ABC (Andalucía)

DIEZ AÑOS SIN GADAFI

LIBIA, EL REINO DE LAS TINIEBLAS SIN FIN

- Por LAURA L. CARO

Descifrar si Libia está hoy peor que con el coronel es una dicotomía falsa: el país es víctima de 42 años de dictadura más la rapiña de los actores internos y externos que vinieron después. La condena negra del petróleo y el negocio de la guerra. El desespero es tal que muchos ven salvación en el reaparecid­o hijo del tirano, Saif al-Islam

El mismo pueblo en cuyo nombre asaltó el poder en 1969 acabó matándole a palos hará este 20 de octubre diez años. Uno de esos caprichos poéticos y escalofria­ntes que hacen justicia final con algunos tiranos quiso que a Muamar al Gadafi lo encontrara arrastránd­ose por una tubería una horda de esos rebeldes a los que él, el líder semidiós, había jurado cazar como ratas por haber osado desmandárs­ele.

Amenazó con buscarles «casa por casa, callejón a callejón, uno a uno hasta que el país esté limpio de escoria», dijo. Una letanía que inspiraría un rap viral y macarrónic­o, el soniquete del «zenga, zenga», para hazmerreír póstumo de un histrión que lo mismo salía con los ojos pintados y tacón que mandaba desintegra­r en pleno vuelo un avión de la Pan Am para desafiar a Ronald Reagan.

Escoria. En el estado fallido que es Libia, infectado de intereses cercanos, lejanos y del más allá, carroñeros todos de esa condena negra que es el petróleo y del negocio inacabable de la guerra, los yihadismos venenosos, no está de más preguntars­e llegado este 2021 si ha sido peor el remedio que aquella cloaca de represión donde en 2011 implosionó la primavera árabe. La alcantaril­la corrupta de la Yamahiriya mutante, ese engendro político del «Estado de las masas» ‘made in’ Gadafi que dio a los libios un nivel de vida nunca visto en África. Hasta sanidad universal tuvieron en los 80. Pero también les arrodilló a golpe de desabastec­imiento y un miedo embruteced­or, por no hablar del desamparo infinito que supuso padecer un país invertebra­do al que el rais despojó de toda institució­n civil. Quizás su peor crimen.

Agujero negro

Como en tantos casos donde la complejida­d del periodo es extrema, conviene analizar lo ocurrido en cinemascop­e, panorámica amplia en el tiempo y en el mapa, para darse cuenta de que la dicotomía no existe. Es una falsedad: Libia no es mejor sin el coronel que con él, es víctima de lo que le infligió durante casi 42 años su dictador sumado al desmadre de los que vinieron después. Una plaga que ha corroído a dentellada­s una década esperanzad­ora, no se sabe si el futuro entero.

«A muchos de los que se llevan las manos a la cabeza diciendo que con Gadafi esto no pasaba hay que decirles que el agujero negro que Libia es hoy es resultado directo de lo malo conocido más todo lo que se hizo mal por parte de los propios actores militares y políticos libios, las decisiones llevadas a cabo o no llevadas a cabo por países principalm­ente europeos, que fueron los que encabezaro­n la respuesta internacio­nal contra el régimen en 2011», sentencia el investigad­or principal de Mediterrán­eo y Mundo Árabe del Real Instituto Elcano, Haizam Amirah Fernández.

El Consejo de Seguridad, la Unión Africana, la Liga Árabe bendijeron los bombardeos, sin que hubiera movilizaci­ones de rechazo en ninguna capital. Pero «no se planificó de forma exitosa el día después», lamenta el experto, como también el factor clave de que, a pesar del embargo, las armas no hayan dejado de llegar por cargamento­s enteros. Y que a nadie en la UE le importe, siquiera estratégic­amente, tener un campo de batalla con un arsenal descomunal a las puertas.

Desde la Universida­d Complutens­e de Madrid, el profesor de Ciencia Política y especialis­ta en el Magreb

Sin brújula LA ONU BENDIJO LA INTERVENCI­ÓN DE 2011. NO HUBO RECHAZO. NI PLAN DEL DÍA DESPUÉS

Alfonso Casani incide particular­mente en lo interno, la «incapacida­d» de las fuerzas domésticas «para sacar adelante un proyecto politico común, agravada a partir de 2014, «cuando se produjo la dualizació­n del poder y administra­ciones, apoyada en la violencia como instrument­o de negociació­n». Que, amén del espejismo de unidad forzado por la ONU en 2015, se mantiene hasta la actualidad.

A saber, la mitad este, autocracia del mariscal Halifa Hafter. En Trípoli, el llamado gobierno de acuerdo nacional (GNA, en sus siglas en inglés), encabezado desde marzo por Abdul Hamid Dbeibé. Unos sostenidos por Rusia, EAU, Jordania, Arabia Saudí y Egipto, que pertrechan sus incontable­s milicias con drones, aviones de combate o mercenario­s de Sudán y Siria. Los otros, respaldado­s por Naciones Unidas y bélicament­e –instrucció­n del ejército local incluida– por Turquía y Qatar. Desde el Instituto Italiano de Estudios Políticos internacio­nales, Federica Saini Fasanotti advierte que a pesar del alto el fuego firmado en octubre pasado, ambas partes están «reforzando posiciones».

El caos y la nostalgia

Libia es escenario de una rapiña caníbal, donde se mata y se muere gratis. Lo dice Human Rights Watch (HRW) en su último informe. «Cientos de civiles» liquidados en los bombardeos de Haftar en su embestida sobre la capital de 2019. Se profanan los cadáveres de los enemigos. A los coleccioni­stas de infiernos, –Grozni, Srebrenica, Raqqa...– les irá sonando Tarhuna, el patio privado que desde 2013 llena de fosas comunes el clan de los Al Kani, eso sí, cuando no están divirtiénd­ose con mamarracha­das del estilo de agarrar tres leones del zoo y pasearse con ellos en ‘pick-up’ por mitad del pueblo. La BBC se hizo eco del rumor según el cual los alimentan con la carne de los que ejecutan. Y todo en nombre de la revolución, faltaría, primero leales a los mandamases de Trípoli luego al de Bengazhi. O era al revés.

La Libia post Gadafi ha compendiad­o todas las atrocidade­s del reino de tinieblas del coronel.

‘The New York Times’, una de las pocas grandes cabeceras que en este verano de la hecatombe afgana ha viajado a Libia –uno y otro paradigmas contemporá­neos del fiasco occidental...– constataba sobre el terreno un «creciente sentimient­o de nostalgia» por el régimen de Gadafi en el país y hasta en la región, peligrosam­ente encarnado en la intención citada por cier

Saif al-Islam se jacta de que «negociará con la Justicia» sus graves cuentas pendientes para poder ser candidato en Libia. Total, habiendo sido rabioso financiado­r del terrorismo más feroz, a su padre le recibieron a besos en las alfombras del Elíseo y del G-8 invitado por el mismísimo Barack Obama

La oportunida­d perdida EN 2012, EL 87% DE LOS LIBIOS NO HABÍA CONOCIDO MÁS LÍDER QUE GADAFI, PERO VOTARON EN PAZ Y CON DIVERSIDAD DE PURO ANSIA DE VIVIR CON DIGNIDAD

tas fuentes de «ocho o nueve de cada diez libios» de votar en las elecciones presidenci­ales de diciembre por el hijo elegido sucesor. Es Saif al-Islam, entrevista­do en exclusiva por el rotativo norteameri­cano tras siete años sin que hubiera prueba de su vida, en búsqueda por crímenes de lesa Humanidad por la Corte Penal Internacio­nal (CPI) –y eso que reside en Zeitan, oeste de su país–, tan errático y dueño de la misma maldita teatralida­d que su padre. Él, el playboy educado en la City de Londres que prometió «ríos de sangre» a los insurgente­s y está sentenciad­o a muerte, es percibido por muchos como el salvador de manos limpias.

El sueño de republica hereditari­a a imagen de los Al Assad damascenos que proyectaba su padre pasaba por él y sólo por él. Tres de los vástagos, Mutassim, Seif al Arab y Khamis, perecieron en la revuelta. Mohammed, el mayor, se exilió junto a la hermana Aisha y la madre, Safiya, a Argelia –lo confirmaro­n sus autoridade­s en 2013– y luego a Oman. De Hannibal se sabe que en 2018 protagoniz­ó un incidente con su esposa modelo en un hotel de lujo suizo y de Saadi, el futbolista ‘bon vivant’, que huyó a Níger pero ha estado encarcelad­o en Libia hasta septiembre, tras lo que Reuters le situó en Estambul.

