Vomitar bilis
La paradoja más destructiva en estos tiempos de radicalización es disfrazar de antifascismo el fascismo más lacerante. No es la simple perversión del lenguaje lo que lo hace más tóxico. Es la prostitución de la realidad la que hace pasar al universitario catalán vestido de gestapillo con lazo amarillo por un dócil demócrata. Y su misión en la vida es luchar contra el fascismo del constitucionalista que ose levantar una carpa en la Universidad para exigir libertad. Libertad de pensamiento, libertad de expresión, de voto, de cátedra… Y para exigir sus derechos, que son los grandes censurados en esta guerra de odio, porque aquello de la ‘batalla de las ideas’, de tanto repetirlo y sobarlo, ya está obsoleto. No hay batalla de las ideas. Hay una guerra del odio, y la vamos perdiendo.
Les destruyeron la carpa. Una más. Les golpearon. Otra vez. Y les arrastraron por el suelo a patadas, como signo de esta nueva normalidad en la que todo pasa sin que pase nada, y en la que el fascismo separatista se ha convertido en una simple rutina sin siquiera alcanzar a ser anécdota. Y ultraprotegido por el Gobierno. ¡Qué coño! Por el Estado, que nadie se escaquee. Hay demasiada institución haciendo la vista gorda mientras sus excelentísimas presidencias engordan de ego en los comederos de moda, y sin que el Consejo de Ministros dedique cinco segundos a condenar la agresión a unos demócratas. Hasta eso ya lo vemos normal.
Leo a Rafael Arenas en su Tercera de ABC. Ya ni siquiera pide valentía para un constitucionalismo dormido, superado, apaleado. En la Universidad barcelonesa los comandos nacionalistas no visten camisas pardas, pero sí las abrochan a sus ojos con odio irracional. Habla Rafael de desamparo, de estrategia totalitaria, de pensamiento oficial, de persecución al discrepante. Y ellos, los agresores, son los antifascistas. Y los agredidos, humillados y expulsados –expulsados, eh– son los fascistas. Y las teles lo repican como si leyeran la quiniela hípica, al trantrán de una concordia para lelos, sin atisbo crítico, sin revisar cómo absorbemos el metalenguaje de la ira guerracivilista en nuestro periodismo de farsa.
Qué fácil resulta ser antifascista. Como cuando la BBC llamaba a ETA organización separatista. Hemos retrocedido, Rafael. Salen de cacería con la inquietante sonrisa de tanto rector miserable, de tanto policía cómplice, de tanto periodismo vago. Te leo, Rafael, y no comprendo que en lugar de vomitar bilis sigáis argumentando. Admirable.