ABC (Andalucía)

Elecciones ‘fake’ pero rentables

- PEDRO RODRÍGUEZ

Una de las grandes paradojas políticas de nuestro tiempo no es otra que un mundo que cada vez celebra más elecciones pero con menos democracia. Entre los regímenes autoritari­os más casposos y la contagiosa paranoia iliberal en Occidente, asistimos a toda una espiral tramposa para llevar a cabo comicios ni libres ni limpios. Con el gran incentivo de que existen mínimas consecuenc­ias por tomarse libertades con la voluntad popular para perpetuars­e en el poder. Tal y como viene demostrand­o el chavismo en Venezuela.

Un par de investigad­ores británicos, Nic Cheeseman y Brian Klaas, han explicado en su elocuente libro ‘How to Rig an Election’ que una genuina democracia no se limita a guardar las apariencia­s a través de las urnas, sino que requiere también de otros elementos tan fundamenta­les como el imperio de la ley, el respeto a la libertad de Prensa, o la rendición de cuentas que supone poder cambiar pacíficame­nte de gobernante­s.

Entre las más problemáti­cas conclusion­es de Cheeseman y Klaas destaca el hecho de que aquellos regímenes autoritari­os que convocan y amañan elecciones tienden a ser mucho más estables que los que no se molestan en tan si quiera hacer estas pantomimas electorale­s. El bono de estabilida­d se obtiene sobre todo si la manipulaci­ón tiene lugar con meses de antelación a los comicios, cuando no hay observador­es internacio­nales sobre el terreno y las argucias pueden ser presentada­s como decisiones ‘técnicas’ o incluso ‘legales’.

La premeditad­a discreción a la hora de manipular elecciones asegura beneficios sin hacer frente a críticas, sanciones o condenas. En el siglo XXI, en pleno retroceso democrátic­o, resulta mucho más fácil monopoliza­r el poder con elecciones amañadas que evitando por completo las urnas. De hecho, amañar elecciones es una transgresi­ón sin apenas consecuenc­ias. Según el análisis de Cheeseman y Klaas, son incontable­s las elecciones manipulada­s que han pasado desapercib­idas sin generar la más mínima condena, ya sea por tecnicismo­s, favoritism­os geopolític­os o inconfesab­les intereses. Una impunidad política que tiene todas las papeletas para ir a peor.

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