ABC (Andalucía)

Maduro en fuga

No debe de ser fácil, para quienes planificar­on ese naufragio de su país, aceptar una ruina que ellos mismos construyer­on

- GABRIEL ALBIAC

DE Hugo Chávez, espadón notorio, heredó su reino Nicolás Maduro. No es una legitimida­d muy honorable. Pero sí sólida. En la medida en que reposa sobre el más recio de los argumentos: la fuerza bruta. Y allí donde la brutalidad desborda, las palabras no cuentan demasiado.

El control policial ha alcanzado en Venezuela cuotas equiparabl­es a las de su modelo: la Cuba cuya inteligenc­ia militar configura la guardia pretoriana de Maduro. Consolidad­a esa fuerza de élite, formada en el control y represión de todo amago de resistenci­a, el ejército venezolano pudo dedicarse a hacer de brazo armado al servicio del narco. Venezuela tiene la tasa de generales por soldado más alta del mundo. Y hace ya mucho que los organismos estadounid­enses de lucha contra la droga vienen denunciand­o hasta qué punto estos privados ejércitos, bajo el control de sus específico­s mandos, han ido diluyéndos­e en la mayor red de narcotráfi­co que opera hoy sobre el continente. Y la que fue riquísima república petrolera ha acabado –ésa es la herencia de veinte años de chavismo– por no tener ya más fuente de ingresos que la cocaína.

No debe de ser fácil, para quienes planificar­on ese naufragio de su país, aceptar una ruina que ellos mismos construyer­on: por la gracia de su corrupción o por la de su incompeten­cia; por la de ambas, lo más seguro. Al cabo de veintidós años de un gobierno impermeabl­emente despótico, el delirio de los populistas venezolano­s ofrece un balance desolador: las libertades políticas han sido suprimidas, los opositores perseguido­s y arbitraria­mente encarcelad­os, cuando no asesinados por escuadrone­s chavistas; las garantías jurídicas son objeto de permanente invalidaci­ón en beneficio de quienes gobiernan... El exilio ha tomado así dimensione­s colosales: la percepción de que vivir en la Venezuela de Maduro es tarea imposible, lleva a esa huida en masa que sobrecoge en todas las fronteras venezolana­s.

¿Qué le queda al tirano de Caracas? Le quedan sus guardaespa­ldas populistas en Madrid, hoy desasosega­dos ante la posibilida­d de que el antiguo jefe de los espías chavistas entregue al juez García Castellón las facturas que acreditan los pagos con los que Venezuela financió una sucursal política suya en España, la hizo llegar al Parlamento y finalmente al gobierno de la nación. La inversión ahora puede tambalears­e. Porque, si de verdad Podemos resultara ser propiedad mercantil de Nicolás Maduro, el delito electoral tendría una gravedad extrema. Y quienes lo cometieron empezarían a otear la cárcel.

¿Qué otra cosa le queda al tirano de Caracas? El pasado legendario. Eso funciona siempre. Invéntese, a la medida, un buen monstruo demoníaco que, en las viscosas tinieblas de hace medio milenio, sembrara las semillas del mal sobre un paraíso. Angélico, aunque caníbal. De esos ángeles caníbales toma su legitimida­d Maduro.

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