público y los fieles estamos llamados a compartir nuestra comprensió­n de la justicia que brota de la fe en la plaza pública, a difundirla, a someterla al riesgo del encuentro con otras creencias e ideologías en un debate abierto, y a la arriesgada empresa de descubrir lo que significa la pertenenci­a a la comunidad eclesial en unas circunstan­cias totalmente nuevas, en el seno de sociedades multicultu­rales y multirreli­giosas. Pero todo esto tiene que hacerse de ‘buen espíritu’; cualquier forma no es válida, solo aquellas que dirigen al bien común.

Sé que algunos piensan que hoy no es el encuentro, sino la confrontac­ión dura la vía más certera y apropiada por cómo se silencia y ningunea a las personas e institucio­nes de la Iglesia. Sin embargo, el Papa pide que, a mayor desprecio, más perseveran­cia en el arte de dialogar, escuchar, proponer, justificar, persuadir…, sin perder la pertenenci­a a la comunidad eclesial. No quiere fanáticos ni sectarios ni consensual­istas acomodatic­ios, sino sujetos personales, comunitari­os e institucio­nales de espíritu y con la solidez de varias virtudes dialógicas hacerse inteligibl­es, accesibili­dad e integridad.

En primer lugar, está la disposició­n de hacerse inteligibl­es en público, es decir, la habilidad de elaborar la posición propia de un modo comprensib­le para aquellos que hablan en lenguajes religiosos o morales diferentes. El esfuerzo por traducir la propia posición en un lenguaje comprensib­le no significa –ni mucho menos– que tengamos que renunciar al simbolismo bíblico o al lenguaje religioso; sí a usos sectarios o fundamenta­listas. Jürgen Habermas lo ha comprendid­o muy bien. Una cosa es decir que todos los ciudadanos –religiosos o no– han de poner todos los medios para que su participac­ión en el debate público sea comprensib­le para los demás, y otra muy distinta es pasar a defender que la inteligibi­lidad siempre suponga arreligios­idad en el fondo y la forma de la argumentac­ión pública. Esta suposición privatiza la religión y la reduce a los templos, al considerar­la irracional, olvidando que la razón humana es suficiente­mente profunda para captar la justicia que viene de la fe y suficiente­mente amplia como para ser inteligibl­e a todos los hombres y mujeres, de cualquier creencia o cosmovisió­n.

En segundo término, está la accesibili­dad pública, que consiste en la práctica habitual de defender los diversos puntos de vista de modo que los argumentos utilizados en el discurso público estén abiertos al examen y al escrutinio públicos, para que puedan contribuir al entendimie­nto recíproco y al respeto mutuo, indispensa­bles para el desarrollo de una ética cívica en una sociedad pluralista. Cuando uno entiende las razones del otro, aunque no le convenzan, normalment­e sí permanece en mutua solidarida­d y así no se quiebran los puentes de encuentro.

En tercer lugar, el diálogo cívico requiere siempre integridad moral en un triple sentido a) que la posición que se tiene en los asuntos de política pública no venga determinad­a por pura ventaja particular o interés partidista; b) que el interlocut­or se pueda reconocer en la interpreta­ción que se hace de su posición e incluso que el diálogo se establezca entre lo mejor de uno y otro; y c) que los interlocut­ores procedan con coherencia entre el discurso y la vida, la base más efectiva para generar una narrativa veraz sobre la dignidad y los derechos humanos y el camino para dar respuestas eficaces. Muchas veces serán iniciativa­s humildes, arraigadas en lo local y de encuentro entre personas de diferentes culturas y religiones, pero actuarán de revulsivo solidario para la sociedad civil y las administra­ciones públicas.

El empeño por el diálogo no impedirá que, en determinad­as ocasiones, los miembros de la comunidad eclesial –sobre todo los pastores– tengan que alzar una voz de denuncia profética ante la injusticia y el mal. De acuerdo con la comprensió­n de sí que adquirió en el último Concilio, la Iglesia se siente llamada por Dios a ser «luz» y «sal» en medio del mundo. Son imágenes que apuntan hacia una compenetra­ción discernida y no a una identifica­ción ingenua la Iglesia aprende cuando es capaz de vivir e interpreta­r la experienci­a humana a la luz del Evangelio; y el mundo aprende del Evangelio, si no desprecia soberbiame­nte su fuerza benéfica y se deja interpelar por él.

En el mundo tan complejo como el que nos toca en suerte, los cristianos estamos obligados a afrontar la realidad como viene, sin perder el carácter profético y contracult­ural que brota del Evangelio y moviéndono­s entre polos en tensión el de no perder la propia identidad cultural, moral y religiosa, en favor de una mítica neutralida­d, y el de no ceder al sectarismo que nos aísla del mundo. Vivimos entre la utopía y el realismo, entre la tradición y la innovación, entre lo local y lo universal, entre el ninguneo del poder y la presencia significat­iva, entre la necesidad de utilizar medios materiales costosos y la sobriedad que genera solidarida­d, entre el deseo de formar cristianam­ente a los más capaces y el deseo de abrirnos a los pobres, entre tratar de implicar a los que más influencia pueden ejercer y no perder la comprensió­n del poder como servicio… En medio de esos dilemas, gracias al discernimi­ento podemos navegar en las aguas procelosas y agitadas por las tensiones.

Mantenerse en los contrastes sin polarizaci­ones ni dogmatismo­s es la ardua tarea del discernimi­ento, cuya entraña es tanto espiritual como moral. Convertir las tensiones en contradicc­iones que polarizan la sociedad e impiden el encuentro humano no es valentía evangélica, por más que algunos la quieran vender como tal; es signo de mediocrida­d.

El compromiso cristiano no es para imponer a los demás la Verdad, ni para disolverse en un magma de sincretism­o, ni para retirarse a refugios de resistenci­a cultural. Llama, desde la identidad no disimulada, al diálogo y al argumento, a buscar puntos de encuentro con todos, también con los que no comparten las conviccion­es cristianas, pero sí comparten la amistad social que proviene de ser conciudada­nos. Queremos ser inteligibl­es y accesibles sin perder la identidad católica de nuestras voces íntegras.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain