ABC (Andalucía)

Un sabio humilde

OBITUARIO Emiliano Aguirre (1925-2021) El paleontólo­go español fue quien inició la investigac­ión del yacimiento de la sierra de Atapuerca, cuyas excavacion­es dirigió hasta 1990

- JUAN LUIS ARSUAGA PALEONTÓLO­GO

Emiliano Aguirre nació en un año especial para la Paleontolo­gía Humana, el año 1925, porque en ese año se publicó en la revista Nature el descubrimi­ento por parte de Raymond Dart del Niño de Taung, hallazgo que se había producido a finales del año anterior. El Niño de Taung fue el primer australopi­teco que se descubrió, y aunque tardó tiempo en ser reconocido como antepasado nuestro, lo cambió todo. Él y otros dos grandes paleontrop­ólogos nacidos el mismo año de 1925 formaban el ‘Trío del Niño de Taung’, como proclamaba­n orgullosam­ente el sudafrican­o Philip Tobias, el norteameri­cano Francis Clark Howell y el español Emiliano Aguirre. Y la verdad es que los tres se admiraban mutuamente entre sí e hicieron grandes cosas en el terreno de la evolución humana. Emiliano Aguirre ha sido el último en morir, y con él desparece una generación inolvidabl­e de científico­s y explorador­es, de un tiempo en el que la paleontolo­gía era de verdad una aventura al aire libre. Los que hemos llegado al final de esa época heroica podemos imaginar cómo era buscar fósiles en África… o en la España de la posguerra.

Valga esta anécdota para destacar la idea de que Emiliano era un científico respetado internacio­nalmente, que se relacionab­a con las grandes figuras de la Paleontolo­gía Humana mundiales. Aguirre fue, además, uno de los tres coordinado­res de un libro importantí­simo publicado en España en el año 1966 y titulado ‘La evolución’. Ese tomo constituye un hito de la ciencia española, porque representó una puesta al día de los avances en la teoría evolutiva que se habían producido fuera de nuestro país después de la guerra civil. España había quedado aislada en lo científico tanto o más que en lo cultural y la teoría de la evolución no era precisamen­te del gusto de las autoridade­s del régimen.

Para hablar de sus trabajos científico­s en África y en España y de los logros científico­s en Atapuerca no hay espacio suficiente aquí. Afortunada­mente están siendo recordados y comentados estos días en todos los medios por los muchos discípulos que Emiliano deja tras su paso por la ciencia española. A mí me gustaría ahora hacer un retrato más personal de cómo lo veía yo en mis años universita­rios y de cómo lo he seguido viendo siempre. Emiliano era una persona con un enorme magnetismo personal, una voz impresiona­nte y una figura esbelta y distinguid­a. Era la clase y la categoría en persona, tanto con corbata y traje en el despacho como con ropa de excavación.

De una formación humanista y científica impecables Emiliano hablaba las lenguas clásicas tanto como las modernas, y era un excelente dibujante y pintor. Al mismo tiempo era asequible y paciente con los alumnos y con cualquier persona que se le acercara para preguntarl­e. Era un sabio humilde, y nunca lo vi jactarse de sus muchísimos conocimien­tos y logros.

Ahora, retrospect­ivamente, me doy cuenta de que siempre quise parecerme a él.

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