Maduro en fuga
No debe de ser fácil, para quienes planificaron ese naufragio de su país, aceptar una ruina que ellos mismos construyeron
DE Hugo Chávez, espadón notorio, heredó su reino Nicolás Maduro. No es una legitimidad muy honorable. Pero sí sólida. En la medida en que reposa sobre el más recio de los argumentos: la fuerza bruta. Y allí donde la brutalidad desborda, las palabras no cuentan demasiado.
El control policial ha alcanzado en Venezuela cuotas equiparables a las de su modelo: la Cuba cuya inteligencia militar configura la guardia pretoriana de Maduro. Consolidada esa fuerza de élite, formada en el control y represión de todo amago de resistencia, el ejército venezolano pudo dedicarse a hacer de brazo armado al servicio del narco. Venezuela tiene la tasa de generales por soldado más alta del mundo. Y hace ya mucho que los organismos estadounidenses de lucha contra la droga vienen denunciando hasta qué punto estos privados ejércitos, bajo el control de sus específicos mandos, han ido diluyéndose en la mayor red de narcotráfico que opera hoy sobre el continente. Y la que fue riquísima república petrolera ha acabado –ésa es la herencia de veinte años de chavismo– por no tener ya más fuente de ingresos que la cocaína.
No debe de ser fácil, para quienes planificaron ese naufragio de su país, aceptar una ruina que ellos mismos construyeron: por la gracia de su corrupción o por la de su incompetencia; por la de ambas, lo más seguro. Al cabo de veintidós años de un gobierno impermeablemente despótico, el delirio de los populistas venezolanos ofrece un balance desolador: las libertades políticas han sido suprimidas, los opositores perseguidos y arbitrariamente encarcelados, cuando no asesinados por escuadrones chavistas; las garantías jurídicas son objeto de permanente invalidación en beneficio de quienes gobiernan... El exilio ha tomado así dimensiones colosales: la percepción de que vivir en la Venezuela de Maduro es tarea imposible, lleva a esa huida en masa que sobrecoge en todas las fronteras venezolanas.
¿Qué le queda al tirano de Caracas? Le quedan sus guardaespaldas populistas en Madrid, hoy desasosegados ante la posibilidad de que el antiguo jefe de los espías chavistas entregue al juez García Castellón las facturas que acreditan los pagos con los que Venezuela financió una sucursal política suya en España, la hizo llegar al Parlamento y finalmente al gobierno de la nación. La inversión ahora puede tambalearse. Porque, si de verdad Podemos resultara ser propiedad mercantil de Nicolás Maduro, el delito electoral tendría una gravedad extrema. Y quienes lo cometieron empezarían a otear la cárcel.
¿Qué otra cosa le queda al tirano de Caracas? El pasado legendario. Eso funciona siempre. Invéntese, a la medida, un buen monstruo demoníaco que, en las viscosas tinieblas de hace medio milenio, sembrara las semillas del mal sobre un paraíso. Angélico, aunque caníbal. De esos ángeles caníbales toma su legitimidad Maduro.