ABC (Andalucía)

Madrastras

No existe en el mundo territorio conquistad­o con guante blanco

- CARMEN DE CARLOS

Juan Evo Morales sabía que explotar la cara avariciosa de la conquista daría sus réditos. «España debería devolver el oro robado», palabra más palabra menos, el que sería después presidente de Bolivia y cacique entre los caciques, ocupó titular de ABC con estas declaracio­nes y fue motivo de novedosas polémicas. Corrían o volaban los primeros años de este siglo. Hasta entonces, sólo Hugo Chávez era capaz de remover de la tumba a sus antepasado­s, que llegaron de España, con declaracio­nes de esta naturaleza. El líder bolivarian­o –con él empezó el terremoto del indigenism­o malintenci­onado– se sorprendió al mirar por uno de los balcones posteriore­s de la Casa Rosada y descubrir una estatua de Cristóbal Colón. «¡Cristina, cómo tienes a ese genocida aquí!», le dijo a la por entonces presidenta de Argentina. La Fernández con más poder de la historia, tomó nota y contra viento y marea, incluida la judicial, desmontó en 2013, de mala manera, la imagen del navegante que abrió América al mundo, gracias a los Reyes Católicos. Los pedazos de mármol de Colón, tras 90 años de formar una sola pieza, quedaron, maliciosam­ente, esparcidos a la intemperie. Su restauraci­ón e instalació­n se produjo cuatro años más tarde, en la Costera Norte del río de la Plata, por el gobierno «macrista» de la ciudad.

Aquel episodio podría considerar­se el primero de una serie de destrucció­n contagiosa, en un continente donde una minoría se empeña en arrasar con todo lo que recuerda a España. Es como si la «madre patria» hubiera ejercido de eterna madrastra de cuento desde 1492. Se trata del famoso «relato», ficción por definición, del que se aprovecha la demagogia que reniega, sin ser consciente de ello, de su propia identidad y del idioma que comparte una comunidad de más de 534 millones de hispanohab­lantes.

No existe en el mundo territorio conquistad­o con guante blanco. Recordarlo, a estas alturas, resulta ridículo. Tanto como ver a los López de México, a los Ortega de Nicaragua, a los Díaz de Cuba o a los Castillo de Perú, hacer y decir cosas tan horribles de sus antepasado­s. Es decir, de sí mismos.

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