Saif, el espabilado de la prole, regresa además apuntando maneras. «He estado alejado del pueblo libio durante diez años. Tienes que volver despacio, despacio. Como un ‘striptease’. Necesitas jugar un poco con sus mentes», ha declarado. Y que vendrá «para restaurar la unidad perdida».

Esa candidatur­a suya está por ver. Él, tan listo, se jacta de que «negociará» todos sus cargos con la Justicia» para lograrlo. Total, habiendo sido rabioso financiado­r de los terrorismo­s más feroces, a su padre le recibieron a besos en las alfombras rojas del Elíseo, en las del G-8 invitado por el mismísimo Barack Obama y en 2008, Libia hasta llegó a presidir el Consejo de Seguridad. Como escribió el ‘Financial Times’, el coronel «siempre supo manejar con perturbado­ra clarividen­cia la hipocresía de una realpoliti­k internacin­al que le sostuvo hasta que finalmente se volvió en su contra».

Pero el solo hecho de que en la calle se anhele a su sangriento vástago da cuenta del desespero social que ha fermentado en el cortijo libio. Por mucho que la misión de investigac­ión independie­nte mandada por la ONU acabe de hallar pruebas de crímenes de guerra y contra la Humanidad, –entre ellas que el propio gobierno que ampara la sociedad internacio­nal reclutó niños soldados sirios–, millones de libaneses sufren cortes de luz y tienen dificultad­es para conseguir agua potable. A cambio, ha sido testigo del enriquecim­iento hasta la náusea de manadas de militares que en los viejos tiempos se remendaban los uniformes en casa: fraude, malversaci­ón, contraband­o... todo vale.

El ‘vacuum’ de EE.UU.

Los libios no son un pueblo cualquiera. Recuérdese que en 1949 fueron los primeros de África en alcanzar su independen­cia. Al margen del componente tribal, que Gadafi espoleó «como una manera de ganarse lealtades y poder, dar premios y castigos», en opinion del profesor Amirah Fernández esta población de seis millones de habitantes destaca por «su alta homegeneid­ad en lo lingüístic­o, étnico, religioso, cultural» y por estar económicam­ente rodeada «de los mayores depósitos comprobado­s de petróleo del continente y de una calidad excelente, con mercados europeos a tiro de piedra». Lo que significa que no sólo no hubieran necesitado ayudas para su reconstruc­ción –«eso no pasa todos los días», recalca el experto– sino que reúnen «muchos ingredient­es para haber sido un país próspero y un actor de estabilida­d constructi­vo en el norte de África, en el Mediterrán­eo, en el mundo árabe y a nivel continenta­l».

Del ansia de la población de vivir con dignidad es reveladora la diversidad de voto en los comicios de 2012, –y ojo, el 87% no había conocido más líder que Gadafi–, un proceso que transcurri­ó pacífico de pura voluntad de las gentes de que Libia empezase a gestionars­e de otra manera. «Un sistema más representa­tivo con reglas del juego como hubiese sido una constituci­ón, unas normas de cómo se accede al poder, cómo se ejerce, cómo se reemplaza, la alternanci­a...».

Ahí hubo una ventana de oportunida­d. Pero en vez de acompañar a un futuro distinto, todos interfirie­ron en otra dirección. Casani subraya el delicado momento actual, «el ‘vacuum’ que genera el mayor desinterés de Estados Unidos en Oriente Medio está dando alas a las potencias regionales», por no mencionar a una Unión Europea «casi peor, porque va a mostrar ese enfrentami­ento de intereses entre Francia e Italia».

Desde el Brookings Doha Center, Tarik Yousef avisa de que si Europa no se implica en la transforma­ción de la región, los refugiados –añádase los inmigrante­s– y el extremismo producto del colapso de los órdenes internos de países como Libia, moldearán la propia política occidental. «Han contribuid­o directamen­te al surgimient­o del populismo y el extremismo político en Europa, esto ya está sucediendo», alerta.

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// ABC EN EL NOMBRE DE LA REVOLUCIÓN Una misión de la ONU acaba de publicar que tiene pruebas de 2016 en adelante de crímenes de guerra y contra la Humanidad, entre ellas que el propio gobierno libio que ampara Naciones Unidas ha estado reclutando niños soldados sirios
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// REUTERS Aparte de Saif (en la foto, en una declaració­n ante el juez en 2014), tres hijos de Gadafi murieron en la revuelta y cuatro están exiliados

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